Como ninguna otra expresión visual artística, el cine tiene el poder de remontarnos no solo al pasado, sino a dimensiones futuristas o imaginarias de nuestra propia existencia. Ningún otro director trascendió en el firmamento cinematográfico como Orson Welles (1915-1985), quizás porque a sus tempranos 25 años realizó lo que para historiadores y críticos se convirtió en “la mejor película de todos los tiempos”: Ciudadano Kane (1941), no solo porque allí se rompían las reglas básicas del montaje y la filmación de una película, sino que se inventaban otras.

La restauración de Al otro lado del viento, la película que él dejó sin terminar hace medio siglo, nos enfrenta a la creatividad ilimitada de un artista visionario que nunca tuvo el apoyo de Hollywood ni el merecido reconocimiento que le dio la crítica europea. Cada película de Welles era una exploración en tierras vírgenes y su genio es inmortal.