Nunca entendí cómo podía desaparecer una cancha, y menos un estadio de fútbol. Me pasó, me pasa todavía, con el de Platense que estaba en Manuela Pedraza y Cramer, una esquina preciosa de Buenos Aires. Era un hermoso escenario de madera y chapa de los de antes. Atrás había dos frontones de pelota vasca, canchas de tenis, de básquet. Y hasta un velódromo de madera lustrada tenía Platense. ¡Velódromo…! Pero el lote no era suyo, alquilaba. Y el club era un caos. Un mal día de 1971 se fundió, un juez dictó la orden de desalojo y los dueños, que estaban hartos del club porque no les pagaba nunca la renta, en lugar de tirarle la ropa por la ventana le desarmaron las tribunas y lo empujaron a la calle. Le apilaron prolijamente los tablones, las chapas, los hierros para que alguien se los llevara. Chau, Platense.