El Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) es reconocido por el ranking de la QS World University como la mejor universidad del mundo. Sus profesores y alumnos han ganado 96 premios Nobel hasta la fecha.

Ese es el ambiente del guayaquileño Otto X. Cordero, quien como profesor de esa entidad dirige desde el 2015 un laboratorio que tiene a su cargo doce investigadores, entre estudiantes de doctorado y de posdoctorado, provenientes de países como Francia, Israel, Alemania, China, Estados Unidos, Suiza e Irán. 

“La clave del éxito del MIT es que atrae a gente creativa y con un alto grado de motivación. Es un lugar con muy pocas jerarquías que entorpezcan la creatividad y es un ambiente donde tanto estudiantes como profesores buscan constantemente la forma de romper barreras y paradigmas”, indica Cordero, cuya investigación se centra en el estudio de las bacterias en el medioambiente y cómo estas realizan procesos vitales para el planeta. “Aunque muchos asocian a las bacterias con enfermedades, la gran mayoría de bacterias en el ambiente no causan enfermedad alguna”, explica. Al contrario, son esenciales para la vida.

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La clave del éxito del MIT es que atrae a gente creativa y con un alto grado de motivación. Es un lugar con muy pocas jerarquías que entorpezcan la creatividad y es un ambiente donde tanto estudiantes como profesores buscan constantemente la forma de romper barreras y paradigmas”.

Para cumplir sus funciones, estos seres microscópicos necesitan formar “sociedades” o “comunidades”, también conocidas como “microbiomas”, las cuales son comparables a un gran bosque.

El objetivo de la investigación que realiza el Cordero Lab es entender y predecir cómo estas comunidades de microbios se “ensamblan”, y con base en este entendimiento buscan diseñar microbiomas que cumplan su función ecológica de forma más óptima. Este es un reto máximo en la biología moderna.

Otto X. Cordero está a cargo de un equipo de doce investigadores de países como Francia, Israel, Alemania, China, Estados Unidos, Suiza e Irán. Foto: Cortesía. 

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“Hacemos esto en el contexto específico del océano, donde las bacterias que estudiamos degradan materia orgánica rica en carbono y nitrógeno. Al degradarla, permiten que estos elementos esenciales para la vida fluyan de nuevo a través del ecosistema”, dice Otto, de 41 años de edad, quien en el 2003 se graduó de  ingeniero en Computación de la Espol. Luego obtuvo una maestría en Inteligencia Artificial y un doctorado en Bioinformática y Biología Matemática en la Universidad de Utrecht, en Holanda. Después hizo su entrenamiento posdoctoral en el MIT.

Hacemos esto en el contexto específico del océano, donde las bacterias que estudiamos degradan materia orgánica rica en carbono y nitrógeno. Al degradarla, permiten que estos elementos esenciales para la vida fluyan de nuevo a través del ecosistema”.

Su actual investigación es de tremendo impacto global, ya que el uso de comunidades microbianas es clave para el desarrollo sostenible. “Actualmente tecnologías basadas en microbios hacen posible el tratamiento de aguas, la generación de bioenergía, la producción de probióticos en acuicultura...”, explica el experto.

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 Otto X. Cordero (derecha) e Itzhak Mizrahi colectan muestras de las algas que comen las iguanas en las islas Galápagos. Foto: Cortesía. 

Nuestro ‘bosque’ interno

Tal como ocurre en los océanos, las bacterias también cumplen funciones vitales dentro de nuestros cuerpos. “Ningún animal puede por sí solo digerir materiales biológicos complejos, como las plantas. Las bacterias en nuestros intestinos nos permiten digerir una ensalada o cereales (...). Animales herbívoros como las vacas o los caballos son 100 % dependientes de las comunidades de microbios que los habitan. Por tanto, alteraciones en el funcionamiento de estas comunidades pueden tener grandes repercusiones en el ecosistema y también en la industria, en particular en la eficiencia de la producción ganadera. Esto es algo que estudiamos con un colaborador en Israel, Itzhak Mizrahi, con quien intentamos desarrollar estrategias para manipular el microbioma de los herbívoros”. 

Por tanto, alteraciones en el funcionamiento de estas comunidades pueden tener grandes repercusiones en el ecosistema y también en la industria, en particular en la eficiencia de la producción ganadera".

La iguana marina de las Galápagos, la cual también es herbívora, es parte de esa investigación. “Decidimos emprender el estudio del microbioma de estos animales gracias a un contacto con una investigadora de la Universidad San Francisco de Quito, Nataly Guevara, quien visitó mi laboratorio por unos meses y nos propuso la idea. Con Nataly e Itzhak viajamos a las islas y recolectamos muestras del microbioma de cientos de iguanas. Nuestro primer objetivo es identificar los microbios responsables de la degradación de las algas”.

 

Este campo de la ciencia también es prioridad para otras universidades y empresas en Estados Unidos, Europa y China, las cuales están investigando cómo diseñar comunidades microbianas que, por ejemplo, estimulen el crecimiento de cultivos agrícolas. En otras palabras, la investigación de Cordero busca que las bacterias sean más eficaces en proteger la vida en el planeta. (I)

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