Para empezar: estamos en la mejor época del fútbol. Nunca en la historia se jugó como lo hemos visto en esta Champions. Lo sabemos, el hincha de fútbol, por lo general, es un nostálgico irredento, vive aferrado a la Edad de Piedra, abrazado a la pelota de 1930. Habita en la era tecnológica, pero adora el pasado y se obstina en creer que en los años 40, los 60 o los 80 se jugaba mejor, con más entusiasmo y mayor preciosismo. Ni por asomo. Aquello está a años luz de este presente. Recuerdo a mi padre protestar frente al televisor: “No sudan la camiseta”, “Se mueven como carretas”, “No dan un pase bien”… Hoy no sucede nada de eso. Se marca muchísimo más que antes, se presiona, se corre, se lucha sin parar 97 o 98 minutos, se juega a gran velocidad –que en sí misma es un escollo para la precisión– y el grado de obstáculo es infinitamente superior al de antaño, pero, aún así, vemos muchos goles, espectáculos fantásticos, vibrantes como la mayoría que se dieron desde octavos de final en adelante. Y se ven proezas técnicas, consumadas a una ostensible rapidez. Todo a un sostenido ritmo de vértigo. Los equipos salen a ganar y se dan partidos de ida y vuelta infartantes. Especialmente si juega el Real Madrid…