Francia atravesaba años muy violentos a fines del siglo XVIII. La Revolución francesa, en 1789, derivó en las guerras protagonizadas también por las monarquías europeas, encabezadas por el Reino Unido, para evitar que ese grito de libertad republicanista se extendiera a sus territorios. La Primera Coalición (1792-1797) fue derrotada por Francia, tras lo cual llegaron las también denominadas Guerras Napoleónicas, comandadas por el líder que tomó el control de Francia en noviembre del 1799: Napoleón Bonaparte.
Eran años en que las campañas militares galas debían combatir a otro enemigo que causaba bajas importantes en sus filas: la ausencia de un sistema de alimentación que asegure raciones dignas a sus soldados. Eso provocaba que los soldados encargados de mantener en marcha la maquinaria de guerra caían como moscas fumigadas víctimas del hambre, el escorbuto y otras enfermedades asociadas con alimentos en mal estado.
Ese problema, que también se extendió a la sociedad civil, motivó al Gobierno francés a ofrecer una recompensa de 12 000 francos a quien fuera capaz de idear una manera efectiva que permita conservar los alimentos durante mucho tiempo, y que facilite su transporte y distribución entre las tropas y en las poblaciones perjudicadas en los ataques.