Espíritu materno se fortalece en la lucha contra COVID-19 (Primera parte)

El amor por sus familias, la pasión por sus trabajos y la valentía de poner en riesgo sus propias vidas para salvar la de otras hacen de estas mujeres el más fiel ejemplo de servicio y sacrificio.Las madres, cuyo día universal se festeja este domingo 10, han sido las principales protagonistas en esta lucha que desarrolla la humanidad contra el enemigo silencioso, el COVID-19. Hay madres enfermeras, doctoras, empleadas de servicio en las casas de salud, policías y otras que realizan un sinfín de actividades, que están en la primera línea de combate. Hay también madres y esposas que cuidan de quienes están en esa misión de defensa de la vida.Este Diario refleja las historias de once madres que en diversas ciudades están en esa misión. Ellas son solo una muestra de todas aquellas que se desvelan inclusive por servir las tres comidas al día a sus seres queridos en tiempos de crisis. Otras, cientos, han perdido a esposos, hijos, familiares o conocidos a causa de esta pandemia.A ellas, EL UNIVERSO rinde su admiración, resalta su espíritu no solo maternal sino de guerreras, de incansables guardianas de la vida, de la felicidad y la calma en medio de la tormenta que nos está asolando sin piedad ni distingo de condición social o económica.Algunas de nuestras entrevistadas se han alejado de sus seres queridos durante semanas para evitar contagiarlos con el virus. Otras han sentido los embates de esta enfermedad, de la que logran recuperarse paulatinamente desde el encierro. Su fe en Dios las ha mantenido batallando en estas semanas difíciles para el país.Todas coinciden en que el COVID-19 ha desnudado la fragilidad del ser humano, pero también ha mostrado la fortaleza que se encuentra en la unidad familiar.Que el tiempo en compañía de los suyos es invalorable, concuerdan, y que de cualquier situación negativa hay que rescatar lo positivo. Será un Día de la Madre atípico en el país. (I) Mayra Yungaicela, pediatra, labora en hospital de Guayaquil: ‘Tener sanos a mis hijos es mi mayor regalo’ “Yo trabajo en el hospital Universitario de Guayaquil, en el área de Neonatología y en la Unidad de Cuidados Intensivos Neonatales.El COVID-19 ha afectado a mis compañeros, pues de nueve doctores en mi área, solo estamos yendo a laborar tres. El resto está aislado con síntomas.He atendido a hijos de madres con coronavirus y hay algo que nos está llamando la atención: la mayoría de niños que nacen de madres con síntomas de coronavirus y dificultad ventilatoria nacen estables, sin problemas respiratorios y permanecen en el área más por observación que por haber nacido complicados.Todo el tiempo he estado preocupada de no enfermarme y no ser transmisora; cuando voy a casa, en el carro no entran mis hijos para nada, cuando salgo del hospital me lavo los dientes, la cara, las manos, es un ritual que hago al salir.La preocupación es constante por el miedo a ser contagiados y he tenido compañeros que han fallecido. Gracias a Dios no me he enfermado yo ni mi familia. Soy casada con otro médico, tengo dos hijos: de 8 y de 4 años.Tan solo con tener sanos a mis hijos es un regalo suficiente de la vida. Mi primer hijito falleció, así que para mí, verlos con vida es el mejor de los regalos.Es gratificante cuando un padre de familia te llama para decirte que su hijo está sano.Se siente muy bonito saber que estás haciendo algo por esos bebés y como madre que ya tuvo un hijo en terapia intensiva, sé que no solamente estoy del lado de un médico que cuida a un paciente, sino del lado de la madre que está desesperada por saber cómo va avanzando su hijo”. (I) Mónica Sagñay, médica internista, trabaja en el hospital del IESS de Milagro: ‘Me alejé de mi hijo para ayudar a salvar vidas’ “Voy a celebrar el Día de las Madres de forma diferente. Voy a decirle a mi mami Cristina, que tiene 70 años, lo mucho que la quiero sin poder darle un beso ni un abrazo. Voy a pasar con ella y mi hijo de forma distante.Desde que llegaron los primeros casos sospechosos al hospital tuve que alejarme de ellos, fueron tres semanas de trabajo seguido. Los primeros días sí regresaba a la casa con todas las medidas de aislamiento y bioseguridad.Me bañaba en el patio, ahí mismo me cambiaba de ropa, subía directo al cuarto. Mi mami me dejaba la comida en la puerta. Luego ya no le vi sentido el regresar a mi casa y me quedaba durmiendo en mi carro en el parqueo del hospital. Ahí comía. Hacía videollamadas con mi hijo y mi mami .Yo no dormía ni en los cuartos de médicos, ni comía en el comedor para evitar aglomeraciones. Tuve los síntomas del virus, pero no me tumbó pese a que soy diabética. Fueron los días más tristes de mi vida.Jamás imaginé que mi profesión me aleje así de mi hijo, pero tenía que ayudar a mis pacientes. Pude salvar a mi hermana que estuvieron a punto de intubarla. También fue triste porque no pudimos salvar a muchos pacientes a nuestro cuidado por más que hicimos todos los esfuerzos.Tuve impotencia, era verlos como si se ahogaran en una piscina y tú sin poderles dar la mano. Para mí fue terrible, viví crisis de pánico, no paraba de llorar.Me dieron 15 días de descanso y recién ahí pude regresar a casa. Me bañé bien, me puse mi mascarilla y pude ver a mi hijo de cerca. Tenía tanto temor de contagiarlo que tuve que ponerle una sábana encima para abrazarlo arropado.Recuerdo que sostenía bien la sábana para que su piel no tope con la mía y no pueda contagiarlo. Lloré mucho”. (I) Lisseth Rubio, enfermera, labora en el hospital General IESS de Quevedo: "Lloro en silencio, mi mayor temor es contagiarme y dejar solos a mis hijos" Lisseth Rubio, de 37 años, es enfermera. Lleva cuatro años laborando en el hospital General IESS Quevedo y desde que empezó la pandemia COVID-19 se encuentra atendiendo a los pacientes positivos en primera línea.Con nostalgia, relata que ha pasado más de 60 días sin poder abrazar y dar ese cariño de madre a sus pequeños, quienes se encuentran en Perú, junto a su abuela materna, quien se encarga de cuidarlos.“Es muy difícil, este año no pasaré junto a ellos porque no puedo viajar y para no sentirme mal, solicité trabajar el domingo, pero por seguridad y descanso no me aceptaron el petitorio, la idea era no entristecerme, no pasar sola este Día de La Madres. Los pacientes ahora son mi compañía su evolución en la recuperación me motivan y alientan”, dijo la mujer.Lisseth comenta que sus plegarias a Dios le han dado las fuerzas necesarias para seguir salvando vidas, a pesar del riesgo que corre ante un posible contagio del COVID-19, ya que su labor ahora radica en curar a pacientes positivos.“Sé el riesgo que corro y mis hijos también lo saben. Lloró en silencio, porque mi mayor temor es contagiarme y dejar solos a mi madre y a mis retoños, ya que ahora solo cuentan con mi apoyo, ellos también me animan a seguir adelante con mi profesión”, refiere.Ella narra que uno de sus anhelos, antes de la pandemia, era reunir dinero y retornar hasta Perú, de donde es originaria, para dedicarles atención y darles cariño a sus hijos.“Las serenatas, flores y homenajes sí nos motivan, pero no es lo mismo si no compartimos con nuestras familias, lo que pedimos ahora es que la gente haga conciencia en sus casas para terminar con este virus que nos ha alejado de nuestros seres queridos ”, expresa Lisseth.Antes de la emergencia sanitaria en Ecuador, Lisseth viajaba a Perú a visitar a sus hijos, una vez al mes. Allá se quedaba dos días y luego retornaba a su trabajo.Ahora ella vive en un departamento que queda cerca del hospital donde labora, junto a dos compañeras más.A pesar de que sus compañeros de trabajo la invitaron a pasar en sus casas este Día de la Madre, Lisseth prefiere compartir a través del teléfono con sus hijos y mamá.“Tampoco quiero poner en riesgo la salud de más personas porque el virus es impredecible y actúa de diferente forma en el cuerpo de las personas. Me quedaré en casa”, concluye. (I)

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