Se apagó el fuego de los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 y en una visión sucinta queda para el recuerdo que esta edición se cumplió en medio de una pandemia que afectó todos los niveles de organización y participación. Algunos atletas se quedaron fuera de competencia por dar positivo en COVID-19 en los días previos al inicio, y aunque las ceremonias de apertura y clausura fueron como siempre apoteósicas, no hubo público en las gradas (ni japonés ni extranjero); el planeta se conformó con ver los Juegos por la TV gracias a una cobertura mediática extraordinaria.

En contra de muchas predicciones, por los entrenamientos irregulares en el año anterior, hubo nuevas marcas en algunas disciplinas y China por primera vez lideró el medallero hasta el último día y amenazó la hegemonía de Estados Unidos; solo perdió ese lugar en la jornada final. El triunfo del voleibol femenino de EE. UU. sirvió como rescate para ese país (llegó a 39 de oro, contra 38 de China).

En cuanto a Ecuador, la delegación tricolor tuvo la mejor actuación de todos los tiempos en Juegos Olímpicos. Tal vez, comparado con lo que hicieron otros países del mundo, se pueda creer que es poco, pero por los problemas organizativos del deporte nacional y sus pugnas dirigenciales las medallas de oro de Richard Carapaz y Neisi Dajomes, la de plata de Tamara Salazar y los diplomas olímpicos de Angie Palacios (pesas), Luisa Valverde y Lucía Yépez (lucha) y Alfredo Campo (BMX) causan enorme alegría.

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Sin embargo, las declaraciones y quejas de Carapaz y otros atletas por falta de apoyo causaron una avalancha de reproches contra la dirigencia. Hay muchas cosas que corregir y no hay que perder de vista que las dificultades surgen por la escasez de recursos, el manejo errático de los directivos y falla de todo el sistema deportivo nacional. Y en ese aspecto nadie se salva. Este polvorín debe servir para replantear muchas cosas. Es urgente el tratamiento y aprobación de una nueva Ley del Deporte que fortalezca la actividad. Los dirigentes, conjuntamente con el ministerio del ramo, deben interesar al Estado y a la empresa privada en la tarea de conseguir más y mejores recursos.

Son necesarios nuevos directivos que tengan independencia y capacidad de gestión, administración, conocimiento de gerencia deportiva y mercadeo. Hay que recuperar más escenarios, a los que se les deben restaurar las exoneraciones de pago de energía eléctrica y agua potable.

Los organismos deportivos podrán tener características privadas, pero reciben dineros públicos que deben ser auditados, además de ser sometidos a análisis administrativos y técnicos. Se dice que hay una política de Estado, pero la realidad es otra. Hay un ejemplo patético. En 2015 el presupuesto para el deporte era de

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$ 123 millones, pero lo fueron bajando cada vez más hasta llegar hoy a $ 70 millones. Y el mayor porcentaje de ese dinero es para pagar gastos corrientes y sueldos. Con una reducción así nadie puede decir que se ha apoyado a la juventud.

Es urgente devolverle las rentas que le fueron arrebatadas, mantener y mejorar el plan de alto rendimiento, pero con el complemento de planes de masificación en todas las disciplinas. Pasado el entusiasmo olímpico hay que hacer un diagnóstico inmediato de la situación y poner fecha de ejecución a los proyectos. Es el momento de actuar y saber de qué forma el Estado y la empresa privada están dispuestos a aportar para atender mejor a los deportistas y buscar nuevos y mejores rumbos para el deporte ecuatoriano. (O)