Abel Ferreira respiró hondo, levantó los brazos y, con la mirada clavada en lo que ha hecho y en lo que sufrió, soltó las palabras que muchos esperaban, pero pocos se atrevían a decir: “Yo no me olvido que hace dos meses la hinchada de Palmeiras me mandó a la mie...”.

Esa frase, simple pero brutal, define lo que fue para el portugués un capítulo de críticas despiadadas seguido de esta clase de reivindicación continental.

Con la clasificación a las semifinales de la Copa Libertadores ya asegurada tras un global 5-2 sobre River Plate, Ferreira no se conformó con celebrar: usó el triunfo para enviar su mensaje.

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“Esto está marcado en mi corazón, es algo que todavía me sangra por dentro”. Palabras que duelen, que muestran que no olvida el desprecio cuando el calor de la crítica le llegó desde su propia gente.

Pero también habló de fútbol, de ajustes tácticos y de orgullo. Ferreira reconoció que Palmeiras sufrió en la primera mitad, que River tuvo momentos de dominio, pero que en el complemento se vio la mano del técnico.

“Hicimos dos ajustes tácticos en las bandas… fuimos muy diferentes. Más agresivos con y sin pelota”, aseguró. Puso énfasis en la concentración, en mantener la calma y en entender que el contexto no le define como persona ni como técnico.

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Ferreira también dejó claro que para él no todo termina en ganar, que hay heridas que tardan en cerrarse, especialmente cuando el odio viene de cerca.

Hubo mención indirecta a lo que es la cultura futbolística en Brasil, esa exigencia de “ganar y ganar”, sin espacio para errores o dudas. Y comparó con lo vivido por otros entrenadores, señalando que a veces las decisiones terminan estando fuera del control del protagonista directo. (D)