De pollo, de carne o chorizo. Caliente y crujiente. El comensal decide si lo acompaña con limón, ají o ensalada de pepino, cebolla, tomate, aguacate y lechuga. Es un aperitivo que se disfruta a toda hora en Guayaquil, bajo el sol o la sombra.
El pastel se lo ofrece en los alrededores de los colegios, de dependencias públicas o privadas, en los barrios guayaquileños o en los alrededores de centros empresariales como el World Trade Center o el c.c. San Marino, en el norte.
Y es un bocado que se lo expende en canastos, cartones o pequeñas vitrinas de aluminio y vidrio. También es ofrecido en algunos locales, en bicicletas.
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La jovialidad es parte de su venta. Sus surtidas salsas son esenciales. Sin ambos ingredientes no sería lo mismo, dice Juan Villa, quien en la Bahía comercializa al día hasta 140 pasteles de chorizo y carne.
Francisco Baco degusta de pasteles en Acacias e Higueras, en Urdesa. Su gusto por estos comenzó en su infancia. “Estaba en primaria y ya comía pastel en el colegio Cristóbal Colón. Vendía el famoso Sucre en una carretilla”, recuerda este abogado de 61 años.
La aparición del pastel en las calles de Guayaquil empezó precisamente en las afueras de los planteles educativos, a inicios del siglo 20. En los colegios Cristóbal Colón y el Aguirre Abad sobresalían vendedores que eran conocidos como Sucre y Pepe, manifiesta el profesor Germán Arteta.
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En las fiestas familiares, según Arteta, se empezó a preparar pastelillos y con la acogida que tenían, varios guayacos lo expendían en las calles.
Actualmente, la mayoría de los pasteles que se expenden por las calles se los preparan en hornos alquilados en el Cristo del Consuelo y el suburbio, en el sur y en zonas del centro. Otros pasteleros minoristas los compran en panaderías.
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La costumbre viene de abuelos y pasa de padres a hijos, refieren los pasteleros. “Yo empecé a hacer porque mi padre hacía”, cuenta Roberto Calderón, quien agrega que la hojandrina y la manteca son ingredientes claves en la elaboración de la masa de este bocado.
“Más que el pastel es la salsita, la salsa es la salsa”, resalta Juan Carlos Morán, un asiduo comensal.
Quienes expenden el producto suelen mantenerlos rodeados de papel periódico para que se conserven “calientitos” en las canastas. Así esperan la llegada del obrero, del que sale a realizar diligencias. “Un guayaquileño que no coma pastel, no es guayaquileño”, resalta Andrés Salazar, con doce años como pastelero.
No hay horario, cualquier momento es el adecuado, dicen los asiduos a los pasteles. Carlos Arellano, como otros comensales, gusta llevar varios pasteles para comer en casa.
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En medio del trajín, el guayaco incluso le pone pausa al estrés y dialoga con el pastelero. “La jovialidad es parte nuestra”, agrega Salazar, quien continúa en el negocio al igual como lo hicieron sus familiares. (I)