Iba a escribir del espeluznante y bochornoso episodio ocurrido en el juego Independiente y Universidad de Chile por la Copa Sudamericana, para expresar mi repudio y el de los hinchas de todos los clubes del continente, de todos quienes amamos el fútbol. Luego dije no, que hablen los jerarcas, que se hagan cargo la Conmebol y los presidentes de asociaciones, que son los responsables de organizar el torneo. Para eso se meten ahí y se convierten en millonarios que viajan en primera clase con sus familias y asisten a congresos y copas del mundo y otros torneos en lugares vip con chefs internacionales que les sirven platos exclusivos en los entretiempos y tienen choferes esperándolos al bajar del estadio en autos de lujo para devolverlos a sus hoteles siete estrellas. Que ellos desciendan al llano y asuman alguna vez los desastres de los barrabravas y discutan con la policía y palpen lo que es manejar un club, conseguir los recursos para mantenerlo, contentar a los futbolistas, a los técnicos, a los hinchas, enfrentar a los medios, dar seguridad, confort, diagramar un operativo para un evento con 50.000 o 60.000 aficionados. O que sepan derivar.

Cuando tuvieron que hacerlo en forma personal, en la última Copa América, casi se produjo una tragedia peor que un terremoto. Centenares pudieron morir aplastados o asfixiados. Fue en el ingreso a la final Argentina-Colombia, un desorden jamás visto, con 60.000 personas apretujadas durante horas contra las rejas del estadio. Finalmente, alguien tuvo la idea menos mala: que abrieran los portones y entraran todos, con o sin entrada. El tema era evitar muertos. Los que habían pagado 5.000 dólares una boleta sentados junto a los colados. Y ahí no había barrabravas ni tenían nada que ver Independiente y Universidad de Chile. Luego culparon a los funcionarios del Hard Rock Stadium. Que no organizó la Copa América, solo alquiló el estadio.

Electrocables Barraza

“Acabo de volver a casa… La Copa América ha sido una malísima pesadilla. Ahora, que venga el Mundial 2026, esa debería ser otra historia”. La voz cansada, dolida, era de Rafael Crisóstomo, fotorreportero peruano de larga actuación en el Washington Post, con cuatro décadas de residencia en Estados Unidos y varios mundiales encima. Pasó las de Caín.

“Vergüenza se queda corto para definir todo lo sucedido aquí en materia de organización”, refrendaba Eduardo Biscayart, periodista argentino de Fox Sports, también con domicilio en el país del norte. “Se juntaron dos factores muy adversos: la Conmebol y la ciudad de Miami. Perverso”, agregó el colega. Nada de eso puede ser desmentido por los dirigentes de Conmebol porque uno de sus directores, Ramón Jesurún, a la vez presidente de la Federación Colombiana, sufrió en sus carnes un terrible insuceso: cuando bajaba al campo de juego para la entrega de premios, con todas sus credenciales en orden, fue impedido de hacerlo simplemente porque la persona que custodiaba la puerta respectiva no sabía, no entendía o creyó que ya habían pasado suficientes y se cerró en no dejarlo pasar. El dirigente colombiano se quejó, discutieron, lo empujaron, cayó al suelo, salió su hijo en defensa y terminaron ambos presos y con traje naranja. Un hombre de 71 años, violentado delante de su esposa y sus nietos. Su foto esposado recorrió el mundo. No era un periodista, era el número dos o tres de la organización. Conocemos a fondo a Ramón Jesurún, un hombre pacífico.

Como nos dijo Sergio Levinsky, otro colega: “Lo del día de la final es para escribir un libro de terror, nunca viví nada igual en cuarenta y dos años de periodismo. Después de una lucha descomunal para llegar a la puerta de prensa, estaba cerrada y vallada. Insólito. Nadie sabía qué hacer, pasaba el tiempo y no podíamos ingresar a ver el partido, la desesperación era total. El contraste es más grande porque venimos de Qatar, donde todo fue magnífico”. Más contraste fue ver, esa misma tarde, una impecable jornada final de la Eurocopa, todo prolijo y en orden.

Nicolás Carvajal, un joven bogotano llegado hace tres años a Fort Lauderdale, asistió con un primo y pagaron 2.000 dólares cada uno por la entrada. Fue con toda la ilusión del mundo a ver campeonar a su amada Colombia. Nunca olvidará la horrenda experiencia vivida: “Fue un desastre todo. Empezando porque dijeron que debías pagar por el parqueo antes de llegar al estadio para asegurarte un lugar. Abonamos 80 dólares, pero al llegar comprobamos que entraba todo el mundo libremente. Ahí estuvo el primer error”.

Acostumbrado a ir muy seguido a El Campín, pensó que este sería un evento mucho más organizado. “Viajé para la final 2024 entre Santa Fe, mi equipo, y Bucaramanga. Hubo cuatro anillos de seguridad. Ningún problema, nada de cola ni de incidentes ni quejas, todo perfecto. En Miami tuvimos que esperar dos horas en la fila para poder entrar, con un calor de entre 38 y 42 grados y una humedad de 70/75 por ciento. Y eso con la gente empujándote, gritándote, y nadie de logística ni de la policía daba una información. Vi gente desmayarse, sobre todo mujeres y niños. De un momento a otro abrieron las puertas y dejaron entrar a todo el mundo, con entradas o sin, y luego volvieron a cerrarlas y se quedaron afuera muchas personas que habían pagado, incluso más que yo. No pudieron ver el partido. Y a nosotros nadie nos pidió que escaneáramos nuestra boleta, entramos en tropel, fue un caos…”.

Electrocables Barraza

Escribió Fernando Jiménez, director de Todosport, de Lima, en su columna ‘Una Copa sin aroma’: “Periodistas agotados de tanto dar vueltas porque nadie te sabía indicar nada, salas de prensa mezquinas en las cuales a veces no había ni agua. No había mesas de trabajo con la clave de wifi. Con enchufes a distancia en los que no se podía conectar la laptop para escribir. Nos mandaban a una tribuna altísima, en el sexto nivel, con vidrios y lunas para ver el partido, en un codo. Con salas que abrían solo tres horas antes de iniciarse el partido y el cierre una hora después de finalizado. ¿Cómo elucubrar en una hora para hacer el análisis del cotejo? Se tenía que escribir rápido ante ojos vigilantes que nos miraban como diciendo: ‘Oiga, apúrese que ya cerramos’. Parecía que estábamos en un país del tercer mundo, cuando esta es una potencia mundial. Pero la culpa no es de ellos, la culpa es de la Conmebol. A los norteamericanos no les interesa el fútbol”.

Lo hemos escrito: Estados Unidos no pide la Copa, la llevan allá por las inigualables condiciones para recaudar. Ellos alquilan el local, la fiesta la monta la Confederación, que traslada su torneo. Y esta es la responsable de todo el espectáculo.

Vuelve el colega limeño Fernando Jiménez: “De Miami no quiero ni acordarme. Nunca en mi vida vi tal desorden. Los security nos mandaban de un lado a otro. Y todo queda muy lejos. Usted dirá: exagera. ¿Vio las imágenes por TV el domingo? Me decían vaya por allá, cuando llegaba al lugar indicado, no, es al otro lado. Y yo con mi mochila que pesaba como una bolsa de cemento”.

Infantino pidió penas ejemplarizadoras para Independiente y Universidad de Chile, que las merecen, sin duda. No hizo lo mismo con quienes “organizaron” el desastre en la Copa América. Ahora, esos “organizadores” se sentarán a fulminar con sanciones a Independiente y Universidad de Chile, dos clubes que les sirven para animar sus torneos. Los periodistas no tenemos nada que ver, que hablen ellos. (O)

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