El desastroso estado del arbitraje ecuatoriano exige soluciones urgentes. Lamentablemente, aquellas no se las plantea con la entereza que se requiere. En nuestro fútbol, se ha convertido en algo normal que las explicaciones escaseen y el silencio se apodere de las autoridades dirigenciales. Con tal antecedente, no solo es el árbitro quien se expone en un campo de juego. El responsable no es solo el réferi, quien pierde la autoridad para juzgar y decidir, sino que son otros también aquellos que, tras bastidores, con su indiferencia, exponen a los colegiados a ser calificados de sinvergüenzas, como lo hizo el vicepresidente de Emelec, Edmundo Véjar. Este, indignado por los perjuicios evidentes que ha sufrido su equipo, emitió aquella grave acusación, la cual no se pudo alivianar alegando que no se sentía orgulloso de la reacción, porque no la pudo controlar. Ese mea culpa, talvez, consuele su espíritu y nada más, porque aunque quiera justificar la utilización del término sinvergüenza, misma voz que la hinchada azul, no calza pues eso es usurpar sentimientos ajenos para justificar el exabrupto.

Cuando Véjar califica a los réferis de turno de sinvergüenzas, sabe también que califica indirectamente a la organización que administra desde un escritorio el arbitraje ecuatoriano, porque ellos tampoco pueden quedar impunes.

No se llega a entender el silencio permanente de los miembros de la Comisión de Arbitraje, luego de haber recibido la carta dirigida por el presidente de Barcelona, Carlos Alfaro Moreno, quien con energía e indignación se dirige a Francisco Egas, presidente de la Federación Ecuatoriana de Fútbol (FEF); Miguel Ángel Loor, presidente de la Liga Profesional; y Roger Zambrano, presidente de la Comisión Nacional de Arbitraje de la FEF.

Publicidad

Alfaro no solo solicita la implementación del VAR (videoarbitraje) como medida urgente que pueda aminorar los continuos errores arbitrales. En el pedido se califica también la incompetencia que ha venido mostrando la estructura arbitral de nuestro balompié. Y el dirigente además otorga trascendencia a que las circunstancias que conllevan jugar sin garantías por la falta de criterio arbitral abren la posibilidad futura de no participar en los torneos organizados por la FEF y otros entes como medida de rechazo.

A buen entendedor, pocas palabras. Como dirían en el campo: “Más claro no canta un gallo”.

Todas estas drásticas afirmaciones demuestran el sentimiento, la desconfianza y el escepticismo que han llegado también al aficionado al fútbol. Existe una sombra enorme sobre la transparencia del sistema. Lo más grave es que no aparecen los intentos para controlar y aplacar el caos que se agravará cuando menos puntos falten para definir la etapa.

Publicidad

Me vuelvo a preguntar: ¿Es dable que los responsables del nivel del arbitraje guarden un silencio absoluto? Si lo hacen, es porque no tienen soluciones, posiblemente, o se les cae la cara de vergüenza.

Sería bueno conocer si el abogado Carlos Manzur, directivo de la FEF, todavía mantiene el criterio de que los problemas de los réferis pasan por la desesperación de dirigentes por incidir en el arbitraje, creando presión en la prensa, para así buscar beneficios.

Publicidad

Si ellos creen que ese es el núcleo del problema, o si piensan, como lo hace el presidente del gremio, Luis Muentes, al mencionar que el arbitraje está “aturdido, porque no se lo está respetando en todos los sentidos”, o si están convencidos de que esos son los problemas de fondo, entonces se entiende el silencio del presidente de la Comisión de Arbitraje. Ya hace pocos meses el propio Muentes declaró que nuestro fútbol está sumido en la porquería de una cloaca y que iban a limpiarla. Ha pasado el tiempo y la promesa de dar nombres y señales de los corruptos no se cumplió; por ende, tampoco desinfectaron la cloaca. Todos esos incumplimientos sirvieron para desacreditar más el sistema arbitral.

Réferis de antaño

Qué lejanas están esas épocas cuando había réferis de categoría, inolvidables, que dieron luz propia al nivel del arbitraje nacional. Me refiero a don Eduardo Rendón Villacís y a don Elías Jácome. Ambos se ganaron el respeto por sus conocimientos y, sobre todo, por su personalidad. Rendón se convirtió en 1966 en el primer árbitro ecuatoriano en obtener el carnet FIFA. Por supuesto, había conseguido por sus méritos esa distinción del organismo máximo de balompié. Hoy, creo que el carnet FIFA se lo entrega para llenar cupos y sin el listado de méritos que antes se necesitaban para merecerlo y poder llevarlo en la pechera.

Rendón se despidió del arbitraje el 31 de octubre de 1978 en el recordado partido amistoso entre Barcelona Sporting Club y el Cosmos de New York. Esa noche, Rendón fue ovacionado por todo el estadio en reconocimiento a su pulcra carrera.

Don Elías Jácome Guerrero fue un árbitro enérgico, muchas veces polémico por su fuerte personalidad, estilo que utilizó para demostrar su autoridad. Drástico y elocuente, nadie desconocía su integridad moral y los conocimientos que le permitieron constituirse en el primer árbitro ecuatoriano en participar en una Copa Mundial, la de Italia 1990, dirigiendo de forma exitosa el partido España vs Corea del Sur.

Publicidad

Ambos personajes, Rendón y Jácome, dejaron una enseñanza digna de emular para aquellos que luego llegaron y que también tuvieron destacadas actuaciones que alentaban el futuro de nuestro arbitraje. La pena es que fueron muy pocos. Carlos Vera y Omar Ponce sobresalieron. Pronto llegó el tiempo de las vacas flacas. Los árbitros a quienes hoy les ha tocado participar puede ser que conozcan las reglas y estén preparados físicamente, pero lamentablemente han crecido académicamente con deficiencia en la personalidad para manejar emocionalmente un partido. Y es fácilmente comprobable: jugadores irrespetuosos, simuladores que exacerban las falencias del arbitraje. Por esa razón y otras más es que a los árbitros ecuatorianos no los convocan para pitar partidos estelares del balompié sudamericano y, peor, mundial.

Pero la mayor crítica debe recaer en aquellos dirigentes responsables de dar soluciones, de mostrarlas para al menos creer que actúan por la urgencia que exige la crisis.

Si los árbitros nacionales no encuentran esos escudos, seguiremos siendo testigos de la minusvalía de una profesión tan complicada como respetable.

El tema arbitral de nuestro país posee un karma pesado, porque es sumamente complicado que una teoría desarrollada tras bastidores, encriptada en el silencio indiferente de los dirigentes, pueda cambiar de un día para el otro. Esa inacción termina identificando al árbitro como el culpable, el perverso, el sujeto icónico para la crítica. Bien les cae a los dirigentes de la Comisión de Arbitraje aquella frase célebre escrita por Miguel Álvaro López en su libro La ley del silbato. “El árbitro termina siendo, por el desamparo, un mediador de conflictos, donde es acusado permanentemente y sus errores se magnifican, por culpa de ellos y de otros que tras el telón manipulan”.

Mientras aquello suceda, nuestro arbitraje seguirá como el equilibrista en un circo que se balancea sobre una cuerda sin el volatinero de contrapeso y sin red que lo proteja. (O)