Es evidente que las ideas en su cabeza se mueven a una velocidad que las palabras apenas alcanzan. Aparecen, se iluminan, se mezclan y danzan juntas hasta que alguna se disuelve mientras otra está naciendo. Solo él puede ordenarlas, atraparlas y materializarlas (aunque siempre se escape alguna) para darle sentido a su realidad. 

El universo de Dante Anzolini, actual director residente de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil (OSG), ha funcionado así desde su infancia. A los cinco años, capturó las notas de un piano que solo existía en su cabeza y que dibujaba con sus manos, pero cuya melodía sonaba tan fuerte dentro de sí que le permitió soñar con una realidad muy distinta a la de aquel gueto italiano en Buenos Aires (Argentina) donde nació. “Sin la música, nunca habría salido de ese suburbio, nunca. Y nunca me imaginé que llegaría a Nueva York, a dirigir en el MET (Metropolitan Opera). Nunca”, dice mientras los recuerdos se deslizan (por un instante) como diapositivas por sus ojos. 

Vivir al ritmo de ese fluir de ideas, como una fuerza natural que domina todo a su paso,  puede resultar agotador. La música se adueñó de todo, lo tomó de la mano y lo llevó durante décadas de país en país,  de teatro en teatro, de océano a océano. Por eso, postularse  en 2017 para el cargo de director de la orquesta sinfónica de esta ciudad fue parte de ese afán de poner una pausa a esa vida itinerante. “Viajaba muchísimo, así que cuando revisé la convocatoria que se publicó online, me pareció seria y entonces pensé: ¿por qué no? Asentarme en un lugar, en vez de viajar todo el tiempo. Me dedico a dirigir y a la tarde, me pongo a componer y ya está. Me quedo tranquilo. Por eso vine, tan simple como eso”. Igual de simple, afirma, es verificar la transparencia del concurso que ganó y por el cual recibió su nombramiento. “Todo está documentado por las votaciones de jurado y orquesta”. 

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Naturaleza que atrapa

Dos años después, esa idea de una estadía en calma se ha desvanecido: “Tengo que descansar más”, confiesa. “En dos años no he salido de vacaciones”, revela. “Admito que soy workaholic, pero las cosas aquí se salieron un poquito de control”, ríe. Aunque ninguna de esas frases es realmente una queja porque esa satisfacción de un trabajo bien hecho se abre paso rápidamente entre todo ese cansancio. “Me pone contento cuando la gente aplaude. Pero con todo respeto, yo hago música porque me gusta  y el aplauso, lo aprecio, sobre todo para quienes dirijo. Me pone contento que estén felices adelante (el público) y atrás (los músicos). Cuanto más transparente sea la cuestión y yo sea una especie de vidrio por donde pasa la imagen, me voy a dormir tranquilo”.

Pero un director, reconoce Dante, no logra nada por sí solo. Los cambios que el público puede apreciar hoy en la OSG, los atribuye por completo al trabajo en equipo.

“Cuando vine a trabajar vi el potencial en el grupo, pero considero, modestamente, que ha habido un gran salto y no señalo como único causante al capitán. El capitán puede decir cien mil cosas, pero si los marineros no hacen, te vas directito al iceberg y no te salva ni Cristo. En cambio, en este momento existe esa conciencia de grupo, existe ese sentir de que vamos brindando cada vez lo mejor de lo que tenemos”. 

Interpretar obras cada vez más complejas, dice, ha fortalecido a los miembros de la orquesta. Los hace evolucionar. “El grupo entero creció porque el repertorio  creció, eso los potencia. Les da la seguridad de que pueden lograrlo y lo hacen cada vez mejor”.   

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Hace una pausa para imaginar. Su mente se adelanta a marzo del 2021, fecha en que terminaría su contrato como director de la sinfónica, y entonces dice: “Me encantaría dejarla posicionada como una de las mejores del continente. Ya tiene un nivel bastante importante, pero yo quiero más”. Y entonces sus manos se suman a ese esfuerzo de moverse al ritmo de sus anhelos. “¡Como una orquesta standard de Europa! Que te hacen ópera, que te hacen ballet,  películas, música de cine, repertorio sinfónico, que se transforme en una costumbre. Que la gente vaya y escuche todo eso. ¿Quieren ópera? ¡Pum! ¡Ópera! ¿Quieren música popular? ¡Pum! ¡Música popular ecuatoriana! ¿Música de cine? ¡También lo ponemos!”. 

La música como brújula

“¿Viste que a veces uno quiere borrar el pasado?”. Dante recuerda muy poco sobre cómo logró aprender a tocar el piano sin tener el instrumento  (tocaba en uno que le prestaba a veces un dentista que vivía por su casa), pero se acuerda muy bien de qué color era el cielo cuando finalmente su abuela materna logró comprarle uno. “Era un sueño y lo primero que hice fue sentarme, improvisar y componer”. 

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Él sabe muy bien el impacto que una sola nota musical puede tener sobre un niño y sobre una comunidad de escasos recursos, así que  sus próximos pasos van en esa dirección.  “Lo que sigue es ir a los barrios, ya lo estoy organizando y cuanto más suburbio, mejor”. Quizás, algunos de los niños de ese público encuentren también en la música ese ‘norte’ tan necesario en la vida. 

Uno de sus sueños permanentes es volver a sus raíces, lo cual siente que puede aspirar en Guayaquil debido a que sus barrios populares se parecen a aquel donde nació y creció. “Me interesa muchísimo llegar allá.  Porque es algo que sé desde chico: intentar hablar con alguien que no entiende lo que digo. Nunca podía comunicarme sobre lo que me interesaba (la música), a nadie le importaba, nadie lo entendía”. 

Pero el Dante adulto ya lo resolvió. ¿Cómo llevar a la música sinfónica a zonas populares? Lo principal es que asistir sea gratis. “Nosotros no teníamos dinero para ir a un concierto, la primera vez que fui ya tenía 15 años. Si eres de un suburbio, ¿cómo vas a ver un concierto?”.

Y luego plantea una estrategia inicial de tres pasos. El primero, transcribir en forma sinfónica eso que ellos escuchan. “Hicimos la cumbia La chonera, la tocamos en Bahía de Caráquez, en Salinas y en las islas Galápagos, la gente salía a bailar. ¡Es preciosa! ¡El arreglo, buenísimo! Y así vas con lo que la gente conoce”. 

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El segundo paso es aún más cautivante: la música de las películas. “La gente abre los ojos cuando se da cuenta de que La guerra de las galaxias está frente a ellos. La imagen está basada en ese sonido y ese sonido lo tienen allí adelante y lo están tocando sus compatriotas. ¡Es un ecuatoriano tocando delante de ti. Mirá que sí se puede hacer!”.

 Y, finalmente, llevarles lo que no han visto y que no escuchan y explicárselos. “Apreciar cierto tipo de belleza es conocer más al mundo y más a uno mismo”. 

Dante, el compositor

Aunque por varios años desatendió la tarea de escribir música propia, ha decidido retomarla  para sumarse a la celebración nacional de los 250 años del nacimiento de Alexander von Humboldt a través de un poema sinfónico de su autoría,  por sugerencia de Ramón Sonnenholzner, director de la Fundación Garza Roja, a quien señala como ‘su autor intelectual’. 

“Hice un trabajo de investigación y encontré una pieza costeña lindísima, que me encanta. Y la uso para mostrar una relación donde la gente escucha su música, pero como en un laberinto, que da vueltas,  no  se sabe de dónde viene, solo escuchas la melodía que empieza de la nada y termina en una potencia inusitada”, explica. “También hay música complicada, la visión de la naturaleza, por ejemplo, es monumental. Y cosas muy íntimas, de canto simple”. Así se aproxima a describir la composición, mientras la visualiza (y quizás hasta escucha) en su mente.  

La música que habita en Dante no puede explicarse.  Como la naturaleza, la ‘madre’ música solo es. “Así nací, ¿qué voy a hacer?”.

El estreno del poema sinfónico será el viernes 29 de noviembre.  Ese mismo mes, el 7 y 8, la orquesta ofrecerá conciertos para celebrar su aniversario 70.