Las medicaciones rara vez son bienvenidas por adultos, ni por los niños. Los más pequeños a veces incluso se niegan a abrir la boca. Los padres suelen disimular el sabor de los medicamentos mezclándolos, por ejemplo, con alguna papilla. Pero los especialistas recomiendan que, antes de dar ese paso, se asesoren con su pediatra o farmacéutico sobre qué alimentos son más apropiados para estos fines.

Por ejemplo, no es aconsejable dar el hierro con leche, porque no se absorbe, indica la médico pediatra Angélica Mosquera. “Y debemos darlo lejos del zinc. En cambio, el hierro se absorbe mejor cuando va acompañado de cítricos”.

Hay medicinas que deben tomarse con el estómago lleno. Otras, en ayunas. Esto depende del tipo de medicamento. “No los dé todos de golpe, consulte bien con el médico”, advierte Mosquera.

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En ayunas se administran algunos de los medicamentos para tratar la gastritis, como el omeprazol. Y en esta condición también se usa sucralfato, que es una suspensión. Esta se indica luego de comer.

¿Qué medicamentos es seguro mezclar con alguna bebida o comida? "Los antibióticos y antitérmicos" (para regular la fiebre), señala la doctora Mosquera.

Busque el utensilio apropiado

Las cucharas caseras, pequeñas o grandes, obligan a los padres a calcular al ojo la cantidad de medicamento. No las utilice, es el consejo de la pediatra Karina Valdivieso. “Se las acusa de ser la principal causa de dosificación errónea y envenenamiento en niños”, afirma.

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Las cucharas y cucharitas de mesa hacen que la dosis vaya desde un 8 % menos de lo prescrito hasta un 12 % más de lo necesario.

“Pese a que la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) ha elaborado guías que desaconsejan su uso, buena parte de las personas sigue utilizándolas para sí mismas o para sus familiares, bajo la creencia de que no van a cometer errores en la dosis, o que si lo hacen, los efectos van a ser modestos”, explica la especialista.

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Sin embargo, al usar una cucharita de café, té o postre, probablemente la cantidad de medicamento le parezca escasa a la vista, y muchos papás querrán compensar esa deficiencia añadiendo una segunda dosis.

Valdivieso anima a los padres y cuidadores a usar los dosificadores que vienen junto con los productos, sea en forma de cuchara o vasito, y tener uno siempre guardado para emergencias.

Otros padres eligen usar una jeringa pequeña, sin aguja, que les permite medir la cantidad exacta de la medicina líquida. Pero nunca deben calcular la dosis por sí mismos, sino seguir la prescripción exacta.

"Cuando (los médicos) calculamos la dosis, lo hacemos en base al peso del niño y a la patología", detalla la pediatra Valdivieso. "No es lo mismo dar amoxicilina porque tiene dolor de oído, neumonía o infección de las vías urinarias. Las dosis cambian".

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El gran problema, observa, es que la familia automedique o vuelva a usar la dosis de medicina que el niño requirió en una enfermedad anterior, cuando tenía menos edad y pesaba menos. "O lo sobredosifican, o le dan una dosis menor a la que necesita, y por tanto, el niño no mejora".

Su médico, además, sabe manejar las diferentes presentaciones del fármaco que está recetando. Los compuestos, según la presentación, tienen concentraciones diferentes, y el cálculo del miligramaje por peso debe hacerlo el doctor, "de acuerdo a la necesidad de la patología de ese momento, para no cometer errores terapéuticos", puntualiza Valdivieso.

Los médicos calculan la dosis de medicamento en base al peso del niño y a la patología. No dé a su hijo lo mismo que usó en una enfermedad que tuvo meses antes.

La FDA reconoce que las indicaciones de dosis de los empaques no son siempre claras o consistentes. Vienen señaladas como cucharadas, cucharaditas o mililitros (ml), y dado que cada persona tiene sus propios utensilios en casa, esto resulta en reportes de sobredosis accidentales. Si no está seguro de cuánto medicamento dar o cómo darlo, pregunte al médico.

Además, sepa el peso de su niño. Las dosis de muchas medicinas se calculan de acuerdo a ese dato. No trate de adivinar o de redondear las cantidades, mucho menos a partir de las dosis recomendadas para adultos.

Y mire siempre las fechas de expiración. “Si un fármaco ha expirado o se ha degradado porque no se guardó de acuerdo a la etiqueta, puede que no provea al paciente del beneficio, porque tendrá menor fuerza o habrá acumulado tóxicos que traerán efectos inesperados”, enfatiza la FDA en su sitio web.

Elogios logran más que amenazas

No obligue al niño a abrir la boca. Si es muy pequeño, acaricie suavemente la mejilla hasta que acepte. Coloque la jeringa al costado de la boca y deje que el líquido fluya a un lado de la mejilla interna, evitando tocar la lengua para que el niño no perciba el sabor. Una caricia bajo el mentón puede facilitar la deglución. No proyecte la medicina directamente en la garganta, porque su niño podría ahogarse, llorar y vomitar.

Finalmente, interviene la pediatra Mosquera, es mejor esperar a la hora de dormir en el caso de algunos fármacos, especialmente los que provocan sueño. Si se los da durante las horas en que el niño no acostumbra dormir, talvez se ponga malhumorado e irritable.

Generalmente, los antihistamínicos, es decir, antialérgicos, se dan en la noche”, puntualiza Mosquera. “Y la codeína, que es un antitusivo y viene en jarabes para la tos, a veces mezclados con fluidificantes del moco".

Evite la batalla por los remedios

Los niños que ya están en edad escolar suelen entender una explicación sencilla de por qué deben tomar sus medicinas. Ayuda mucho si después recibe algún tipo de estímulo, aunque sea solamente un elogio por su cooperación.

El pediatra Benjamín Ortiz, de la FDA, aconseja a los padres que sonrían, sean alegres y pacientes, y no olviden que los hijos también son inteligentes y desean sentirse mejor. “Si el sabor es el problema, trate de darle un helado, un refresco frío o, si se desea evitar el azúcar, un cubito de hielo inmediatamente después de la medicina, porque el frío adormece el paladar”. Si el niño es mayorcito, puede permitirle que se tape la nariz para bloquear tanto el gusto como el olfato.

Ese simple gesto le retorna al niño el sentido del control sobre su cuerpo y realmente puede ayudar a resolver la tensión.

Otra manera de hacer más llevadero el momento es dejar que el niño decida dónde quiere tomar la medicina. ¿En su cama, cerca de un juguete, al lado de mamá, papá o los abuelos? “E incluso permita que él mismo se lo lleve a la boca”.

Si el niño rechaza completamente el medicamento líquido, pregunte a su médico por otras alternativas, como fórmulas saborizadas o tabletas masticables. “Y recuerde que un poco de cariño hace milagros con los pequeños”. (F)