Estoy frente a un hombre que ha acumulado muchos años de juventud. De sonrisa amplia y cordial, accedió a realizar la entrevista en su domicilio; es que si la hacíamos en su consultorio llegaban “fulanito, sutanita y menganitos” y no tendríamos la tranquilidad que ahora se respira bajo la frondosidad de un árbol de mango que él mismo sembró a la rivera y placidez del río Babahoyo.