Al servicio de la memoria histórica y la denuncia social, la cineasta peruana Melina León retrata lacras como el desamparo indígena y el machismo en su obra prima Canción sin nombre, que acaba de llegar a la parrilla de Netflix en América Latina y pugna para ganarse un sitio en los premios Óscar 2021.

La película narra la tragedia de Georgina, una mujer ayacuchana que cae en las redes de una organización criminal que le roba a su hija recién nacida durante los turbulentos años ochenta en Lima, y recurre desesperada a un joven periodista, Pedro, quien se ocupa de la investigación.

Detrás de ese drama, según explicó León en una entrevista con EFE, "hay un estado fallido" y "una sociedad que falla en reconocerse" por dar la espalda "a la mayoría de la población", en especial a las mujeres indígenas, algo "estructural" en la sociedad peruana, que aún "no llegó a superar" las "taras coloniales".

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Canción sin nombre se estrenó en la Quincena de Realizadores del Festival de Cine de Cannes en 2019, siendo la primera cinta peruana dirigida por una mujer seleccionada en dicho festival. Desde entonces, ha participado en más de cien certámenes a nivel mundial y ha logrado más de 40 reconocimientos.

La película, recién lanzada en Netflix, está entre los largometrajes peruanos que compiten por ser candidatos a la categoría mejor película extranjera de los premios Óscar.

La precandidatura a los Óscar la veníamos soñando desde que estrenamos en Cannes. Siempre había el sueño de cerrar el recorrido representando a Perú oficialmente. Y que tu país te encomiende esa representación es muy emocionante.

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La pandemia frustró el estreno de la película en las salas de cine.

Estaba programado para abril y justamente en marzo se cerró todo, así que tuvimos que cancelar el evento más emocionante que teníamos planeado en Villa María del Triunfo, que es el barrio donde nació nuestra actriz Pamela Mendoza Arpi.

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Igual que Pamela, que interpreta el papel protagonista de Georgina, la mayoría de los actores de la película no son profesionales. Son de los humildes distritos de Lima sur, donde se realizó el casting. ¿Por qué?

El norte de la película era tener honestidad en el discurso y creo que eso partía de tener personajes que uno sienta que son reales, que uno ve en la calle y cree que están pasando por esa situación. Si queremos hacer un retrato de una comunidad marginada, mejor buscar entre los marginados. Y mejor para mí incluso si no eran profesionales, porque yo me siento muy libre trabajando con actores que son amateurs, que nunca han tenido ninguna experiencia, porque empiezan limpiamente, sin egos.

La historia se inspira en las investigaciones periodísticas de tu padre sobre los niños robados en Perú y hace un retrato de clase y denuncia social de lacras como el machismo y el abuso a los indígenas.

Creo que es la denuncia del horror de un Estado. No solo es la denuncia de las mafias, porque detrás de la tragedia que da inicio a este drama hay un Estado fallido, que es el Estado peruano. Y no solo un Estado fallido, también una sociedad que falla en reconocerse, en hablar de sí misma, que no nos da voz a las mujeres, que vive de espaldas a la mayoría de la población: los mestizos, los indígenas, los descendientes de indígenas, los andinos. Hoy sigue habiendo todo eso, creo que es estructural y tiene mucho que ver con la Colonia, tiene mucho que ver con una República fallida, que en muchos casos llegó a ser incluso más cruel. Tiene mucho de eso, de muchas taras coloniales que no llegamos a superar.

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Y ¿por qué el título Canción sin nombre?

Fue idea de un escritor de San Luis (Perú) y responde un poco a esa necesidad de expresar en el título la ambivalencia que tiene la película, porque tiene ambos componentes: amor y violencia. Es la canción de amor al niño que viene, el canto de cuna, pero también expresa que se queda sin nombre, ese amor que se queda sin entregar, y un poco la condición de todas esas personas anónimas, que son invisibilizadas.

Poco diálogo, partes en quechua, fotografía en blanco y negro e imagen en cuatro tercios. ¿Por qué optaron por ese formato?

Nos parecía apropiado utilizar todas las formas que tuviéramos a nuestro alcance para llevar al espectador a otro mundo y ese mundo era el mundo de los ochenta, y también el mundo que pasa por el filtro de nuestro recuerdo, de nuestro dolor. Y en ese recuerdo interviene el blanco y el negro, porque las fotografías de esa época eran en blanco y negro todavía; interviene el 4:3 porque los televisores eran todavía en 4:3.

Aunque el 4:3, además de llevarnos al formato de los televisores ochenteros, también era una actitud, porque desde el punto de vista de Georgina y Pedro hay una sensación que nosotros (directora y fotógrafo) compartíamos, de haber estado en un lugar donde no había futuro. ¿Qué es el futuro sin un horizonte, una gama de posibilidades donde uno pudiera crecer, donde uno pudiera proyectarse? Aquella era una época sin horizonte, donde la ventana hasta el mundo era pequeña y más bien de terror. Los ochenta fueron una década de horror en el Perú.

Tanto la directora como la protagonista de la película son mujeres. ¿El cine en Perú sigue siendo un territorio predominantemente masculino?

Sí, y cuando yo estaba comenzando era mucho peor, no solo en el cine sino en la vida. Nosotras crecimos de una manera en la que mirábamos hacia arriba y eran solamente hombres los que estaban atrás de nosotras. La gran mayoría eran cineastas hombres y hombres muy blancos, que habían vivido una experiencia muy diferente a la mía, por ejemplo. Hemos tenido que construir un poco a tientas, viendo como directoras de otros países iban surgiendo en el tiempo.

Imagino que está ya trabajando en un nuevo largometraje.

Sí, soñamos con grabarlo en el Cusco y que sea una historia con una protagonista mujer también, una chica de unos 12-13 años, una etapa interesante de la vida para explorar. (E)