Un niño, aunque haya empezado a hablar, no se expresa como un adulto. Su oralidad es distinta. Cuando hay algún tipo de trauma, estas expresiones se acentúan. No significa que no pueda dar señales de lo que le pasa, pero los mayores necesitan saber hablar su lenguaje para poder captarlas.

“Tenemos que estar atentos, observar las señales que nos dan a través de los juegos y de los dibujos”, dice María Cecilia López, especializada en Psicoanálisis de Niños. El simbolismo que hay en estas expresiones no es difícil de detectar, “y al aprenderlo podemos salvar muchísimas vidas”.

Por supuesto, esto es un comienzo, no son los únicos indicadores. María Beatriz Müller, especializada en enfermedades psicosomáticas y en encuentro psicoanalítico, menciona cambios de conducta, pérdida de logros adquiridos, estados regresivos y otras alteraciones. “Hay que tomar al niño en su contexto y no hacer un recorte sesgado de la cuestión”.

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Pues hay niños que están tan mal que han dejado de dibujar y de jugar. “La ausencia de juego o el juego repetitivo (llamado en psicología juego traumático) nos están diciendo algo”, aporta López, quien además es escultora y profesora de artes plásticas.

Más complejo es encontrar indicadores en bebés, que aún no han empezado a hablar, pero cambian su lenguaje corporal: llanto continuo, mirada ausente.

“El mejor tipo del mundo”

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Müller y López, terapeutas argentinas, estuvieron en Guayaquil este fin de semana, dictando el Seminario Internacional Herramientas de Detección y Tratamiento del Abuso Sexual, organizado por Ecuador Dice No Más, y dirigido a profesionales en psicología. Son coautoras de Los dibujos en el abuso sexual infantil (Maipue, 2012), Madres de hierro (Maipue, 2014) y la guía docente Prevención del abuso sexual en la infancia (Maipue, 2018).

En su experiencia, que las ha llevado a presentarse como testigos en procesos judiciales, se han encontrado con una figura hasta hoy difícil de definir, la del abusador de niños. Entonces se animan a hacer una descripción. “Es el mejor tipo del mundo. Bueno, atento, servicial. Siempre está ahí cuando se lo necesita. Colma de atenciones. Carismático. Comprador. Manipulador, sin que los demás se den cuenta”, empieza diciendo Müller.

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Puede brillar en todos los otros aspectos de su vida, continúa la psicóloga, pero en su sexualidad abusa de los niños.

Cuando esto sale a la luz, los que lo conocen saltan en su defensa, no lo pueden creer.

Es que resulta difícil anticiparse a alguien así, reconoce Müller, y agrega: “Pero como no existe la persona perfecta, si alguien te parece perfecto, duda. Es preferible a seguir creyendo”.

Porque, además, es alguien que no va a admitir nada. “En los años que llevamos en esto (más de 20), nunca nos hemos encontrado con uno que dijera que sí, lo hizo. A pesar de que después terminan presos”.

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El mito de la madre cómplice

¿Qué pasa con las madres en todo esto? En muchos casos están obnubiladas, dice Müller, con la imagen de ese alguien, y les cuesta mucho ver y más creer. Cuando al fin se dan cuenta, empiezan a recordar las señales. “Anticipar”, reitera Müller, “es difícil. Los abusadores eligen mujeres con hijos para hacer pareja, no por ellas, sino por los chicos. O tienen hijos solamente para tenerlos a su alcance. ¿Cómo prever todo eso?”.

López también opina que se puede juzgar mal a las madres como cómplices, cuando la mayoría son víctimas, como sus hijos. Pero hay otros escenarios, situaciones de violencia intrafamiliar en que las mujeres no pueden salir. La agresión al niño entra como parte del castigo hacia la madre. “En estos últimos años, el abuso sexual a los niños está considerado como parte de la violencia de género”, pues cada vez son más frecuentes los casos en que, cuando la mujer logra separarse, el violento mata a los hijos o los abusa, en venganza.

La historia del abusador

Las psicólogas insisten en que no es correcto pensar en el abusador como alguien que tiene una enfermedad mental. Están en desacuerdo con que se trate de una patología. Para ellas, abusar sexualmente de los niños es una elección consciente.

Tampoco es cierto que todos hayan sido abusados en su niñez o adolescencia, aunque haya tenido una muy mala infancia. Y no todo niño abusado va a hacer lo mismo a otros en el futuro. “Aclaramos esto”, señala Müller, porque “de lo contrario se pensaría que al abusado no le quedó más remedio que repetirlo, y no es así. Eligió un modo de vida”.

Lo que desea el agresor es el poder. Su búsqueda no está en el contacto físico, sino el poder que ejerce sobre la madre, sobre el niño. “No está vinculado al placer sexual genital, como mucha gente cree”, advierte Müller, quien es directora del Centro de Investigación y Asistencia Psicosomática (Ciapsi), en Buenos Aires. “Su mayor placer es saber que tiene a ese pequeño bajo su dominio”. Esto, recalca, hay que aceptarlo como es.

Es una personalidad en la que el desarrollo psicosexual se detuvo en una etapa temprana. “La ley no existe para ellos. Lo que está bien es lo que ellos piensan y hacen, y los demás estamos equivocados”. No hay culpa, empatía ni arrepentimiento. “Están por encima de la gente”.

La psicóloga recuerda a un hombre que se defendía diciendo que amaba tanto a su pequeña hija que le hubiese gustado tenerla en su mesita de noche. “Eso habla claramente del lugar en el que coloca a la niña, como un objeto”. En algún momento, concluye, se delata con alguna frase que “pinta de cuerpo entero sus verdaderas intenciones”. Por eso, para detectar es imprescindible la entrevista psicológica.

Esperanza para las víctimas

Aunque esta ha sido una época muy buena para que las víctimas dejen el silencio, los profesionales de la salud mental todavía no han terminado de trabajar en cómo ayudarlas a no seguir sufriendo. Las especialistas señalan muchas malas prácticas, sumadas a la injusticia. Sin embargo, están convencidas de que estas personas tienen posibilidades de llegar a tener una buena vida, y allí hay que concentrar los esfuerzos, “nos falta un largo camino en la vereda de la víctima”, como la llaman.

¿Se puede superar el trauma? “Totalmente”, afirma Müller. “Hay una sola cosa que no se supera, que es la muerte. Después de eso, todo lo que te pase en la vida, con un buen tratamiento y gente capacitada, lo puedes lograr”. Mientras más joven fue la persona cuando sucedió el abuso, más largo será el proceso, pero vale la pena. “Si es niño, tiene que atravesar todo su desarrollo evolutivo, para con cada etapa ir comprendiendo qué le pasó. No hay que ocultar nada. Adquirirá nuevas herramientas para enfrentarse con lo vivido. Lo tiene que aceptar, sufrir y luego elaborar a través del simbolismo o la palabra”.

Eso sí, establece López, “no trabajamos con la terapia del olvido. El olvido no existe. El trauma explota en cualquier momento. La única forma es enfrentarlo y atravesarlo acompañado de alguien que te ayude. Y el tiempo”.

Escuchar el relato del niño

Los chicos abusados están atravesando un trauma y no se animan a contar por vergüenza, por culpa, porque han sido amenazados, porque no saben expresarse. “Y también, a veces, porque hay ambivalencia”, afirma Beatriz Müller. “El abuso se da en el ámbito familiar: una persona a la cual chicos quieren, que les está haciendo daño”. Así, el abusador obliga al niño a tener un doble vínculo: los chicos tienen que tolerar el abuso, disociarse entre lo que ama y lo que aborrece, y seguir con su vida llevando esa carga.

Por esto y por las características carismáticas o violentas de los abusadores y la credulidad o miedo de los otros adultos a cargo del niño, al momento de hacer el diagnóstico los profesionales tienen que guiarse por el relato del pequeño y los indicadores en su conducta, no por la versión ni la imagen de los padres o familiares, recomienda María Cecilia López.
La figura de un abusador en la familia es ambivalente, sobre todo para niños muy pequeños, que no entienden lo que está pasando, hasta que los lastiman. “El abuso no conlleva acceso carnal desde el principio, empieza con cosquillas, roces; hasta que el chico intuye que algo está realmente mal, pasa algún tiempo”, indica López.

Y aunque confirme sus temores, no puede expresarlo, porque no en toda familia se da educación sexual preventiva.
En el abuso entran en juego otras cuestiones. El agresor estimula ciertas zonas del niño para producir sensaciones placenteras,  y eso confunde a la víctima, lo cual contribuye al silencio. “A veces”, indica Müller, “no hay amenaza, solo un pacto de silencio que tiene que ver con el secreto, que es la columna vertebral del abuso, entre el niño que no entiende lo que pasa y el abusador que sabe muy bien lo que está haciendo”.

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