Después de esta experiencia maravillosa que ha sido Qatar 2022, con 32 equipos y 64 partidos en una misma urbe, con ocho estadios conectados entre sí por el metro más moderno del mundo, con más de un millón de hinchas de diferentes países confraternizando en las calles y celebrando en los fan festival durante un mes, se acaba de anunciar que Canadá-Estados Unidos-México 2026 se escenificará en 16 ciudades. Un pasazo atrás. Un torneo elefantístico e inarticulado que seguro no tendrá clima mundialista en las ciudades, salvo que se encuentren en un partido Argentina y México o Brasil y Colombia. Habrá que viajar cuatro o cinco y hasta seis horas, presenciar el juego, salir corriendo para el aeropuerto, subirse a otro avión, ir a otra sede, ver otro poco de fútbol, salir volado de nuevo… Una maratón a la que encontramos poco sentido. Será esencialmente un Mundial televisivo. Y carísimo para quienes deseen asistir. “Va a ser el Mundial de mayores ganancias de la historia”, anuncian. Ocurre que el rédito no es el objetivo de este fenómeno deportivo y social. O sea: ¿ganancias para qué…? ¿para quién…?