En cualquier parte del mundo, el proceso preelectoral debería llevar a la definición de candidaturas fuertes, a colocar a los escogidos en la línea de partida en las mejores condiciones posibles y a debilitar a los opositores. Acá, por lo que se vio la semana pasada, no ocurre así. Las postulaciones estuvieron cargadas de mensajes ocultos, de trampas colocadas en el propio terreno, de acciones que terminan por entregar ventajas a los otros y socavan las opciones propias.
Para comenzar, si una candidatura tenía todas las estrellas a su favor era la de Alianza PAIS. Con todo el aparato estatal como caja chica, con el control directo de los medios estatales, con la cancha inclinada y con el árbitro ciego y sin pito, todo estaba listo para la victoria. Sin embargo, el ingenuo intento del designado por tomar distancia de quien lo colocó en ese lugar destapó las iras de este último, que con el mismo estilo que usa para fustigar a los oponentes, le hizo sentir lo corto de la cuerda. No fue solamente una discrepancia con el estilo bonachón y sibilino o una pasajera molestia con la alusión a los errores y a la necesidad de enmendarlos. Estableció con precisión milimétrica los límites a los que podrá llegar como candidato. Por tanto, adiós a las veleidades de buscar apoyos en organizaciones sociales y a los ensueños de retorno a la utopía original de las mentes lúcidas. La campaña se queda como él ha dispuesto. Si Moreno aún tuviera dudas, ahí está el otro personaje del binomio, el que hace perder votos, pero garantiza la fidelidad absoluta.
En la orilla opuesta, la Unidad tenía todas las condiciones para recoger votos desde la izquierda a la derecha y desde el monte hasta la playa. Tenía, en pasado, porque nadie puede asegurar que ese potencial se mantenga después de las zancadillas de Carrasco y Nebot a la propia candidata. Al primero se le podría calificar como mal perdedor si hubiera entrado realmente en la disputa de la candidatura. Pero, al no haber sido así, la explicación debe andar por los insondables terrenos de la (in)experiencia política. El segundo, en cambio, ha caminado demasiado como para no darse cuenta de que lo peor que puede hacer es demostrar que tiene el control remoto. No importa que su propuesta hubiera sido coherente (aunque extemporánea), sino que también demostró que allí hay una cuerda corta.
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La izquierda y la derecha, cada una por su lado, optaron por la corrección política. Frente a la candidatura de Moreno reaccionaron con el lado emotivo, sin recordar que, por más buena persona que sea, están ahí para enfrentarlo. Como si no hubieran previsto que él iba a ser el candidato oficialista y como si no supieran que la patente la tiene el líder, se dejaron enredar en la sensiblería. Dejaron pasar la mejor oportunidad para colocarle a la defensiva y establecer una campaña totalmente diferente.
Todos desaprovecharon el trascendental momento de las definiciones. Por buen tiempo seguiremos en la indefinición. (O)