Acertada logística preparó Colombia para jugar en El Alto. Deberían copiarla otros: aguantó sin problemas los 102 minutos que duró el choque con Bolivia. Le sobró. Tanto que dominó a voluntad los últimos 52 min que se extendió el segundo tiempo sin perder intensidad. De modo que por el lado del oxígeno no hay que buscar los vericuetos de la derrota. Correr, corrían. Situaciones de gol tuvo de sobra (6); desde ese ángulo tampoco. El problema fue una falla múltiple en defensa entre Ditta, Borja, Lucumí y Castaño. Una secuencia de cuatro errores defensivos juntos puede/debe costar una derrota. Pasó. El fútbol tiene algo inexorable: cuando se falla en las dos áreas, perder es un hecho.

El partido tuvo una duración de 102 minutos: 50 el primer tiempo, 52 el segundo. El volante local Héctor Cuéllar fue expulsado (correctamente) a los 19 min. Bolivia mereció ganar por el esfuerzo de jugar 82 minutos con diez. Porque, además, marcó el gol de la victoria estando con diez. Porque lo defendió con el alma. Y por el extraordinario gol de Miguel Terceros, un chico de 20 años que juega en la serie B del Brasileirão para el Santos. Un gol así merece servir para ganar. Con su zurda de terciopelo hizo pasar como conos a Lucumí y Castaño y la colocó allá arriba, lejos del radio de acción de ese gran arquero que es Camilo Vargas. Gol similar por su espectacularidad al de James a Uruguay en 2014, el que lo catapultó al estrellato. No fue menos que aquel de James, distinto el contexto.

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Otro factor ponderable es que en Bolivia se habló hasta la reiteración de la letalidad del juego aéreo colombiano, pero terminó no influyendo. Los defensas locales (sobre todo Haquín), sin gran estatura, ganaron esa batalla también, por concentración y empeño.

Colombia también debió jugar con diez, y desde los 12 minutos. Para ese entonces, ya Kevin Castaño había hecho dos faltas durísimas, ambas de amarilla. El padre Wilton Sampaio, en cambio, le dio un sermón: “Hijo, pórtate bien, juega con cuidado”. A la tercera, más fuerte aún que las anteriores, le sacó la cartulina. Ahí Lorenzo lo reemplazó.

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Todos los medios colombianos han hecho hincapié en lo limitado del equipo boliviano; no obstante, el limitado ganó con uno menos. La realidad es que hace cuatro partidos que Colombia no se parece a Colombia. A la de Néstor Lorenzo. Desilusionó en la final de la Copa América; no tuvo brillo ni potencia para ganarla. Rascó un empate de última ante el modesto Perú sin jugar bien. Logró un triunfo festejado, pero futbolísticamente desabrido sobre Argentina. Y ahora esta derrota en Bolivia. Dos perdidos, una victoria, un empate, apenas tres goles convertidos y cuatro recibidos. No es grave; no peligra de ninguna manera el pase al Mundial, que para eso es una eliminatoria. No da título esta competencia; solo es clasificatoria. Es igual ser primero que sexto. Pero se le borroneó el juego. Ahora es una mancha, no una pintura.

A propósito de la retaguardia de Colombia: en esos cuatro partidos entraron once jugadores: Muñoz, Santiago Arias, Mosquera, Lucumí, Cuesta, Dávinson, Yerry Mina, Cabal, Ditta, Mojica y Cristián Borja. ¡Once en cuatro partidos…! Desde luego, siempre hay lesiones y suspensiones, pero igual ¿no es mucho…? Ecuador tiene cuatro fenómenos en su defensa de oro: Félix Torres, Willian Pacho, Piero Hincapié y Pervis Estupiñán. Juegan siempre los mismos y le va bastante bien: recibió apenas cuatro goles en nueve presentaciones.

La derrota se explica también en una fatalidad que parece simplista, pero es irrefutable: la bola no quiso entrar. Y otra es que no supieron hacerla entrar. Jhon Córdoba tuvo para hacer cuatro goles, cuatro platos servidos: se les escaparon los cuatro. En el centro que le mandó James, si Córdoba usaba jopo, la metía. Tarde aciaga la suya. Se cayó del ranking.

Una buena pregunta para dimensionar el partido es quién fue la figura de Colombia. ¿Quién…? La respuesta es “nadie”. Y eso habla del colectivo: es difícil que un equipo armonice y tenga buen funcionamiento si ninguna individualidad destaca.

Pero, ya… El martes le toca Chile, que es como esos boxeadores veteranos que llegan con treinta perdidas, una docena por nocaut. Ya tienen la mandíbula floja. Si el juego no se revierte ahí, hay que barajar y dar de nuevo.

  • Providencial. La resurrección de Bolivia tiene nombre y apellido: Óscar Villegas, su DT. Conoce como nadie el fútbol boliviano, es un individuo humilde, extraordinariamente sereno y sin miedos. Tiene un trato casi de padre a hijo con sus jugadores, sabe ubicarlos en la cancha y le gusta jugar al ataque en la medida de sus posibilidades. Lleva tres partidos y tres triunfos. Nada parece inquietarlo. No descarten que Bolivia pueda sacar algún resultado más de visitante. Tal vez no el martes en Buenos Aires. Pero ya le cambió la vida a Bolivia.
  • Alumbramiento. De Miguel Terceros, el 10 boliviano. ¿Nace un ídolo, un nuevo Etcheverry…? Apenas está empezando en el Santos. En la renovación que comenzó en Bolivia, Villegas lo puso directamente de titular los tres partidos y marcó tres goles, a Venezuela, Chile y Colombia. Este último ya entró en la memoria colectiva.
  • Locura. La de FIFA/Conmebol en hacer jugar el partido Venezuela-Argentina (1 a 1). La cancha era una piscina, la pelota no rodaba, se quedaba frenada y los jugadores seguían de largo. Pero esto es Sudamérica, lo hicieron disputar igual. No fue fútbol, no resiste un análisis serio. Lo único destacable es el gol de cabeza de Salomón Rondón, espectacular. Un impacto tremendo. Recibió un centro brillante de Yeferson Soteldo, ganó ampliamente en el salto, giró todo su cuello y fusiló a Rulli. Del cuello de Rondón supo Colombia en la Copa América 2015.
  • Debacle. De Uruguay, cayendo en Perú cuando el reloj marcaba 88 minutos. “Las declaraciones de Suárez no tuvieron influencia en el partido”, dijo Marcelo Bielsa en la rueda de prensa posterior. Pareció lo contrario. Se vio un Uruguay desastroso ante un Perú con mal de ausencias, sin Advíncula, Yotún, Renato Tapia, Lapadula, Marcos López, Cartagena, Trauco, a los que se sumaron los no convocados Cueva, Carrillo, Paolo Guerrero. Demasiado para lo poquito que tiene. Pero el incendio interior de Uruguay lo consumió.
  • Devastación. Reinaba la certidumbre de que la bomba que detonó Suárez sobre Bielsa impactaría en la selección. Y causó estragos. “Una noche de terror en Lima”, sintetizó la prensa montevideana. Y otro titular acaparó la atención: “¿Los jugadores le hicieron la cama a Bielsa…?”. Un detalle no menor es que Uruguay cometió 6 faltas y Perú 17: lo triplicó. Ni faules hicieron los celestes. Raro. Otro es que en medio del juego se vio una discusión entre Nández y Fonseca. No había buen clima. Estaba claro de antemano que una selección uruguaya dirigida por un técnico argentino no podía ser el crucero del amor. La animadversión oriental hacia sus vecinos del Plata es demasiado fuerte. Y no está relacionada con el fútbol: es parte de la vida diaria.
  • Resurgimiento II. De Paraguay. Además del de Bolivia con Villegas, el de Paraguay con Gustavo Alfaro. Es inteligente, se sospechaba que lo levantaría, tiene buen material la Albirroja, no estaba aprovechado. Alfaro enseguida sacó jugo. Empate con Uruguay en Montevideo, triunfo sobre Brasil en Asunción y otra paridad ante Ecuador en Quito. Invicto, cinco puntos, cero gol en contra. Todo proyecto exitoso en el fútbol, hoy, pasa por un gran entrenador. Lo atestiguan Argentina (Scaloni) y Colombia (Lorenzo). (O)