La plataforma Netflix puede darnos maratones interminables de series de ficción con suspenso, drama y aventura. Pero también puede darnos lo mismo mostrándonos la vida real. Así funciona con la serie titulada El otro turismo (Dark Tourist), en la cual el neozelandés David Farrier recorre sitios marcados por la tragedia que, sin embargo, atrapan la atención viajera. ¡Sí, esos sitios macabros reciben turistas! “La vida puede ser peligrosa si eres un turista oscuro”, indica el periodista durante el tráiler de presentación, en el cual menciona que siempre se sintió atraído por el lado tenebroso del mundo, por lo cual decidió investigar sobre ese insólito tipo de viajes.
A lo largo de 10 capítulos, nos lleva de paseo por lugares para mostrar ese lado menos apacible del turismo que, si bien no resulta mortal, sí está cargado de adrenalina y estrés, componentes poco solicitados para unas vacaciones convencionales.
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La serie abre en Medellín, Colombia, donde Ferrier (ataviado con sus características bermudas con piñas) realiza un narcotour por los lugares donde transitaba Pablo Escobar, guiado por un sicario que laboró para el capo colombiano, Popeye, quien en su tiempo mató a más de 200 personas, según cuenta, entre ellas a su novia, por intentar entregar a Escobar a las autoridades. Popeye, quien pagó su culpa con 22 años en prisión, es un personaje famoso que vive de sus tours y de la recreación de su actividad como sicario durante dichos paseos y videos en la red. “Soy hijo de la violencia, de la sangre, de las rejas”, le dice Popeye. Y mientras caminan, varios ‘narcoturistas’ neoyorquinos se acercan para hacerse el selfie de rigor. “Es un sueño hecho realidad”, dice uno después de abrazar al sicario.
En ese mismo episodio, Ferrier viaja a la Ciudad de México para visitar a una sacerdotisa de la secta denominada Santa Muerte en el barrio de Tepito (la tenebrosa doña Queta) y una congregación que realiza exorcismos para espantar demonios.
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Farrier se adentra a bordo de un autobús lleno de turistas y un risueño guía local, encantado de protagonizar un nuevo tour radiactivo. “No me han salido cuernos ni más dedos”, tranquiliza mientras los turistas ríen de la ocurrencia".
Finalmente, el periodista se dirige a la frontera con Estados Unidos para conocer a los emigrantes que intentan abandonar México. O al menos eso quiere reconstruir: se une a otros dark tourists que pagan 50 dólares para recrear la huida de un emigrante, arrastrándose por escarpadas montañas, con tiros de fondo, sin provisiones, con robos falsos y narcos demasiado cinematográficos incluidos. Mientras son teatralmente atacados cerca de la falsa frontera, varios se ríen.
Con toque nuclear
Para el segundo episodio, el periodista vuela a Japón para visitar la provincia donde ocurrió la tragedia nuclear de Fukushima, el 11 de marzo del 2011, donde parece que la radiactividad sigue invadiendo el ambiente. Farrier se adentra a bordo de un autobús lleno de turistas y un risueño guía local, encantado de protagonizar un nuevo tour radiactivo. “No me han salido cuernos ni más dedos”, tranquiliza mientras los turistas ríen de la ocurrencia.
“Dicen que la vitamina D regula los efectos de la radiación”, comenta despreocupada una de ellas con un bote de pastillas en la mano. Teniendo siempre muy presentes los niveles de radiación, que aumentan por momentos, los viajeros visitan varios pueblos abandonados. Uno de los turistas, con flequillo de influencer, se hace un selfie al lado de los escombros que dejó el tsunami de Fukushima, cerca de unas lápidas, y se ríe porque al parecer no ha sacado su mejor perfil. Otros le siguen la gracia. “A veces nos reímos de cosas para tapar los nervios”, comenta Farrier tratando de buscar el lado filosófico de esta situación algo difícil de entender.
En ese capítulo, el reportero también visita un hermoso bosque japonés, llamado Jukai y ubicado en la base del monte Fuji, lugar famoso por ser el espacio predilecto de quienes desean suicidarse. Y luego va a una ciudad fantasma cercana a Nagasaki. En estos sitios deambulan singulares personajes: mientras Farrier y el mismo guía leen un cartel que previene contra el suicidio en el bosque, ven a dos turistas bajando de su automóvil. “Vimos videos en YouTube que decían que aquí viene mucha gente a suicidarse”, relatan con buen humor. “Pensamos que sería interesante visitarlo”.
Seamos claros: el tanatoturista puede ser cualquiera. Hay que evitar caer en el cliché de que el aficionado a estas vacaciones es el vecino con cara de excéntrico".
Los siguientes episodios ocurren en Estados Unidos, Asia Central, Europa, Sureste de Asia, África y, finalmente, de regreso a Estados Unidos. Tours de vampiros en Nueva Orleans, pláticas con fanáticos de asesinos seriales, recreaciones de la Segunda Guerra Mundial, ceremonias vudú y una sumergida a un lago creado a partir de una explosión nuclear forman parte de sus loquísimos destinos.
“Me gusta mucho la muerte”, dice una mujer antes de unirse a un tour sobre la vida de un famoso caníbal estadounidense. “Nadie quiere que lo maten y nadie debería alegrarse de eso”, ríe nerviosa esta fan de Jeffrey Dahmer, ya fallecido. Ella, emocionada como una niña que juega con lo oscuro y amargo, define la esencia del ‘dark tourist’ o su más que pintoresca traducción: ‘tanatoturista’.
Seamos claros: el tanatoturista puede ser cualquiera. Hay que evitar caer en el cliché de que el aficionado a estas vacaciones es el vecino con cara de excéntrico. El tanatoturista planea sus vacaciones en lugares asociados con la muerte y la destrucción, movido por el morbo y la curiosidad de quien, parece, no le teme a nada. Farrier lo llama turismo negro, “un fenómeno global de gente que huye de lo habitual”
Fuentes: El Economista (México), El Confidencial (México).