Desde que Juliana Mariño tenía diez años supo que su pasión era la actuación. Desde entonces ha formado parte de los grupos teatrales de los colegios en los que ha estado. Ahora tiene 17 años y en pocos días se graduará de bachiller.

Ella sabe lo que quiere estudiar en la universidad, pero teme decírselo a sus padres porque en alguna ocasión ellos le comentaron que “el teatro estaba bien como un pasatiempo, pero que en el futuro eso no le pagaría las cuentas”.

Su caso es como el de muchos jóvenes que se sienten inclinados hacia una carrera en especial, pero que por complacer a sus padres eligen otra. ¿Hasta qué punto deberíamos influir los padres en las decisiones vocacionales de nuestros hijos? ¿Cómo podemos alentar en ellos una vida profesional sin pisotear sus sueños? Son algunos de los cuestionamientos que se hacen muchos progenitores que tienen a un hijo a punto de graduarse.

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Martha Paredes, psicóloga educativa, refiere que la posición más sana que puede adoptar un padre es delegar responsabilidad y depositar confianza en las decisiones de sus hijos.

“Como guías no podemos asumir las responsabilidades de sus vidas. Debemos soltarlos un poco y dejar que incluso cometan errores”.

Apunta que el hecho de dejarlos tomar sus decisiones “refuerza la confianza del joven en sí mismo y su entorno”.

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“No es sano presionar a nuestros hijos para que escojan una determinada carrera. Si hoy los obligamos, mañana lo abandonarán y no serán felices y como padres debemos de buscar que ellos no solo sean exitosos, sino también felices”.

Esta lección la aprendió Roberto Vera con una de sus cinco hijos. Él y su esposa son abogados, así como tres de sus vástagos. Alexa, la cuarta de la familia, no sentía la misma pasión por las leyes y al poco tiempo abandonó la carrera. Ahora su última hija Solange se graduará y está dispuesto a apoyarla en todo: ella quiere seguir artes visuales.

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Uno de los consejos que da el psicólogo y maestro Fernando Plúas es reforzar todas aquellas habilidades que se ven desde tempranas edades. “Hay muchos chicos que les gusta el arte, como por ejemplo la pintura, si vemos que les atrae me parece muy saludable inscribirlos en cursos para que vayan probando si eso les gusta, o que lo descarten si solo fuese algo pasajero”, apunta.

Comenta que el tiempo de graduación es una etapa de muchas transiciones en la que “algunos chicos no están seguros de qué carrera escoger”. Para esos casos recomienda recurrir sin ningún miedo a los asesores educativos “que de alguna manera pueden orientar al joven en base a sus intereses”. Dice que si es necesario un año sabático para aclarar las ideas, es muy válido. (I)