“Si se dan un par de resultados nos cruzamos con Alemania… en el aeropuerto”. La frase fue pronunciada por miles de decepcionados hinchas argentinos tras la derrota frente a la animosa representación de Arabia Saudita. Después de semejante gancho al hígado que lo mandó a la lona, no cabía mayor esperanza. A una sola persona se le ocurrió pensar en el resurgimiento de la albiceleste: al francés Hervé Renard, justamente entrenador de los sauditas: “Argentina va a clasificar y será campeón del mundo”, sentenció ese mismo día. ¿Lo dijo para valorizar el triunfo de los suyos o supo verle las costuras al once de Scaloni…? En todo caso puede ganarse el pan como adivino.

Hay campeones y campeones. Los hay brillantes -Brasil 1970-, olvidables -Italia 2006, Brasil 1994-, discretos -Alemania 2014-, pragmáticos -Francia 2018-, macizos -Alemania 1974-, normalitos -España 2010-. Aunque todos tienen su mérito, es tarea ciclópea ganar un Mundial, hay que saber llegar al éxito. Este equipo de Argentina 2022 es un formidable campeón. Seguramente el mejor título ganado por la selección albiceleste a lo largo de su historia, sin demeritar a los anteriores. Por eso despertó furor en el pueblo: el hincha se sintió representado. Un grupo de gente inteligente, con muy buen pie, con tremenda personalidad para salir a imponer su juego, sin miedos, con una unión vulcanizada entre sus miembros y con un temperamento que le permitió reponerse de tres situaciones límite, en las que otros hubiesen claudicado. La durísima derrota en el debut ante Arabia Saudita, el empate de Holanda en el minuto 101 después de jugar excelentes 70 minutos y ganar 2-0, y por último la final, dando una clase hasta los 80′ (también con 2-0 arriba) para luego casi perderlo todo. Pero, cuanto más adversidad afrontaba, mejor reaccionaba anímica y futbolísticamente.

Un campeón que, a excepción del Botín de Oro -fue para Mbappé-, se quedó con todos los premios individuales. Incluso el mejor gol debió ser suyo, el segundo a Francia, una sensacional combinación, toda de primera, con velocidad, precisión y belleza, entre cinco jugadores, para el remate letal de Di María a la red.

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La bronca tremenda en el vestuario de Francia al término del primer tiempo revela el aplastamiento al que estaba siendo sometido el cuadro del gallito. “¿Saben cuál es la diferencia? Que ellos están jugando una puta final del mundo y nosotros no hacemos nada”, les reprochó Didier Deschamps a sus hombres. Francia no había jugado ni siquiera media hora bien en todo el torneo, pero se había hecho un lugar en la final por los goles tipo Llanero Solitario de Mbappé y por su practicidad. El peligroso mérito de la “practicidad”. Que no es otra cosa que ganar sin merecerlo, haciendo poquito. Te acostumbras a ello y un día te caes del caballo y te das un porrazo. Al periodismo le encantan estos equipos que, aguantando atrás, con lo mínimo, ganan. Y desgrana adjetivos engañosos como “inteligente”, “eficaz”, “sólido”, “oportuno”. En virtud de seguir esa línea sin sustento, en la selección ideal del torneo aparecían Varane y Theo Hernández, por ejemplo, que luego disputaron una final paupérrima.

La distancia con el fútbol y la mentalidad que estaba imponiendo Argentina era demasiado amplia. Rozaba el ridículo hasta ese minuto 80 en que llegó el penal a Kolo Muani y el descuento de Francia. Puede que Francia tuviese una porción de culpa, todo lo demás era por virtud del conjunto de Scaloni. Que fue a Catar dispuesto a romper el dominio europeo de los últimos veinte años. Tuvo juego, temple, intérpretes inspirados como Messi, Otamendi, Enzo Fernández, Cuti Romero, Dibu Martínez, Mac Allister, Julián Álvarez, Di María, De Paul… Sí, es un campeón recordable, de tremendo temperamento, en ciertos momentos lujoso. Y hubo otros tópicos resaltables.

“Volví a ver los cuatro partidos de Argentina desde octavos de final en adelante. Si no era por los minutos finales de angustia ante Australia, Holanda y Francia, quizás era el mejor campeón de la historia -dice Osvaldo De Arrascaeta, analista y estadígrafo uruguayo-. Impresionante todos los partidos de eliminación que hizo. Hasta esos minutos finales, fueron de un dominio y una superioridad que yo no había visto. Sacando el de Croacia, los cerró mal, pero supo sobrevivir al momento dramático, lo que también es de valorar”.

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Difícilmente Francia haya sido tan vapuleado durante 80 minutos en los últimos veinte años como en esa final del estadio Lusail. De allí la rabia de Deschamps y Mbappé en el camarín. ¡Y cómo es el fútbol…! Semejante campeón hubiese sido semejante subcampeón de no haber hecho Dibu Martínez la atajada del siglo al minuto 123 con 11 segundos. Aunque sumando los agregados era en verdad el 138. Pero el arquero también cuenta. Conste que Argentina no posee un definidor de área, un matador tipo Batistuta. Lautaro Martínez hace goles, mas no es goleador (no marcó en todo el torneo). Y Julián Álvarez es buen elemento, movedizo, participativo, sin embargo, juega por fuera de las 18. El mejor artillero es Gio Simeone, pero no parece estar en los planes de Lionel Scaloni.

Por eso la locura y el orgullo del hincha: se vio representado por esta selección. Que podría hilvanar alguna corona más. Quizás pronto se vayan Messi y Otamendi, el resto, por edad, puede quedar. Y tiene algunas confirmaciones notables como Enzo Fernández, Mac Allister y el mencionado Álvarez. Incluso es muy posible que se sume Alejandro Garnacho, la joya del Manchester United, quien con 18 años ya es figura del once de Ten Hag y una de las razones por la que dieron vía a Cristiano Ronaldo, para que no lo tapara.

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Desde luego, Messi es la llave de la felicidad y sin él no había tricampeonato, no obstante, hubo otro factótum, otro Lionel: Scaloni. Un descubrimiento, la insospechada revelación en el rubro directores técnicos. Inmenso talento para leer y preparar los partidos, autoridad total en la toma de decisiones, celeridad de discernimiento sin perder una partícula de poder ni de respeto ante sus dirigidos. Siempre calmo y ubicado en el discurso. Recuperó el estilo argentino: seguro atrás, dominando el juego, con calidad en el pase y búsqueda ofensiva. Y, lo más importante: sin miedo. No teme perder. Ese es su tesoro. Nos preguntaron: ¿Menotti o Bilardo? ¡SCALONIIII…! ¿Argentina 1978 o 1986…? ESTA DE 2022. En las dos coronaciones anteriores los rivales fueron más poderosos (en México ‘86 ganó invicto y enfrentó a cuatro campeones del mundo: Italia, Uruguay, Inglaterra y Alemania). Pero no nos dejaba la tremenda sensación de seguridad de esta formación de Scaloni. Que con un verdugo en el área vencería a casi todos con holgura.

En 81 partidos con Tite al mando, Brasil registró 60 victorias, 15 empates y sólo 6 derrotas, tres de estas frente a la Argentina de Scaloni. No es un detalle menor. La Albiceleste finalizó sin derrotas la Eliminatoria, conquistó la Copa América, el Mundial y perdió un partido en cuarenta y tres. No hay casualidades. Estamos frente a un equipo fuerte, querible. Y un campeón inolvidable. (D)