La oferta de elaborar un proyecto de graduación por un precio existe desde hace décadas. No es un negocio que se oculta, sino que se lo anuncia con naturalidad. Al parecer, no plantea un dilema ético para los involucrados. ¿Cuál es la postura de la academia sobre esto?

“La ética es la dinámica de la excelencia que mejora la existencia a cada paso y empareja mejor cada acción con la idea de lo que queremos ser”, afirma Germán Maldonado, Ph.D. y docente de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ).

De acuerdo con el catedrático, la ética es indisociable de la educación, pues este diálogo permite al ser humano hallarse con su propia realidad y definir su lugar en la sociedad. “Entonces, la educación no solo es el camino que crea las condiciones de posibilidad para ser libre y por ende ser ético, sino que es momento del aprendizaje de la dinámica que lo lleva a ser responsable, a asumir las consecuencias de las propias acciones. Ser educado es ser autónomo y responsable”.

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Sin embargo, las aulas de clases son también el escenario donde estudiantes se ven tentados a quebrantar las normas de la institución a favor de una gratificación rápida: aprobar una clase, entregar un trabajo, pasar de año.

Si bien hacer trampa es una decisión consciente e individual, el engaño también se fomenta cuando las instituciones están diseñadas para que sus asistentes cumplan principalmente con ciertos requisitos académicos.

“Muchos agentes que participan en la educación han confundido la evaluación con la calificación; creen que educar es hacer al estudiante receptor pasivo de información; o creen que educar es hacer una capacitación o una instrucción para ocupar un rol laboral”, comenta Maldonado.

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“Si el modelo educativo no busca la comprensión de la realidad, ni la generación de discursos propios, el estudiante estará condenado a la mediocridad de satisfacer procesos sin sentido y obtendrá deshonestamente los insumos que requieren estos procesos”.

El educador advierte que tampoco se solucionará con una mayor vigilancia por parte de las autoridades educativas, pues, si una institución requiere mayor control, entonces solo evidencia una mayor debilidad en su sistema. “El papel del docente es muy diferente del vigilante. La tarea del control externo no es parte de la educación. El motor de los actos debe ser la propia convicción. A esto se conoce como autorregulación. Si un profesor debe reemplazar al estudiante en la responsabilidad, no hay un diálogo que permita la construcción de verdad y de conocimiento, sino un simple hecho de repetir sujetos en serie”.

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Quién pone las reglas
Trabajar hoy en ética y moral es difícil, pero hay que hacerlo y con fuerza, declara el doctor Abelardo García, director del Instituto Particular Abdón Calderón.

La escuela es una caja de resonancia de lo que pasa en la familia. “No hay mejor manera de enseñar que el ejemplo. Podemos dar mil discursos, pero si la teoría va por un lado y la práctica va por el otro, es difícil que el niño se haga responsable”.

Obviamente, la escuela no puede desentenderse, tiene que estimular y racionalizar lo que el niño ve en casa, explicarle por qué y para qué se es veraz, solidario y amable. Es un proceso complicado, en el que padres y escuela tienen que ser socios muy cercanos para hablar un mismo lenguaje.

De lo contrario, el doble discurso confundirá al niño y le mostrará que siempre existe la opción de hacer lo que más le convenga. Olvidarse de los otros y poner el yo por encima de todas las cosas. “El relativismo”, indica el doctor García, “es una de las grandes complicaciones que nos ha traído el siglo XXI, la duda entre qué tanto de verdad o de mentira contiene algo. Hemos hecho demasiadas concesiones y el niño a ratos no sabe qué hacer, a quién imitar”.

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Egocentrismo y ética
El mundo de este siglo, continúa diciendo el educador, es egocéntrico. Así como preocupa que el niño pequeño no quiera compartir el juguete, cabe preocuparse porque de mayor sea capaz de compartir ideas (y respetar las de otros).

Un mecanismo para llegar a esto es el trabajo cooperativo. Al compartir, el niño aprende el respeto fundamental al pensamiento del otro. Desde allí construye su marco ético, porque descubre que el otro tiene palabra, criterio y propuestas propias. “La prueba es cuando acepto que esa otra idea supera a la mía, y tengo que sumarme a ella. La verdad no es lo que yo diga, sino lo que entre todos vamos descubriendo”.

Un cambio de metas
Si el proceso formativo falla y no hay respeto al otro y a sus ideas, se producen comunidades autodestructivas, indiferentes al robo de ideas (o de cualquier bien). Es un problema a largo plazo que afecta a las sociedades, cuya razón de ser es el bien común. ¿De qué sirve la comunidad si cada quien busca el propio provecho?, se pregunta García. El trastoque de valores confunde a los más jóvenes. Si la meta es conseguir dinero, cualquier método es válido. “Pero si la meta es el crecimiento personal en buena lid, se acepta que el dinero viene como añadidura”.

De esto deben asirse padres y educadores, pues son ellos quienes trazan las metas para los niños y adolescentes. “Muy poca gente pide a los hijos que escojan carreras que los realicen. La mayoría intenta presionar para una carrera exitosa” (en lo monetario). ¿Qué tal proponer metas como el honor personal y familiar?

Robo de ideas
Cuando la educación se invierte en lo cognitivo y olvida las otras facetas de la inteligencia, en especial las que comprenden la voluntad, fracasa. “El niño que no es trabajado en busca de la verdad, crece diciendo mentiras. Y si le va bien diciendo mentiras, ¿por qué va a cambiar?”, reflexiona el doctor García.

Empieza a copiar, la escuela y los padres lo permiten (o lo aplauden). Luego, el mundo le enseñará que es posible hacer pasar como propio algo ajeno. “Y si tiene la suerte de que nadie se dé cuenta, seguirá avanzando”, pero no muy lejos, advierte, pues “el propio conocimiento le va a pasar factura; como fue robando ideas, al momento de proponer las propias, no podrá”.

La copia, resume García, no es más que el robo de las ideas del otro, y recomienda quitarle la relevancia a las notas para devolvérsela a la formación. “Es un viejo axioma pedagógico, el abanderado del colegio no es el abanderado de la vida.

Hay que romper modelos de éxito que se quedan en sacar buenas notas y hacer dinero”. (D. J. L., D. V.)