Hace 100 años, tres atletas ecuatorianos (Alberto Jurado, Alberto Jarrín y Belisario Villacís) navegaban rumbo a Colón, Panamá, en el buque Ucayali de la Compañía Peruana de Navegación. ¿Su destino? París, sede de los Juegos de la VII Olimpiada de la era moderna. ¿Cómo se forjó tamaña aventura en una época en que nuestro deporte recién empezaba a intentar un desarrollo organizado y solo contaba con escenarios rudimentarios, carecía de entrenadores experimentados y no tenía ningún auspicio económico por parte del Gobierno?

Se trata de un episodio apasionante de la nunca escrita historia del deporte ecuatoriano, que tuvo cuatro protagonistas de decisiva influencia en la concreción de un sueño más parecido a una utopía que a un suceso posible. ¿Quiénes fueron? Todos ellos han sido ignorados, salvo investigaciones que aparecen en libros escritos por Alberto Sánchez Varas (+) y César Pólit Ycaza, periodista y dirigente deportivo, respectivamente, y los artículos de este columnista en EL UNIVERSO.

Alberto Jarrín (cayambeño), Belisario Villacís (quiteño) y Adolfo Jurado (guayaquileño) en una fotografía tomada en 1924 para una revista ecuatoriana que reflejó su participación en los Juegos Olímpicos de París 1924, los primeros para una delegación nacional. Foto: Archivo

El actor más importante y trascendental en esta historia es Manuel Seminario Sáenz de Tejada, declarado en 1949 por el II Congreso Deportivo Nacional “prócer del deporte nacional”, conforme lo reseñan los diarios de ese año, aunque las actas del Congreso, que reposaban en un magnífico archivo elaborado a partir de 1943 por Gerardo Guevara Wolf, secretario de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador por más de 30 años, ha desaparecido de esa entidad.

Publicidad

Seminario se convirtió, desde su llegada a la ciudad en 1907, en un organizador incansable, y en 1924 presidía la Federación Deportiva Guayaquil, que en ese mismo año cambió su nombre por el de Federación Deportiva del Guayas. El gestor de la fundación en 1922 fue el mismo Seminario, quien asumió la presidencia ante la renuncia por motivos de salud del primer titular, Guillermo Roca Boloña. Su preocupación fundamental fue lograr la personería jurídica, que se alcanzó en noviembre de 1923. La Federación Deportiva Guayaquil fue la primera entidad en lograr el reconocimiento estatal.

Otro eslabón decisivo de esta historia fue Enrique Dorn y de Alsúa, hijo de alemán y de guayaquileña, quien residía en Francia y desempeñaba, en ese tiempo, por nombramiento expedido por el presidente Leonidas Plaza Gutiérrez, las funciones de embajador extraordinario y ministro plenipotenciario de Ecuador en Francia.

Uno de los afiches de los Juegos Olímpicos de París 2024. Foto: Archivo

En razón de su cargo representó a nuestro país en la discusión y suscripción del Tratado de Versalles, luego del fin de la Primera Guerra Mundial. Dorn y de Alsúa contrajo matrimonio en París con María Rosa Seminario y Albertini, hija de José Ezequiel Seminario y Marticorena, tío de Manuel Seminario, lo que lo convirtió en primo político del presidente de la Federación.

Publicidad

Por origen aristocrático y fortuna, Dorn era amigo muy cercano de Pierre de Coubertin, restaurador de los Juegos Olímpicos de la era moderna y presidente-fundador del Comité Olímpico Internacional (COI). Esa cercana relación hizo que Coubertin nombrara a Dorn miembro del COI para Ecuador y presidente del Comité de Propaganda Olímpica para América Latina. Coubertin quería convertir a los Juegos de París 1924 en los más brillantes desde su inicio en 1896. Iban a ser sus últimos Juegos y renunciaría a la presidencia del COI. El trabajo del Comité era incorporar a los países de América hispana al movimiento olímpico.

Foto: Archivo

Hasta antes de París 1924, solo Chile, Argentina y Cuba habían concurrido a los Juegos. Al igual que Ecuador, ninguno de esos países tenía un comité olímpico nacional constituido, pero el propósito de Coubertin era salvar esas dificultades reconociendo condición olímpica a organismos que estuvieran reconocidos por el Estado, y luego impulsar la fundación de un comité. Fue esa circunstancia la que hizo que Dorn y de Alsúa enviara a la Cancillería de Ecuador la invitación para que nuestro país estuviera presente en la justa parisina.

Publicidad

Un intercambio epistolar con su primo Seminario lo hizo advertir que la única organización reconocida era la Federación Deportiva Guayaquil, que inició así su relación con el COI. Seminario era un dínamo indetenible. Las informaciones dadas por Dorn y de Alsúa le hicieron conocer que Frantz Reichel era secretario del Comité Organizador de los Juegos; con él compartió estudios en un colegio francés y mantenía una firme amistad. Reichel fue clave en la pretensión de inscribir a nuestros atletas.

Seminario le dirigió una carta solicitando su cooperación y Reichel respondió: “Distinguido amigo: He recibido carta de usted de 20 de enero relativa a la participación de Ecuador en los Juegos de la VIII Olimpiada. Yo haré que envíen a usted, por una parte, los folletos que contienen todos los reglamentos olímpicos, y por otra parte, la serie de hojas de los requisitos necesarios para la inscripción de los atletas que usted quiere enviarnos a París”.

Presuroso, Seminario recibió los formularios y los remitió a Reichel. Este contestó luego una encomiable misiva el 11 de mayo: “Podéis estar seguro de la inscripción oficial de Ecuador. Lo hemos anunciado ya y de que los papeles reglamentarios serán arreglados al arribo de los atletas ecuatorianos a París. Estamos perfectamente satisfechos de ver a vuestros compatriotas venir y tomar parte en los Juegos Olímpicos, y no podemos menos que daros las más cordiales felicitaciones por el estreno deportivo que vosotros habéis ensayado, ya que conocíamos por experiencia las dificultades que habrían tenido que vencer”.

¿De dónde saldrían los fondos para financiar esta primera participación olímpica? Los Gobiernos, desde la creación de la República, no tenían al deporte como una actividad importante en el desarrollo social, peor estaban dispuestos a entregar recursos económicos para ello. Pero Seminario creía que las dificultades existían para ser resueltas. El 10 de mayo de 1924 remitió una carta al presidente de Ecuador, José Luis Tamayo, deportista en su juventud, fundador del Racing Club y destacado en ajedrez.

Publicidad

Pedía algo insólito: que el Gobierno pague los gastos del viaje. Tamayo, condescendiente con su amigo, el 13 de mayo emitió un Decreto Ejecutivo n.° 1342 en el que ordenaba a la Tesorería de la Nación entregue 6.000 sucres a Seminario para que financie el estreno en JJ. OO. Por primera vez en la historia un Gobierno proveía fondos para el deporte. El Estado afrontaba una seria crisis económica motivada por la baja de los precios del cacao y las plagas sobre las plantaciones. Tamayo no se excusó, dio y pronto los recursos.

Los atletas llegaron a Saint Nazaire el 26 de junio de 1924, según cable enviado por Antonio Aninat Seminario, el delegado ecuatoriano que viajó con su propio dinero. El 7 de julio saltó a la pista Alberto Jurado González para correr los 100 metros planos, lo que lo convirtió en el primer atleta olímpico de Ecuador.

Vencer tantos obstáculos para enviar una delegación a París hace 100 años es una proeza. Si hubieran estado los que dirigen Fedeguayas hoy, habrían dicho: “No es negocio”. Y si el ministro encargado de los deportes fuera el de hoy, a nuestros atletas los habrían desembarcado en medio océano Atlántico para que vayan nadando hasta Francia. (O)