Hay vientos de tragedia en el deporte nuestro, por el presente desolador y el pasado que se escapa dejando jirones de grandezas sin retorno. Se fueron en un viaje definitivo Marcos Piquito Hidalgo, mi fraterno compañero vicentino y universitario y colega en el periodismo; y Raymond Marín, hombre de la natación en los bellos tiempos de la piscina olímpica.

A tres personajes se les acabó la fiesta de los Juegos Bolivarianos 2023 en Guayaquil, la ciudad de mayor pérdida en poder deportivo en los últimos 20 años. El ministro del Deporte persiste en la mentira de la asignación de $ 24 millones para esos Juegos, aunque nunca presentó documentos oficiales. Puro cuento de un burócrata desprovisto de credibilidad, aunque en su embuste lo apoya el presidente de la Organización Deportiva Bolivariana (Odebo), el colombiano Baltazar Medina, quien sostiene que vio los $ 24 millones y pretende culpar al comité organizador provisional del desistimiento de esa aventura.

Medina es el gran responsable de la farsa, pues aceptó que un organismo ajeno a Odebo y al movimiento olímpico (Fedeguayas) solicitara los Juegos, violando los estatutos, y tramitó la adjudicación de la sede sin la garantía del Gobierno central y de la Alcaldía de Guayaquil. El Comité Olímpico Ecuatoriano (COE) fue el único organismo deportivo que obró con responsabilidad. Para todos los demás, los Juegos del 2025 eran solo un lucrativo negocio en el horizonte.

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Ayer debió jugar el Clásico del Astillero un Barcelona que es un fiasco como equipo y un Emelec que, a contramano de su tradición, anda gateando en los últimos lugares de uno de los peores campeonatos nacionales de la historia. Perdimos la posibilidad de pasar a cuartos de final del Mundial Sub-20 en un partido muy disputado, pero no hay nada que reprochar a los jóvenes jugadores criollos.

Guayaquil vio desaparecer su hegemonía futbolística cuando se aceptó, en la década de los años 60, que se eliminaran los torneos provinciales y se adoptara un sistema de certámenes nacionales que buscaba que el balompié local fuera perdiendo fuerza. Guayas vio cómo iban desapareciendo los equipos locales. Norteamérica, Patria, Everest, 9 de Octubre, Español, Liga de Guayaquil, Chacarita Juniors, Aduana y Panamá, entre otros, pasaron a ser un mero recuerdo en noches de bohemia. Algunos amigos me dicen que varios de estos clubes aún viven. Seguramente ellos están viendo fantasmas o padeciendo alucinaciones. Tal vez sea cierto, pero andarán por categorías mínimas como vagabundos “contando historias de mejores días”, como dice un pasillo.

Uno de esos clubes que parecen haberse esfumado es el glorioso Panamá Sporting Club, que en pocos días debía celebrar su centenario. Acaso mi dilecto amigo Julio Molina Flores, expresidente del club, sepa si anda por allí su Panamá que le costó tantos desvelos. Panamá fue fundado en Guayaquil el 25 de junio de 1923 en la casa del cónsul de ese país, Ramón Vallarino, frente al parque Juan Montalvo, por chiquillos que jugaban en los descampados cercanos en el límite norte del barrio del Astillero.

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El nombre del club fue un homenaje a Vallarino por su hospitalidad y se lo nombró presidente honorario. Ese mismo año se formó el primer equipo, que integraban John Birkett Hill en el arco; César Arditto y Dantón Marriott en la defensa; Aníbal y Belisario González Villegas y Sucre Cando Marín en la línea media; y en la delantera Gonzalo Cevallos, José Francisco Drouet (primer presidente), Manuel Arenas Coello, Ramón Vallarino Jr. y Hugo Manrique. Sus edades estaban entre los 12 y 14 años.

Desde su creación, los panamitos jugaron contra otros equipos infantiles en las canchas de la plaza del Progreso (hoy parque Chile) y la Atarazana. Ganaron fama al mantener el invicto en 20 partidos y nadie dudaba que estaba gestándose un gran equipo.

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En 1926 Panamá solicitó su ingreso a la Federación Deportiva del Guayas. Hubo oposición porque, si bien se sabía de la elegancia y eficacia del equipo, se temía que, siendo el promedio de edad de sus jugadores 16 años, no podrían soportar la dureza de rivales avezados. Fue ubicado en 1927 en la serie C, que ganó con largueza. En 1928 venció a sus adversarios de la división B y en 1929 ya estaba en la categoría de honor. Nadie le daba opción frente a contendores curtidos, pero superó a todos, menos a Racing Club, hasta llegar a la final contra el poderoso General Córdoba, que comandaba Ramón Unamuno. Todos los medios criticaron un arbitraje parcializado que motivó el retiro de los panamitos. Los jugadores fueron llevados en hombros de los aficionados “hasta la curva del eléctrico”, como dijo EL UNIVERSO.

Todo fue grandeza desde entonces para el inolvidable Panamá. En 1931 ganó la Copa Janer y en 1933 estuvo otra vez a punto de ser campeón. Contaba con verdaderos astros, como Ramón Unamuno, Efraín la Pantera Blanca Llona, Romualdo Ronquillo, Porfirio Suárez, Ernesto Cuchucho Cevallos, Jorge Cholo Benítez, Manuel Manco Arenas, Nicolás Gato Álvarez, Fonfredes Bohórquez y Luis Zunino. Ese año obtuvo una de las victorias más resonantes de la historia de nuestro fútbol al vencer por 6-3 al invicto campeón de Chile, Audax Italiano, después de haber estado en desventaja de 2-0.

En 1934 Panamá se convirtió en el primer equipo ecuatoriano en ir a una gira al extranjero. Fue invitado a Colombia, donde ganó nueve partidos, empató uno, perdió otro y cosechó encendidos elogios. En 1938 y 1939 fue campeón de Guayaquil, capitaneado por el mejor arquero porteño de la época, José Achocha Arosemena, y el concurso de Euclides Suárez Rizzo, Luis Chocolatín Hungría, José Merino, Alfonso Suárez Rizzo, Arturo Zambrano, Enrique Gorra de Paco Herrera, Fonfredes Bohórquez, Fernando Guzmán, Enrique Arias y Eloy Ronquillo.

En 1939 realizó otra gira llena de triunfos a Colombia. Volvió a ser campeón en 1941 y en 1943 empezó la renovación del plantel. Aparecieron los primeros cracs juveniles formados en su Escuela de Cadetes: Manuel Valle, Enrique Cantos, Jorge Cantos, Fausto Montalván y otros juveniles que más tarde pasarían a Barcelona para llevar a los toreros a la idolatría. Fueron adecuadamente mezclados con los más experimentados, como los mellizos Luis Antonio y José Luis Mendoza y Enrique Maestro Raymondi.

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El 13 de octubre de 1946 Panamá se convirtió en el primer equipo ecuatoriano en derrotar a Millonarios de Bogotá –que había contratado a los Mendoza– en el estadio Capwell.

Cuando Barcelona se llevó a los juveniles panamitos, Dantón Marriott puso en el primer equipo a nuevos futbolistas que andaban por los 18 años, entre ellos Alfredo Bonnard, Marcos Spencer, Isidro Matute, Gerardo Layedra, Ángel Zamora, Galo Pombar, Héctor Valle, Kléber Villao, Hugo Hidalgo, Federico Valdiviezo y muchos más. A ellos se sumó la clase indiscutible de Marino Alcívar, el siempre recordado rey de la media vuelta.

Estos jugadores fueron a parar a fines de 1950 en el Everest, pero Marriott volvió a sacar un nuevo equipo con Esteves, Suárez, Carrillo, los hermanos Jordán y otros juveniles. Fue grande el Panamá, que llega a los 100 años sumido en las sombras. (O)