El presidente de la Federación Deportiva del Guayas, Roberto Ibáñez, anunció en días pasados que propondrá la candidatura de Guayaquil para ser sede de los Juegos Bolivarianos del 2025, torneo para el cual cuenta, entre la infraestructura necesaria, con el estadio de béisbol Yeyo Úraga. En épocas pretéritas las ciudades y sus entidades deportivas buscaban ser organizadores de certámenes internacionales con la esperanza de que al final quede como herencia una importante cantidad de escenarios que sirvan para un mayor impulso del deporte. Ahora la película es al contrario. Para ser anfitrión de estos eventos se debe tener una ciudad organizada, buenas vías de transporte y contar ya con casi todas las instalaciones suficientes y necesarias.
Es evidente que con el ritmo al que se están recuperando los escenarios de Guayaquil y los nuevos que se requieran, la ciudad tendrá la aceptación para albergar, por ejemplo, los Bolivarianos, siempre que se cumpla con todos los pedidos del ente que otorga la sede. La historia de la construcción del Yeyo Úraga se inicia con la necesidad de reemplazar al Reed Park y al Capwell como estadios para juegos de béisbol. La matriz del deporte del Guayas asignó un terreno en el sector llamado Puerto Duarte en la esquina de las calles hoy conocidas como Cuenca y Tungurahua, lugar en el que se habilitó un diamante de arcilla con gradas de tablones, madera y caña que al comienzo se llamó estadio Guayaquil.
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La conquista del Sudamericano de Béisbol de 1963 y del Pentagonal de Lima, en 1964, incrementó el entusiasmo de la afición. Quito y Guayaquil habían sido designadas sedes de los V Juegos Bolivarianos de 1965, lo que implicó la necesidad de crear una mejor infraestructura. La dirigencia, liderada por Juvenal Sáenz Gil, Munir Dassum, Gustavo Mateus, Rubén Barreiro, Nelson Campuzano, Gustavo De Janon y otros, solicitó audiencia a la Junta Militar que gobernaba el país para gestionar ayuda económica para edificar una nueva y mejor casa. Aquella comitiva que fue acompañada por los más connotados periodistas deportivos de la época.
El pedido tuvo sus resultados inmediatos y los gobernantes asignaron los recursos. La obra fue adjudicada y ejecutada por una prestigiosa empresa (Compañía General de Construcciones) que cumplió en los términos, bajo las especificaciones técnicas y los plazos acordados. Las dimensiones reglamentarias del campo de juego, gradas, camerinos, bares, boleterías, la siembra y calidad del césped fueron diseñadas por Jorge Akel.
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Con la colocación del sistema de iluminación se armó la jornada de apertura la noche del domingo 21 de noviembre de 1965, con enorme concurrencia de público. Luego de las tradicionales presentaciones de los equipos de Colombia, Panamá, Venezuela y Ecuador hubo un acto muy emotivo: la ceremonia de lanzamiento de la primera bola a cargo de Aurelio Yeyo Úraga Icaza en representación de su padre, Aurelio Yeyo Úraga Guillén, ausente por problemas físicos. Al año siguiente, en el mismo campo, Ecuador ganó el bicampeonato sudamericano.
En 1983, en el gobierno de León Febres-Cordero, se ejecutaron varias obras deportivas y entre ellas estuvo la reparación y rehabilitación del diamante de béisbol del Yeyo. En el 2014 los instructores voluntarios del programa de cooperación japonesa Jaica consiguieron importante recurso que fue entregado a la Fedeguayas para que hiciera los trabajos de una nueva recuperación.
El 7 de septiembre del 2016 fueron demolidos los escenarios del complejo deportivo Pío López Lara: el estadio de fútbol Ramón Unamuno, el coliseo Abel Jiménez Parra y el gimnasio de boxeo César Salazar Navas; pese a las protestas nadie pudo impedir el daño que Fedeguayas le hizo al patrimonio deportivo de la ciudad. El Yeyo Úraga quedó en pie, pero ese milagro sirvió de poco porque Fedeguayas siguió sin apoyar al béisbol. Ahora, un grupo de nuevos gestores comandados por Jack Aragundi se ha propuesto rescatarlo.Estas instalaciones albergaron también los Juegos Bolivarianos del 1985 y 2001, además de varios torneos sudamericanos y panamericanos. Esperamos que vuelva a lucir radiante y altivo, como en sus años de esplendor. (O)