Según la psicóloga clínica Andrea Camps, los videojuegos son un arma de doble filo. Si se los utiliza bien pueden fomentar la unión familiar entre padres, hijos y hermanos. Además, puede contribuir al desarrollo de habilidades como trabajo en equipo, aprender a perder y la competencia, dice la profesional.

También menciona que el problema surge cuando el niño no tiene la edad suficiente para iniciarse en este tipo de juegos y se pierde de otras actividades más acordes con su edad. Empiezan a tener un comportamiento distinto a la media, sobre todo cuando el juego es de contenido indebido como de violencia o sexual, y también cuando hay un exceso de horas de dedicación al juego.

La psicóloga recomienda que para los menores de 3 años, lo factible es no pasar los 30 minutos diarios y de esa edad en adelante, se podría aumentar el tiempo. Eso en un contexto normal. Hoy, bajo las circunstancias en las que nos encontramos, esa cantidad aumenta ya se usan pantallas para comunicarnos con las familias, para estudiar y aprender, así como también para ver películas y entretenerse. “Si mi hijo está una hora, o más, frente a la pantalla, sería ideal que no sean de corrido, tal vez distribuidas en periodos de 30-40 minutos y que las actividades que realicen varíen”.

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En el 2019 la BBC reportó que en Japón unas 541 000 personas viven como ermitaños (aunque se sospecha que son más), aislados del mundo y no salen de sus cuartos, se quedan jugando videojuegos para evitar las presiones del mundo exterior. Se los conoce como hikikomori.

Hay que organizarse y tener actividades productivas. Los chicos pueden participar en las tareas de la casa, jugar juegos de mesa o leer un libro. “No hay que satanizar los juegos, la cuestión es encontrar el balance y eso si no hay que dejarlos que pasen tanto tiempo frente a una pantalla porque se están perdiendo de muchas más cosas”, resalta Camps.

Al realizar actividades distintas como barrer, arreglar, estudiar, los menores adquieren habilidades para el diario vivir. (I)