La ciudad de Guayaquil debe su aspecto arquitectónico a ciertos profesionales que la tallaron por más de un siglo, desde que la urbe porteña se convirtió en un lienzo en blanco debido a la desaparición de buena parte de su infraestructura por el Incendio Grande del 5 y 6 de octubre de 1896. Se quemó una tercera parte de la ciudad y se quedaron sin casa 33.000 personas. Es decir, uno de cada tres habitantes.

El arquitecto italiano Francisco  Maccaferri (1897-1973) ocupa un lugar privilegiado en ese trabajo por reconstruir la nueva ciudad. “Es el arquitecto más destacado en el siglo XX”, señala el arquitecto Florencio  Compte durante una charla dictada el miércoles 4 de septiembre en el Museo Arqueológico y de Arte Contemporáneo (MAAC). Compte lleva más de 30 años aproximándose a las obras de ese singular personaje europeo, ya que en 1986 participó en un trabajo de investigación sobre la arquitectura y el patrimonio de esta ciudad. Desde entonces se ha conectado a su obra.

El escenario de sus diseños

Para entender el legado de Maccaferri hay que aproximarse al contexto histórico en que se desenvolvió, señala Compte sobre esos tiempos cuando la prestigiosa comunidad de arquitectos de Italia, en especial de Milán, debatía sobre el camino que tomaría el diseño de las ciudades y la arquitectura en el siglo XX. 

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Mientras, el Guayaquil postincendio definía su destino urbanístico, lo cual era bien visto por la comunidad internacional, según Compte, ya que el alcalde de París de entonces, durante un discurso pronunciado en 1914, dijo que la reforma urbana de la capital francesa quería emular el modelo que desde esta ciudad ecuatoriana se había tomado para el desarrollo de una nueva ciudad en la orilla opuesta del río Guayas (hoy Durán), lo que finalmente no se concretó. 

Un avance tecnológico importante a inicios del siglo XX era el uso del hormigón armado para la construcción de edificios, lo cual comenzó en nuestra ciudad en 1902, solo tres años después de haberse inventado en Europa, cuando lo normal era trabajar con madera. Es más, Buenos Aires (Argentina), entonces con un millón de habitantes, levantó su primer edificio de concreto en 1906; es decir, cuatro años después que Guayaquil. “Aquí había buena capacidad económica, además de que se requería una ciudad más resistente al fuego”.

En la década del 20, gracias al boom cacaotero, esta urbe ecuatoriana era una de las ciudades más prósperas del continente, en relación a su tamaño, señala Compte. “No se limitaron a hacer edificios, sino que había que levantar palacios. El palacio de la Biblioteca Municipal, el Palacio Municipal, el palacio de la Gobernación, el edificio del Correo era el palacio de las comunicaciones y hasta el llamado palacio del hospital general (hoy Luis Vernaza)”.

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Llega a Guayaquil en 1923

Francisco Maccaferri nació en el poblado de Cilavegna, cerca de Milán, como el último hijo de una acomodada familia de siete hijos, la cual tenía una tradición como maestros constructores. Eran tiempos en que la arquitectura era parte de la escuela de Bellas Artes, ya que las universidades no la reconocían como carrera independiente. 

Se gradúa y comienza a colaborar con el arquitecto Piero Porlaluppi, quien al parecer lo entusiasma para participar en un concurso organizado por la Compañía Italiana de Construcciones para diseñar el Palacio Municipal de Guayaquil. Su propuesta es la ganadora y llega a esta ciudad en julio de 1923, tras lo cual forma parte de una comunidad de arquitectos y artistas que buscaba privilegiar la línea clásica italiana frente a la arquitectura moderna.

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A través de la Compañía Italiana de Construcciones, por esos años también se involucra en la edificación del nuevo hospital general (hoy Luis Vernaza).

Debido a aprietos económicos, la obra del Palacio Municipal se paraliza en 1927 y Maccaferri regresa a Milán. Pero luego el Municipio vuelve a contratarlo para, ya de manera independiente, sin la participación de la Compañía Italiana de Construcciones, culminar ese inmueble que se inauguró  el 27 de febrero de 1929. Coincidentemente, ese año marca el inicio de una crisis económica internacional que afectó al Ecuador, por lo cual con ese edificio palaciego en Guayaquil se cierran los grandes proyectos dedicados al estilo clásico italiano.

Pero esa línea permanece durante algún tiempo más en su trabajo como arquitecto independiente que había ganado gran fama porque dos de sus obras, el edificio Janer y la casa Izquieta Pérez, habían obtenido  el primer y segundo lugar, respectivamente, en los premios al ornato organizados por la Alcaldía en 1924.

Le encargan el diseño del muelle aduana que planeaba levantarse en la zona del Malecón y avenida Olmedo, pero no se construye por falta de recursos. También trabaja en la fachada de la iglesia San José (av. Eloy Alfaro entre Huancavilca y Manabí), la cual emplearía hormigón armado. 

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Maccaferri fue uno de los primeros arquitectos en usar hormigón armado en Guayaquil, en tiempos en que la ciudadanía aún no confiaba que un pesado edificio logre la frescura de las viviendas de madera. Por ello, incluso, hubo casos en que el arquitecto diseñaba la obra con miras a ser construida en hormigón armado, pero el propietario ejecutaba los planos con madera.

Primera Escuela de Arquitectura

En 1927 abre su propio taller de diseño arquitectónico, ubicado primero en las calles P. Ycaza y Baquerizo Moreno, donde opera por nueve años hasta trasladarse a su vivienda en la esquina de la av. 9 de Octubre y Los Ríos.

El Municipio vuelve a contratarlo para diseñar los servicios higiénicos municipales de la plaza del Centenario y aquellos destinados a los trabajadores del Mercado Central. “Un detalle interesante sobre estos últimos es que durante la inauguración el representante municipal mencionó que buscaban que esos baños tengan diseño y acabados de lujo, con mármol, para que quienes ingresaban sintieran que entraban a termas de los tiempos de los romanos”, indica Compte.

Un detalle interesante sobre estos últimos es que durante la inauguración el representante municipal mencionó que buscaban que esos baños tengan diseño y acabados de lujo, con mármol, para que quienes ingresaban sintieran que entraban a termas de los tiempos de los romanos”.

En 1930, a los 33 años de edad, Maccaferri funda la primera Escuela de Arquitectura académica del Ecuador en la Universidad de Guayaquil. La carrera dura cinco años y Maccaferri fue al inicio el único docente que acogió a nueve alumnos. El primer graduado en 1938 es el arquitecto Héctor Martínez Torres, quien luego se graduó además de ingeniero civil. 

A inicios de la década del 30, Maccaferri se afianza en un periodo ecléctico de su trabajo, en el cual mantiene trazos de las construcciones palaciegas italianas, pero ya comienza a observarse un tono algo moderno, lo cual exhibe en palacios contemporáneos que construye como viviendas en zonas como el barrio del Centenario.

Lo moderno comienza a imponerse en esa década de manera paulatina en la ciudad, casi en paralelo a desarrollos similares en Europa y América Latina, pero como respuesta a la necesidad de que la construcción de edificios resulte más económica. “Construir palacios resultaba caro”, indica Compte, quien agrega que Francisco Maccaferri diseñó 50 construcciones en su vida profesional, de las cuales 49 eran destinadas para Guayaquil, urbe en la que falleció en 1973, y solo una para su Italia natal.

En resumen, este profesional italiano atravesó por tres grandes momentos en su trabajo: academicista (legado clásico de Italia), ecléctico (transición) y moderno (vanguardia que rompe con la tradición clásica italiana). Y mucha de esa herencia aún respira con sanas aspiraciones de realeza en distintos puntos de la ciudad. (I)