Viaja casi 40 minutos en bus para llegar a la av. 9 de Octubre desde su casa en Mapasingue.
Lauren Durán, de 37 años, sale de su casa cargando una mochila en la que camufla un parlante; en otro bolso —elaborado por ella misma— lleva un trípode y el micrófono con el que entonará canciones por al menos cuatro horas en el centro de Guayaquil.
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En la avenida algunos ya la conocen, pues lleva más de dos años recorriendo el centro con su música. “Ella canta precioso. ¡Qué lindo es verla por aquí!”, dicen algunos adultos mayores que la conocen.
Cargar sus implementos y cantar frente a los transeúntes es la práctica que la ha acompañado en los poco más de seis años que lleva como artista de calle.
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Primero lo hizo en Colombia, luego de salir de su país, Venezuela, junto con su primer hijo.
Luego en Quito, Portoviejo y finalmente en Guayaquil, en donde encontró su hogar hace tres años.
Lauren es el sustento de sus dos hijos, de 10 y 5 años, cada uno ya en la etapa escolar.
El trabajo en calle le ha permitido solventar sus gastos con ellos y no abandonar su rol de madre, pues su día lo organiza de tal manera que pueda trabajar y estar a tiempo a la salida y llegada de sus hijos.
En su país, Venezuela, siempre estuvo ligada a la cultura, haciendo teatro, poesía e incluso circo. Laboró en departamentos relacionados con esta corriente.
Desde los 25 años fue independiente y generaba ingresos para ella y su familia.
Pero, finalmente, por cuestiones económicas en su ciudad natal, Carabobo, y en el país en general decidió migrar vía terrestre.
En ese periplo ella entendió que debía trabajar de alguna manera para subsistir y fue así como decidió que su voz sería lo que la ayudaría a encontrar los recursos necesarios para continuar su travesía hasta Ecuador.
En Colombia cantó junto al cuatro venezolano, un instrumento de cuerdas similar a una guitarra. En esa nación vecina a veces cantaba en buses y en espacios abiertos.
Ya en Ecuador se ubicó en las calles con sus implementos para cantar y dejó a un lado su vida de nómada.
“Lo más duro, a diferencia de las personas que trabajan formalmente, es que ellas están acostumbradas a recibir un sueldo normal y, en cambio, nosotros lo que hacemos es reunir lo que la gente nos colabora, y a veces es mucho y a veces es poco”, cuenta.
Al inicio volvía con las manos casi vacías, pero poco a poco se hizo lugar en las esquinas de las avenidas del Puerto Principal al entonar baladas de artistas reconocidos en su país y fuera de él.
Luis Bonoso, el saxofonista guayaquileño que se inspira con la brisa que viene del río Guayas
En la calle aprendió a lidiar con personas que no valoran la música. Eso, considera, es lo más duro de vivir del arte, especialmente en espacios públicos.
En la ciudad le ha tocado escuchar a personas que le dicen que se regrese a su país o que consiga un trabajo real.
Sin embargo, a pesar de que ha tenido ciertas malas experiencias, rescata que hay almas nobles que la motivan a seguir.
Por ejemplo, los niños se quedan perplejos cuando entona una canción.
“Un niño me dijo en estos días: ‘Estoy orgulloso de tu talento’. Y, bueno, esas son cosas bonitas, aparte de una buena una sonrisa y hasta una bendición”, recuerda.
En su día a día como artista de calle, Lauren ha podido conocer a otras personas con talento.
De hecho, eso la llevó a encontrar un espacio dentro del Malecón Simón Bolívar, en donde se la puede encontrar desde los jueves.
Ella se ubica en la zona de gastronomía que está cerca de la puerta de ingreso por la calle Loja.
Este espacio le ha regalado la oportunidad también de conectar con personas que la contratan para eventos pequeños y con turistas que aprecian los shows itinerantes.
“Lo importante de la música es que es del corazón, sale del corazón y va al corazón de la otra persona. El arte es así; o sea, no solamente llena el bolsillo, sino que también llena el alma”, dice Durán, quien no ve cercano dejar de lado su pasión y entrega a la música. (I)