El resurgimiento del tenis guayaquileño en la década de los 50 del siglo pasado no es sino un capítulo vibrante de cómo el deporte puede ser un espejo de las transformaciones sociales. Bajo la sombra inmensa de Francisco Segura Cano, ese fenómeno no solo revivió la pasión por el tenis, sino que también marcó el inicio de una era de democratización en una disciplina elitista.