En el balde de una camioneta, en un carro mortuorio y hasta dentro de un expreso escolar llegaban los ataúdes de los fallecidos por COVID-19 y otras patologías al ingreso lateral del cementerio Ángel María Canals, en el suburbio de Guayaquil. Allí acudieron tres o cuatro familiares por cada fallecido y con estricto control de bioseguridad ingresaba cada grupo a ese camposanto para poder darle el último adiós a su ser querido.