De su historia podría elaborarse una interesante película. Pasó de estar cerca de la gloria a tocar fondo, pero finalmente logró salir adelante y alcanzar el éxito.

Por más de seis meses pidió limosna en la calle, hasta que un oficinista le dio un consejo que cambió para siempre su vida. Hoy, millonario y al frente de la compañía de limpieza de zapatos solidaria más grande de Europa, su historia es una parábola de los altibajos de la vida, y de cómo el éxito nunca está asegurado, pero tampoco el fracaso, según una publicación de Infobae.

El sueño de Drew Goodall fue llegar a ser actor. Sus padres eran dueños del pub de Ipswich, un pueblo a una hora de Londres, y todos lo apoyaban para que alcance su objetivo, por lo que consiguió una vacante para estudiar Drama en la capital británica, tras finalizar el colegio. “Papá decoró todo el pub con banderitas. Yo era su orgullo”, indicó.

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A finales de los noventa logró graduarse y logró pequeñas participaciones en películas taquilleras como 'Snacht, cerdos y diamantes' (2000) y 'Un gran chico' (2002), en las que conoció a Brad Pitt y a Hugh Grant. Al parecer había hallado su camino e iba rumbo a cumplir su sueño, sin embargo, una mala crítica de su papel en una obra del West End londinense lo golpeó por completo.

“Estaba actuando en Marat/Sade y la crítica me destruyó después de la función de prensa. Era un diario nacional y me llamaban por mi nombre, dijo en una entrevista con la revista inglesa Essential Surrey. Perdí la confianza. De pronto, dejé de disfrutar de la actuación”.

Una crisis existencial

Este acontecimiento lo llevó a tener una crisis existencial. “Si no soy actor… ¿quién y qué soy?”, se preguntaba. Dejó su trabajo y cayó en una grave depresión, pese a esto no quería regresar a casa de sus padres. “No quería encararlos. Cuando me fui, yo era su gran esperanza. No podía enfrentar la ignominia de tener que volver con la cola entre las patas”, señaló.

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Esto lo llevó a estar sin ingresos y con deudas, sin dinero para pagar el sitio donde vivía, por lo que fue echado del lugar. Al inicio sus amigos los recibieron en sus casas, pero poco a poco se fue quedando sin opciones. “Finalmente, una noche, me encontré sin lugar donde quedarme y busqué un banco para dormir”.

Lo que pensó que solo sería por una noche se volvió una constante. Hubo un momento en el que logró un empleo como repartidor de pizzas, pero fue despedido cuando lo descubrieron durmiendo en el armario de los ingredientes y comiendo sobras, aunque señala que eso no fue lo peor que le sucedió.

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“Fui atacado dos veces por borrachos sin ninguna razón, mientras dormía en el parque, y en una ocasión terminé en el hospital. Aunque el peor momento, sin duda, fue cuando presencié cómo mi amigo de esos días se tiró abajo de un tren”. Sin embargo, Goodall dice que ser testigo de esa tragedia actuó en él como una epifanía: “Me ayudó a darme cuenta de que no quería terminar solo y desesperado como él”.

Haber crecido en el pub de sus padres lo hizo crear una aversión por el alcohol y las drogas, porque lo que mientras deambuló por las calles no cayó en ninguno de estos vicios y se mantenía muy atento a todo.

Un consejo que lo cambió todo

Por ello, estaba lúcido para escuchar el consejo de un oficinista al que veía pasar todos los días rumbo al tren: “Se tomó el tiempo de hablarme además de darme una limosna. Me dijo que la gente iba a la estación central a lustrarse los zapatos. Que por qué no lo intentaba”. Parecía un gesto menor, pero no lo era: después de meses de angustia y marginalidad, alguien había creído en él.

Esto lo llevó a comprar cepillos y betún para conseguir sus primeros clientes. En un inicio no fue nada fácil, ya que no tenía licencia y debía huir constantemente de la policía. No obstante, con las ganancias que obtenía por primera vez en mucho tiempo, logró ganar lo suficiente como para pagar un lugar en donde dormir. Las cosas comenzaban a mejorar.

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Al darse cuenta de que las cosas le iban saliendo bien, empezó a ponerle más pasión a su trabajo y a fidelizar a sus clientes. La mayoría de ellos eran empresarios que le dejaban uno que otro consejo para mejorar su emprendimiento.

De uno de esos clientes llegó con una propuesta clave que cambió por completo su historia. Le dijo que en la empresa en la que trabajaba solían tener a un lustrabotas que había dejado de ir: “Me preguntó si no quería ofrecerme para el puesto. Fue mi primer cliente corporativo”. Siguieron muchos más.

El número de clientes se incrementó tan rápidamente que tuvo que contratar a otras personas para ampliar el negocio. Su decisión inicial fue que sus colaboradores serían personas que estaban en la calle o que tenían alguna discapacidad. “Uno de ellos tenía necesidades especiales, pero era tan capaz como el resto de hacer frente a las tareas. Vi cómo cambió completamente su vida, y también que a los clientes les encantaba la idea de estar ayudando a alguien que lo necesitaba de verdad”.

Una empresa con responsabilidad social

Goodall en el 2012 decidió darle un nombre a su compañía para que continúe creciendo y creo Sunshine Shoeshine, la primera compañía ética de limpieza de calzado, que hoy presta servicio a las grandes empresas de Londres.

Desde ese momento, cientos de personas necesitadas han logrado obtener una oportunidad de trabajo, además de que recibieron capacitación, alojamiento y comida. Sunshine Shoeshine creció como modelo de responsabilidad social en todo el Reino Unido.

“No me propuse cambiar el mundo. No hay un botón mágico para terminar con la indigencia. Pero darle a alguien el tiempo, hablarle, acercarse, es una buena parte de encontrar la solución. Y el trabajo es el principio, porque transforma: te da una razón para levantarte a la mañana”, aseguró.

Actualmente este emprendedor vive en una casa flotante en Twickenham, sobre el Támesis, ya no lustra zapatos más que para recordar de qué se trata. “Tuve que perderme para encontrarme. La vida es una serie interminable de cambios y desafíos que todos debemos aceptar.” Además. el año pasado publicó sus memorias en Shooting the homeless, un libro en donde relata su dura experiencia y su aprendizaje en la calle. (I)