Antonio Zambrano vive en la 42 y la C, en el suburbio de Guayaquil. Comparte techo con su hija, yerno y una nieta de 4 años. El hombre empuja todos los días su carreta cargada de frutas por las calles del centro y sur de la ciudad.

Vociferando “lleve la naranja, frutilla”,  seguido de un peculiar silbido, tiene más de 20 años en esta labor informal. Comenta que antes trabajaba como albañil en construcciones.

“No era algo seguro. Hacía trabajos de gasfitería también. Luego comencé a vender manzanas y me compré un triciclo que me vendió un amigo, pero era ya usadito”, manifiesta Zambrano.

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Dice que por su labor ya tiene clientes fijos, donde sabe que seguro le van a comprar. “En un buen día gano $ 60”, manifiesta, luego de hacer varios cálculos. En los días ‘malos’, dice, le alcanza para la comida.

Recuerda los problemas que tuvo con policías metropolitanos hace once años, cuando recorría las calles Colón y Pedro Carbo, en el centro.

“Estaba con dos cajas de frutas, era para las fiestas de octubre. Vi que empezaron a correr algunos informales y dos me cogieron cuando iba a agarrar mis cajas. Fue la única vez que tuve problemas con ellos”, manifiesta.

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Este es uno de los testimonios de comerciantes informales que trabajan en varios sectores de Guayaquil. Ante la falta de un empleo fijo, optaron por salir a las calles a vender productos como alimentos preparados, bebidas, artesanías, aparatos tecnológicos, entre otros.

“Alfombras, alfombras”, replica Vicente Mancheno por la ciudadela Los Esteros, en el sur. En un triciclo lleva cortinas, alfombras y artículos decorativos que oferta en esa zona del sur y sectores aledaños como Fertisa, Floresta, Pradera.

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“Yo soy de Quevedo, tengo diez años en Guayaquil”, dice. 

Comenta que trabaja junto con otras dos personas, con las que adquieren los productos. “No todos los meses ganas igual. Hay algunos  que sacas $ 400, o menos, y otros que sacas hasta el doble”, explica.

Uno de los puntos donde se concentra una gran cantidad de vendedores informales es el mercado San Vicente de Paúl, en el sector de Cisne 2.

A lo largo de unas diez cuadras, cientos de comerciantes ofertan figuras de peluches, cigarrillos, accesorios para celulares, entre otros artículos.

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Claudio Vargas vende cigarrillos de diferentes marcas, además de productos de decoración para hogares. Bajo una carpa atiende a sus clientes.

También recorre el centro vendiendo sus productos. “Al mes gano casi $ 1.000, pero es porque recorro todo el día”, refiere el hombre.

Rosita de La Torre se cubre del fuerte sol con una gorra y una franela. En las manos sostiene varias botellas de agua y bebidas hidratantes, en la avenida de las Américas.

Ese es su punto de trabajo, dice. Lleva ahí más de un año. Hay ‘días malos’ y ‘días buenos’, pero en todos busca llevar un sustento para su familia, reflexiona la mujer.

Ella vive junto con sus dos hijos y su hermana en la cooperativa Unión de Bananeros, en el Guasmo sur.

“Cuando quedé embarazada de mi primer hijo hace unos ocho años, no sabía qué hacer. Limpiaba la casa de una señora en una ciudadela de la vía a la costa. De ahí ella se fue a Estados Unidos, y mi hermana sí tenía trabajo, ella me ayudó en los gastos con mi hijo”, refirió.

Vio en el comercio informal una oportunidad para mantener su hogar. Explica que por su labor obtiene ganancias mensuales de $ 300, trabajando de lunes  a domingo. (I)

Informales se concentran en calles específicas

Además del mercado de San Vicente de Paúl, en el sector Cisne 2, hay diferentes sectores donde se concentran vendedores informales. 

En avenidas como Machala y Quito, los conductores que transitan por esa vía diariamente observan como, junto a sus ventanales, se acercan personas para ofrecerles desde chocolates hasta accesorios para teléfonos celulares. 

Desde Alejo Lascano hasta Gómez Rendón, a lo largo de la avenida Machala, hay al menos  200 comerciantes informales. Igual cantidad se ubican sobre la avenida Quito, en el mismo tramo. 

Juan Carlos Sánchez carga una canasta en la que lleva ensaladas de yogur con frutas en envases medianos que comercializa en $ 1, en el centro. 

“Todos los días hago 50 tarrinas. Me levanto a las 04:00 a preparar y ya a las 06:30 estoy en la calle, voy a escuelas y a eso de las 11:00 ya tengo todo vendido”, explicó Sánchez, quien es originario de Colombia. 

Aseguró que, en época de vacaciones escolares, se establece en la avenida Quito entre Cuenca y Ayacucho. 

“Hay algunos chicos que se arriesgan por vender una botella con agua, se tiran a los carros sin importarles que están en luz verde”, expresó Sánchez. 

La avenida Casuarina, vía de ingreso a cooperativas como Sergio Toral o Juan Montalvo, es una zona dinamizada por grandes locales comerciales. 

En sus exteriores, los vendedores informales han encontrado un nicho para desarrollar su actividad. 

A pocos kilómetros, en la avenida Modesto Luque (ingreso al sector Flor de Bastión), el escenario es similar. 

Antenas, libros para colorear y hasta camisetas ofertan decenas de vendedores apostados sobre esa vía. 

Diferentes colegios y escuelas de la urbe también son espacios que aprovechan los comerciantes informales. 

David Osorio vende bolos diariamente en una pequeña maleta rodante. Recorre escuelas de la Alborada y Sauces para ofrecer su producto. 

Indicó que optó por esta actividad debido a la ‘falta de oportunidades laborales’. 

La vía Perimetral, a la altura del ingreso al sector Trinipuerto, concentra a vendedores de periódicos, agua, caramelos; así como la calle Gómez Rendón, en el sur. (I)