Dos muñecas sujetadas a diez tubos de plástico acompañan desde que arranca el día de Jorge Luis Molina. Cada una de ellas está vestida con ropa colorida en rojo y amarillo, pelucas y una de ellas lleva un pañuelo.

Jorge se mueve al ritmo del merengue que coloca en un parlante y con sus manos manipula a las muñecas para que simulen el movimiento de brazos y piernas. Sus “niñas”, como él las considera, replican los pasos de Jorge Luis ya que cada uno de los tubos está sujetado a pedazos de caucho que están amarrados a sus tobillos, rodilla y cadera.

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Con una gran sonrisa, el venezolano de 43 años se coloca en el semáforo de las calles Gómez Rendón y Chile para regalar un poco de su alegría y arte a conductores que se detienen a esperar el cambio de luz.

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El merengue mix 2023, lista de reproducción que encontró en internet y que tiene canciones de Wilfrido Vargas y otros artistas, es lo que le da la pauta para iniciar su show que dura unos 30 segundos.

El artista usa jeans, zapatos deportivos y camisetas ligeras, atuendo que le permita moverse con facilidad y soportar el sol inclemente de Guayaquil.

En la zona donde se ubica, los vecinos lo aplauden y le lanzan frases de motivación. “Él trajo la alegría acá a la cuadra”, dice uno de ellos. Y es que Jorge, antes de que la música empiece a sonar, levanta la mano para saludar y esboza una sonrisa que la mantiene durante todo el show.

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Hasta hace unos cinco años, esta actividad no era el principal oficio de Jorge. Él trabajaba de albañil y hacía otros trabajos temporales en su país natal para sostener a su familia, sin embargo la situación económica de Venezuela lo empujó a migrar junto a su hijo.

Jorge Luis Molina sale todos los días al centro de Guayaquil junto a sus muñecas. Foto: El Universo

Inicialmente, luego de su salida de su país, estuvo un tiempo en Chile y fue allí cuando un artista callejero colombiano que conoció en ese país le enseñó que podía trabajar en los semáforos bailando con o sin muñecas.

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Al no poder encontrar una compañera o compañero de baile, Jorge diseñó un aparato sencillo con dos muñecas sujetadas a tubos para que lo acompañen a recorrer las calles chilenas. Esta no era una práctica nueva, pues lo que iba a hacer lo realizaban artistas en los semáforos de Colombia, Perú y Brasil.

En internet vio que en los países en donde se practicaba este tipo de arte, la música siempre era alegre e invitaba a la gente a sumarse al baile.

“Él me enseñó cómo sobrevivir en las calles, sin que las personas nos dieran trabajo y así poder buscar el pan diario hasta que salga algo”, relata.

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En Guayaquil vive desde hace unos nueve meses en la avenida del Ejército, desde ese punto de la ciudad camina a diario hasta la calle Chile con un parlante y con sus muñecas, que las puede doblar para poder transportarlas. Su día arranca entre las 09:00 y 10:00, que es cuando el flujo vehicular se incrementa en las calles.

En días buenos puede lograr hasta $ 20 o $ 30, pero en los malos se le complica llegar a los $ 10. Los días bajos, como los considera, son los que lo golpean. “Ahí me pongo a pensar si los otros días serán iguales, si lograré tener lo que necesito para pagar arriendo, el colegio de mi hijo”, cuenta.

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Pese a ello, Jorge saca fuerzas para levantarse una vez más de la cama y salir a trabajar. Esto a pesar de que al iniciar el día lidia con la hinchazón y ampollas en los pies que le deja el trajín del día anterior, así como las rozaduras en las manos por manipular los tubos que con el sol se calientan.

Su piel también sufre los estragos de la exposición al sol y tiene manchas en brazos y rostro.

El oficio en las calles le ha regalado momentos buenos y motivadores, ya que los conductores además de darle monedas le dicen que no decaiga.

Sin embargo, sí le ha tocado lidiar con personas que le dicen improperios o lo denigran por ser venezolano. “Lo único que pedimos es que no nos ignoren, que nos tiendan la mano porque estamos tratando de ganarnos el pan de una manera sana, honrada y haciendo un poco de arte”, manifiesta. (I)