Solemos creer que las actividades artísticas o deportivas son intereses que no todos los niños germinan y que pueden progresar sin ellas. Que son talentos de unos cuantos. Pero cultivar ambas disciplinas es crucial para su desarrollo personal, por sus beneficios a nivel cognitivo, psicológico, social y emocional.

Además, potencian una serie de habilidades vitales para su progreso académico y autonomía personal. Perseverancia, autocontrol, confianza en sí mismo, autoestima, seguridad para expresarse y fomentar el diálogo, concentración, colaboración son una muestra de estas competencias.

Artes para triunfar

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“Parece que hay una obsesión por conquistar las materias STEM (ciencias/science, tecnología, ingeniería/engineering y matemáticas), olvidando las habilidades que ofrece el arte”, manifiesta Lisa Phillips, educadora y autora canadiense. “Aunque son notables por su valor intrínseco, las artes también promueven capacidades valiosas para la vida académica. De ahí a que más educadores empiezan a promover currículos STEAM, con énfasis en la A, de arte”.

Phillips es responsable del libro Habilidades que los niños necesitan para triunfar en un mundo controlado por el hemisferio derecho del cerebro. Para ella, la formación artística no debe reservarse solo a los talentosos, sino promoverse en todos los escolares como un medio para fortalecer su pensamiento crítico, la comunicación y el ingenio para soñar en grande.

La creatividad, sin duda, es la que más florece en esta rama: la aptitud para engendrar ideas, tomar decisiones en situaciones difíciles, pensar ‘fuera de la caja’. Un buen programa de arte debe pedirle al niño, por ejemplo, recitar un monólogo en seis formas diferentes, recrear con pinturas un recuerdo o componer una pieza musical.

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El teatro fomenta la confianza para adueñarse de un escenario. Esto alienta a los menores a salir de su zona de confort y a sentirse cómodos en los ensayos cometiendo errores para aprender de ellos. Están formando la seguridad en sí mismos. La comunicación no verbal, elemental en el teatro y la danza, enseña la importancia de entender los mecanismos del cuerpo que expresan sin palabras las emociones.

Pensamiento más ágil

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La creación artística es producto de resolver un problema. ¿Cómo convertir esta masilla en una escultura? ¿Cómo interpretar las emociones a través de la danza? Sin saberlo, los estudiantes constantemente son desafiados a solucionar dilemas, que a la vez enriquece sus competencias en razonamiento y comprensión, vitales para todas las profesiones.

Aprenden perseverancia cuando reconocen que es necesaria la práctica para poder tocar un instrumento. Y no rendirse hasta conseguirlo. En un mundo competitivo, donde cada vez más se requiere que los profesionales cultiven nuevas habilidades, la perseverancia es esencial para lograrlo.

Las destrezas de responsabilidad y la colaboración van de la mano. En una producción teatral o coreográfica, los niños trabajan en grupo, comparten obligaciones y se comprometen en un objetivo común. Al mismo tiempo reconocen que sus contribuciones son valiosas en cualquier medida y que si no cumplen su rol, hay consecuencias.

“Pero lo que resulta fundamental en todo esto es que los padres potencien todo este arte en los pequeños en casa”, puntualiza María José Roldán, maestra y psicopedagoga.

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Valores en los deportes

El deporte y los juegos constituyen una forma amena de aprender valores y lecciones que duran toda la vida, señala un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la infancia (Unicef). Promueven la amistad, el respeto y el juego limpio, el trabajo en equipo y aportan disciplina para hacer de los niños unos adultos comprometidos y capaces de adoptar posiciones de liderazgo en sus comunidades.

La participación en actividades deportivas también fortalece la primera infancia hasta la adolescencia a nivel físico, psicológico, social y mental. El primero está relacionado con la salud, pues estar en movimiento aporta al buen estado de los huesos, músculos, articulaciones. Permite controlar el peso corporal y reducir los niveles de lípidos y la presión arterial.

Además, reducen los síntomas del estrés y la depresión, mejorando la autoestima. Esto, a su vez, incide positivamente en el rendimiento escolar. De acuerdo con Unicef, en uno de sus estudios se mostró que niños y niñas de 6 a 12 años, que dedicaron cinco horas semanales a la actividad física, tuvieron un rendimiento académico significativamente mejor que los niños que ejercitaron solo 40 minutos.

Sociedad más armoniosa

Unicef también encontró que ejercer un deporte colabora en la prevención de problemas sociales donde los jóvenes son protagonistas. En primer lugar, ayuda a reducir el nivel de delincuencia. Aunque sus causas son múltiples y complejas, el deporte podría influir directamente en su reducción. Al estimular el gusto por la aventura, se propicia un uso positivo del tiempo libre, lo cual les da a los jóvenes un propósito.

También contribuye a desmontar los estereotipos de género, pues impulsa a las niñas y jovencitas a afirmar su lugar en la sociedad, contradiciendo la idea de que las niñas son más débiles que los niños. Adquieren autoestima y respeto por su cuerpo. Y les prepara a ejercer liderazgo, a ser autosuficientes y autónomas. El deporte las expone a modelos femeninos, lo que hace que sus metas en otros aspectos de la vida les parezcan alcanzables.

En el caso de niños con discapacidades, el ejercicio les enseña confianza en sí mismos, que pueden trasladar a todas las facetas de su vida. A la hora de encestar o de anotar un gol, lo que cuenta son las habilidades y no las discapacidades.

Para que estas acciones se conviertan en buenos hábitos, deben adquirirse temprano en la vida. Los menores que hacen ejercicio tienen más probabilidades de mantenerse activos físicamente de adultos. (G.Q.)

Fuentes: Unicef, The Telegraph