Mira con tristeza a su hijo de 3 años, mientras le da una bebida bajo un sol extenuante de media tarde guayaquileña. Nicole O. tiene 20 años, está embarazada de 8 meses y lucha en las calles para sobrevivir. Con voz tímida manifiesta su desesperación por no tener un trabajo porque al estar en la calle no es nada fácil. Ella saca dulces de su pequeña maleta y los ofrece a los conductores que detienen la marcha cuando el semáforo está en rojo en la avenida Orellana, sector de la Kennedy, norte de Guayaquil.

“A veces me hago al día $ 5, otros días algo más y es una bendición, porque ya tengo para el almuerzo, pero en algunas ocasiones la familia nos acostamos sin merendar y desayunar o a veces almorzamos un vaso de leche y una galleta”, comenta.

Ella vive en la cooperativa Balerio Estacio, noroeste de Guayaquil, junto a su pareja, quien se dedica a limpiar parabrisas en otra avenida de la ciudad. Su mamá le ayuda vendiendo caramelos en el mismo sector donde Nicole labora desde las 10:00 hasta las 18:00.

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Nicole es un testimonio de cientos de realidades que viven las mujeres ecuatorianas y extranjeras junto a sus hijos en las calles. En los últimos meses es más evidente en las diferentes avenidas la cantidad de mujeres con niños en brazos o algo más grandes, o embarazadas que se dedican a vender cualquier producto o mendigar. Estas madres exponen en las calles a sus hijos pequeños y dicen que soportan insultos de parte de los transeúntes o de los vendedores varones que merodean el mismo sector.

Esa realidad solo la percibe quien circula por las calles y avenidas de Guayaquil, porque ni el Ministerio de Inclusión Económica y Social (MIES) ni la Empresa Pública de Desarrollo, Acción Social y Emprendimiento (DASE), del Municipio de Guayaquil, tienen cifras de las personas en mendicidad, en situación de calle o de madres que mendigan o laboran con sus hijos en las calles.

Denny R., venezolana, tiene dos años y medio viviendo en Ecuador. Ella sale a laborar junto a su hijo pequeño que padece de retraso mental avanzado y permanece postrado en una silla de ruedas debajo del paso a desnivel de la avenida Orellana, en la Alborada, donde Denny trabaja. “Lo llevo conmigo porque él necesita de todos los cuidados y mis otros hijos pequeños se quedan en casa. No lo dejo con ellos porque no saben cómo cuidarlo”, dice.

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Una funda con seis caramelos vende a 25 centavos de dólar. Se acerca a las ventanas de los autos rogando que le compren para obtener dinero para almorzar. Denny hace al día $ 10 y con el valor ganado se reparte con sus demás hijos para que coman.

“Algunas personas o vecinos al ver a mi hijo me regalan encebollado e incluso dinero para sustentar a mi familia y comprarle medicinas a mi hijo, ya que son caras”, comenta.

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Hay días en que Denny aguanta insultos de la gente. “Me dicen: ‘te debe dar vergüenza utilizar a tu hijo en estas condiciones’”. Su anhelo es regresar otra vez a su país. Ella paga $ 100 de arriendo y a veces no le alcanza lo que obtiene en la calle.

Los niños que acompañan a sus padres a laborar tienen sueños como ser doctores, abogados, enfermeras y no seguir trabajando en las calles, porque es duro estar parados todo el día en las veredas esperando a que el semáforo esté en rojo y lograr algún ingreso, según ellos.

Christopher G., de 11 años, ayuda a sus padres en el trabajo vendiendo caramelos en la avenida Velasco Ibarra y su sueño más anhelado es ser enfermero, para curar a las personas que sufren daños debido a accidentes y enfermedades.

Otros de sus compañeros quieren ser doctores e incluso abogados, para defender a las personas que pasan injusticias en las calles porque ellos observan peleas de territorios en las avenidas donde laboran.

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Hay días en que no venden nada como Michelle C., que ofrece maní dulce junto a su esposo y dos hijas. Ella lleva en sus brazos a su bebé de 2 meses. Ellos no habían vendido nada un día de inicios de septiembre. De pronto, una persona se acerca y les regala $ 5 para que vayan a comer con sus niñas.

“Me da pena ver a una familia entera y con una bebé recién nacida bajo un sol caluroso. El ambiente les afecta el estado de salud de la familia”, dice Carmen Cedeño.

Hay excepciones con algunas mamás en las calles. Este Diario hizo un recorrido en la Alborada y evidenció a una mujer que obligaba a su hijo de siete años a trabajar todos los días limpiando el parabrisas de los autos. Ella solo pasaba durmiendo todo el día en una carpa, según otros trabajadores de la calle.

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William González, cuidador de carros, indica que tiene que estar cuidando al menor para que no le suceda nada malo en las calles. “Su mamá llega y solo pasa durmiendo sin preocuparse por su hijo”, cuenta.

Un vendedor de salchipapas refiere que las mujeres mendigan porque hay gente que las apoya. “Una señora le ofreció trabajo a una mujer que estaba en el semáforo con tres niños, pero ella le respondió que solo aceptaría laborar si le paga los $ 20 diarios que gana en las calles, además del almuerzo. La señora se fue moviendo la cabeza”, afirma el vendedor.

La DASE señala que rescata a las personas en situación de calle y les ofrece atención primaria y albergues. El MIES destaca que en la Zona 8 (Guayaquil, Durán y Samborondón) tiene un programa de erradicación del trabajo infantil con una inversión de $ 1′188.025, con 1.140 beneficiados. (I)