No habíamos visto a Martin Scorsese sentirse tan vivo con su trabajo en mucho tiempo, rebosando de pasión renovada por el cine y energizado por la recepción de la que ha gozado su obra maestra de gánsteres más reciente: El irlandés.

Y de lo que quiere hablar es de la muerte. Solo para ser claros, no está hablando sobre las muertes en sus películas ni de la muerte de alguien más. “Simplemente tienes que liberarte, sobre todo en este punto de la vida”, dijo.

En sus propias palabras, Scorsese, de 77 años, estaba hablando sobre haber dejado de lado sus expectativas para El irlandés, pero también se refería a renunciar a las posesiones físicas: “El punto es deshacerse de todo ahora”, dijo con su distintiva manera veloz de hablar. “Tienes que averiguar a quién le das qué o no”. Además, el último paso del proceso es renunciar a la existencia en sí, como todos debemos hacerlo. “A menudo, la muerte es repentina”, continuó. “Si tienes la oportunidad de seguir trabajando, entonces es mejor contar algo que valga la pena”.

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Encontró esa inspiración en El irlandés, su dramatización colosal de la vida de Frank Sheeran (Robert De Niro), ejecutor de la mafia que afirmó haber asesinado a Jimmy Hoffa (Al Pacino).

Para Scorsese no fue una misión libre de angustia —sus películas jamás lo son—, pues batalló con la idea de filmar otra película ambientada en el mundo del crimen organizado y vaciló al momento de producir el proyecto con Netflix en vez de un estudio tradicional.

Sin embargo, lo que lo convenció de dejar atrás esas incertidumbres fue una historia que superaba por mucho el alcance de Goodfellas o Casino, hasta los últimos días de la vida de Sheeran, cuando queda solo para contemplar la mortalidad de sus actos. En palabras que Scorsese sabía que resonarían más allá del marco de El irlandés, dijo: “Todo se trata de los últimos días. Es el último acto”.

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El punto es deshacerse de todo ahora. Tienes que averiguar a quién le das qué o no. Además, el último paso del proceso es renunciar a la existencia en sí, como todos debemos hacerlo. A menudo, la muerte es repentina. Si tienes la oportunidad de seguir trabajando, entonces es mejor contar algo que valga la pena”.

Quizá de vez en cuando hable como alguien que no tiene nada que perder, cuando de manera cándida da su opinión sobre las películas de superhéroes, el trato que da a las mujeres en sus películas o lo que, según él, es su débil posición en la industria fílmica actual.

No obstante, Scorsese sigue estando muy comprometido con su carrera, después de más de medio siglo, y, aunque El irlandés fácilmente podría ser una coda adecuada, no tiene la intención de retirarse en este momento.

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Lo que ahora lo motiva, dijo, no es el miedo a la muerte, sino la aceptación de que a todos les llega, una comprensión que le da perspectiva. “Como dicen en mi película: ‘Así son las cosas’. Tienes que aceptarlo”, comentó.

Inspiración de Martin Scorsese

Como él mismo, la casa de Scorsese es un monumento al arte del cine. Además del retrato majestuoso en la chimenea de Gouverneur Morris, padre fundador y ancestro de Helen, la esposa del director, las decoraciones más prominentes que lo rodeaban eran afiches de gran tamaño de sus películas favoritas de Jean Cocteau y Jean Renoir, incluyendo tres de Grand Illusion tan solo en esta habitación. Al otro lado del vestíbulo se encontraba el comedor donde había editado secciones de El irlandés, Silencio y El lobo de Wall Street.

Scorsese está reviviendo esta historia de manera perpetua, contando anécdotas de cómo se divirtió con El ciudadano Kane cuando la vio en una transmisión televisiva mal editada hace años o el momento en que quedó impresionado cuando a John Cassavetes, su héroe y mentor, le dieron lo que parecía el presupuesto lujoso de un millón de dólares para filmar Husbands.

Su juventud también fue una iniciación a la cultura de la muerte: como monaguillo en las misas de réquiem en la Antigua Catedral de San Patricio (Dies Irae era mi canción favorita”, dijo) o mientras ayudaba a un amigo a entregar arreglos florales en servicios funerarios. De adolescente, perdió a dos amigos casi de manera consecutiva: uno murió de cáncer y otro en un accidente, y uno de los entierros, en un panteón cerca de una fábrica, dejó en él una impresión duradera.

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“Pensé: ‘¿De esto se trata todo?’”, recordó Scorsese. “¿Meternos en un pequeño espacio de tierra en algún lugar de Queens, con este telón de fondo horrendo y destructor? Fue un impacto y un despertar, no sé respecto de qué, pero fue un cambio”.

Esa mirada apta para los detalles macabros y su voluntad incesante para representarlos le vino bien a Scorsese, pero en algún momento cuando estaba filmando Casino (1995), su saga de mafiosos en Las Vegas –en particular, la escena en la que golpean a muerte al personaje de Joe Pesci y lo sepultan en una milpa– el director comenzó a preguntarse si había llegado al límite de este talento. “Pensé: ‘No puedo ir más allá con esto’”, relató.

A lo largo de las siguientes dos décadas, en gran medida evitó realizar proyectos en el género del crimen o drama. (Una excepción fue Los infiltrados, por la que finalmente ganó el Óscar al mejor director). Pero, sin importar la trama, Scorsese dijo que se sentía agotado debido a estas películas, generalmente cuando ya iba a terminarlas.

Robert De Niro (izquierda), Martin Scorsese y Al Pacino

¿Rechazo?

Desde luego, no se retiró, pero ha recurrido cada vez más al financiamiento independiente para respaldar sus proyectos, creyendo que él y el sistema de los estudios cinematográficos se habían vuelto enemigos mortales. “Es como estar en un búnker y disparar en todas direcciones”, comentó. “Comienzas a darte cuenta de que ya no estás hablando el mismo idioma que ellos, así que ya no puedes filmar películas”.

Cuando De Niro se le acercó con el material en que se basó El irlandés, en medio de la producción de otra posible película para Paramount de la que, al final, se retiraría, Scorsese no lo vio necesariamente como una oportunidad de hacer un gran pronunciamiento sobre su filmografía o sobre las mafias. “Me pareció peligroso”, dijo, pues temía que lo rechazaran como un drama de mafiosos más en su filmografía.

La única razón para hacer El irlandés, dijo Scorsese, era abordar ideas que no hubiera enfrentado antes. “¿Será enriquecedor?”, se preguntó. “¿Vamos a aprender algo sobre lo invisible, sobre la vida después de la muerte? No, no lo haremos”.

Sin embargo, la película podía decir algo sobre “el proceso de vivir y la existencia, a través del trabajo que realizamos… podía representarse y los actores podrían vivir en ese mundo”. Además, no se pudo resistir a la historia de unos criminales cuyas largas vidas se vuelven una maldición que marca sus fechorías en sus almas.

El irlandés, dijo, no era una repudiación de sus dramas de criminales anteriores ni una expresión de arrepentimiento por la manera en que había representado a sus personajes fanfarrones. “No creo que sea arrepentimiento”, dijo. “Esto es distinto. Este es el callejón sin salida, y todos tienen que hacer un recuento al final. Si les da tiempo. Y ahí es adonde nos dirigimos”.

Otras aspiraciones de Martin Scorsese

De maneras sutiles e importantes, Scorsese ve que el mundo cambia y se vuelve menos conocido para él. Con agradecimiento aceptó un acuerdo con Netflix, que cubrió el presupuesto de 160 millones de dólares para El irlandés. Sin embargo, el pacto también implicaba que, después de que la película recibiera un lanzamiento limitado en cines, se incluiría en la plataforma de emisión en continuo de la compañía.

Eso significa que algunos espectadores están viendo la película de tres horas y media por partes, en vez de hacerlo en una sola sesión, como lo preferiría el director. Sin embargo, Scorsese dijo que prefería que la película estuviera disponible en algún sitio, en algún formato, en vez de en ninguna parte.

“Me encantaría tomarme un año tan solo para leer. Escuchar música cuando lo necesite. Estar con algunos amigos. Porque todos nos estamos yendo. Mis amigos están muriendo. La familia se está yendo”.

Un impedimento, admitió, es él mismo y una disposición que lo obliga a contar historias en el medio que mejor conoce. También está aquella otra frontera... la muerte. Pero solo porque es desconocida e innegociable no significa que no valga la pena competir con ella todos los días. “El problema es que el tiempo es limitado, al igual que la energía y, desde luego, la mente”, dijo. “Afortunadamente, la curiosidad nunca se agota”. (E)