Dice Pessoa en su Libro del desasosiego (Seix Barral): “Vivimos todos, en este mundo, a bordo de un navío zarpado de un puerto que desconocemos hacia un puerto que ignoramos; debemos tener los unos para con los otros una amabilidad de viaje” (p. 192). Bueno, esa “amabilidad de viaje” no siempre ha estado presente cuando en realidad nos ha tocado viajar en navío. Alguien del que podemos aprender mucho de lo que sucede en las travesías marítimas es el legendario Jason. Él era apenas un niño inexperto en viajes marinos y en asuntos de la vida cuando decide zarpar junto con sus compañeros Argonautas en la nave Argo, la primera que había sido construida por humanos, en búsqueda del famoso vellocino de oro. Se enrumbaron hacia Cólquide, un reino colonizado por los antiguos griegos y que estaría ubicado en lo que hoy es Georgia sobre el mar Negro. Cuenta Apolonio de Rodas en Las Argonáuticas (Catedra, 1986) que Jason regresó victorioso de su empresa junto con la hermosa Medea, luego de haber sido presas de los miedos, insidias e incertidumbres que suceden a menudo en toda travesía marítima de larga duración.