Cada tanto surgen desde las alturas voces destempladas que intentan vulnerar las lecciones de la historia con sesgos de odio regionalista. Su intención es destruir la imagen del ídolo popular o instalar el parto de un nuevo clásico en el fútbol nacional. Esto no es nuevo, viene dándose desde hace muchos años.
Esta postura ha sido rechazada casi siempre por el periodismo guayaquileño. Digo casi siempre porque las opiniones eruditas de Manuel Palacios Offner, Ricardo Chacón García, Arístides Castro Rodríguez, Francisco Doylet Peñafiel, Manuel Mestanza Pacheco, Ralph del Campo Cornwall, Otón Chávez Pazmiño, periodistas venidos del deporte, han sido reemplazadas hoy por las de gente complaciente que considera “moderno e inteligente” desdeñar la historia, más por ignorancia que por convicción racional.
La buena campaña de Liga de Quito en la Copa Libertadores volvió a atizar el fuego regionalista, que vio la oportunidad de agredir a Barcelona SC y sembrar la quimera de que una posible segunda consagración continental equivalía a destronar al club porteño del sentimiento colectivo que desde hace 77 años lo ha entronizado como el ídolo de todo el Ecuador, el que llena de camisetas amarillas los estadios de toda la geografía nacional.
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Dinamitar la grandeza
Se ha apelado al débil argumento del deplorable presente del club del Astillero desde 2020, año en que dio la vuelta olímpica en la Casa Blanca y le apagaron las luces del estadio para ocultar la euforia popular. Hace bastante tiempo que estoy investigando esta conducta que no es de todo el periodismo capitalino, en el que hay valores muy respetables, de alta intelectualidad.
Se trata de los émulos de ciertos ‘analistas’ que en Guayaquil tratan de dinamitar la grandeza de un pasado que aborrecen sin conocerlo y que se niegan a estudiarlo por su dificultad funcional para la lectura. (“El estadio Capwell era un parque con árboles en medio de la cancha”, dijo un paleto).
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Mi intención es publicar un libro con el resultado de las investigaciones sobre los factores que originan la idolatría y las distorsiones que ocasionan ese hábito de querer aniquilar al ídolo prevaleciente.
Barcelona SC es el ídolo deportivo de Ecuador y esa condición nació en 1947 por razones que he explicado en mi libro Los forjadores de la idolatría, publicado en 2019.
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Lo que fue un sentimiento local invadió pronto el país entero y, aún más, todos los resquicios del planeta donde haya migrantes ecuatorianos. Aspirantes a ocupar el lugar de Barcelona SC ha habido algunos, pero no salen de la localía, pese a sus triunfos internacionales.
Idolatría no se impone
La palabra ‘ídolo’ procede del latín idolum y este del griego eidolon: imagen, reflejo. Ser ídolo es ser reflejo del alma colectiva. Un ídolo no se mide por títulos, sino por lo que significa para la gente. Por eso, incluso en la derrota, sigue siendo amado. Ser ídolo es ocupar un lugar en el corazón cultural del pueblo, más allá de las eventualidades. La idolatría nace de la mezcla entre admiración y emoción colectiva. No se impone: se siente.
El ejemplo más palpable es que Barcelona SC se convirtió en ídolo desde 1948 aun cuando no había ganado ningún título, pues el primero llegó recién en 1950, cuando cumplía un cuarto de siglo de su fundación en el portal de la Escuela Modelo, ubicada en el corazón del barrio del Astillero. La idolatría nace cuando un grupo humano —una hinchada, una ciudad, un país— encuentra en un club la expresión de su propia historia.
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El ídolo no es perfecto —dice un autor consultado—, sino simbólico: encarna lo que la gente quisiera ser o lo que teme perder. Con el tiempo, las victorias se convierten en relatos, los relatos en tradición y la tradición en mito. Y el mito no se reemplaza: se hereda.
Ansiedad y frustración
Hay momentos en la historia de un país en que el ídolo parece tambalear. Su escudo deja de brillar en la cancha, sus triunfos se diluyen y la pasión que durante décadas lo sostuvo parece disminuir. En esos instantes algunos empiezan a hablar de reemplazo, de nuevo protagonista, como si la historia pudiera reescribirse a la medida de un fanático iletrado.
Pero el ídolo no es simplemente un equipo que gana o pierde. Es un espejo de la identidad de un pueblo, un reflejo de sus sueños, de sus glorias y de sus derrotas.
Ser ídolo significa ser mito y el mito no se mide con trofeos ni con estadísticas. Se mide con memoria, con emoción, con la capacidad de unir generaciones en una narrativa común que trasciende lo inmediato. Barcelona SC es una muestra de ello. La tentación de sustituirlo nace de la ansiedad regionalista, de la frustración. Se despierta un deseo de novedad, de gloria rápida. Se olvida que el amor verdadero no se funda en la perfección, sino en la lealtad a la historia compartida.
Idolatría consumista
Un club se convierte en ídolo cuando su historia se entrelaza con la de su gente. Cuando una gesta imposible, una remontada épica o un jugador que trasciende el tiempo (Sigifredo Chuchuca) logran que la pasión no sea solo individual, sino colectiva. Basta recordar las dos victorias del ídolo amarillo ante Millonarios, cuando el cuadro de Bogotá era el mejor equipo del mundo, en años en que como país carecíamos de significación futbolística.
Para Eduardo Galeano, el gran autor uruguayo, “intentar destruir a un ídolo es, en realidad, intentar destruir un pedazo de la memoria emocional de un pueblo. Es negar décadas de historia, de sueños compartidos, de luchas y esperanzas. Y es un gesto que revela algo profundo: la ansiedad de una sociedad que teme su pasado y anhela gratificación inmediata”.
Habla del fútbol como lenguaje popular, religión civil y mito compartido. Denuncia también la “idolatría consumista” moderna, que reemplaza ídolos según los resultados.
Para Galeano, “el ídolo auténtico encarna dignidad, belleza y memoria. El verdadero ídolo sobrevive incluso en la derrota. Porque ser ídolo no es ser invencible, sino ser inalterable en el corazón colectivo. Se puede amar, frustrarse, celebrar o llorar junto a él, pero jamás olvidarlo. La idolatría, al fin y al cabo, no es cuestión de títulos, sino de eternidad emocional”.
Pasión eterna
Y agrega: “Hay clubes que se juegan en el alma de un pueblo. Sus victorias no son solo trofeos; son relámpagos que iluminan generaciones, y sus derrotas, tormentas que templaron la devoción. Ser ídolo no es cuestión de números ni de títulos ni de temporadas; ser ídolo es ser eternidad en el corazón colectivo”.
Cuando los años sombríos llegan, cuando la derrota parece oscurecer la historia, brota una tentación cruel: olvidar, reemplazar, borrar. “Si otro gana, ese será el nuevo ídolo”, se dice.
Para Oswaldo Soriano, escritor argentino, “la idolatría no se reescribe con la rapidez de un marcador; se construye con sangre, con lágrimas, con canciones que atraviesan décadas. Intentar destruirla es como querer arrancar raíces de un árbol milenario: se puede talar su copa, pero no la memoria que nutre la tierra”.
El ídolo es inmortal. Vive en la memoria, en la emoción, en la historia que cada hincha lleva tatuada en el corazón. Y allí permanecerá, más allá de títulos, modas o ciclos, porque ser ídolo no es ganar siempre: es ser eterno en la pasión de un pueblo. (O)



















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