Primera fecha de la actual liga española. Ya se iba el partido, Espanyol y Atlético de Madrid igualaban a 1. Salió un centro insulso al área desde la derecha de El Hilali que no debía tener consecuencias, la pelota ya caía al pasto. No obstante, Pere Milla, veterano delantero catalán, decidió aprovecharla igual. Para escaparle a la marca del francés Le Normand y anticiparlo, Milla corrió hacia atrás, al encuentro de la pelota, quedando de espaldas al arco; cuando llegó la bola, agachándose casi, dio un giro de 60 grados del cuello y la impactó de cabeza de manera que el esférico tomó el rumbo deseado y se coló en el ángulo alto del notable arquero Jan Oblak. El cabezazo fue una joya que habría que pasarles a los chicos en las escuelas. Un gesto técnico dificilísimo, magistral, que le dio el triunfo a su equipo por 2 a 1. Algunos lo postularon hasta para el Premio Puskas. Y por qué no… ¿Por qué siempre tiene que ser un gol de chilena…?

“La mayor expresión del temperamento es el cabezazo”, decía Antonio Rattin, legendario capitán de Boca. Y también la solución a muchos problemas de creación en términos ofensivos. Ante la falta de ingenio para atacar, el centro a la olla buscando el cabezazo fue la fórmula casi exclusiva del fútbol inglés durante un siglo y medio. Cuando a un equipo ya no se le ocurre nada, busca el centro a la olla como método, a ver si aparece una cabeza salvadora. Y ha salvado millones de veces. Muchos técnicos en la conferencia de prensa pospartido se excusan diciendo: “Perdimos por un gol de pelota parada”. Es que son reglamentarios, también valen. Bilardo se quería suicidar cada vez que recibía un gol de cabeza, pero si no se pudiera hacer goles de ese tipo, ¿para qué se tiran centros…?

“El cabezazo es el pan de los pobres”, dice Diego Torres, brillante periodista de El País de Madrid. Sin embargo, es una carta de gol magnífica, que soluciona tantos problemas. Siempre es posible levantar un centro, y siempre se puede prevalecer en un salto. Hay cuatro aspectos para tener en cuenta en el cabezazo: 1) El salto, decisivo para ganarles a los defensores rivales. 2) La potencia del remate, que tiene que ver con la precisión con que se impacte. A mayor fuerza de golpeo más posibilidad de sorprender al arquero. 3) La precisión. Mil veces hemos escuchado frases como “Fulano cabecea bien”. Luego lo vemos en acción y, aunque se impone en el juego aéreo, sus remates son defectuosos, le da con la oreja y por eso carecen de dirección. En tal caso fulanito tiene capacidad para ganar en los centros. O se eleva bien, pero cabecea mal. 4) Colocación o saber ir a buscar el centro, no esperar. Luis Artime casi se salía del área para no estar marcado, luego aparecía como un fantasma y conectaba.

¿Cuántas veces escuchamos de un comentarista la arrogante frase “lo dejaron cabecear”…? Preguntamos: cuando llegaban embalados en el aire, a pura potencia, Passarella, Zamorano, Gerd Müller, Batistuta, Sergio Ramos, Cristiano Ronaldo, ¿quién podía parar a esas máquinas…?, ¿cómo impedirles el cabezazo…? Passarella medía 1,73, pero virtualmente volaba para impactar la pelota. Es el segundo defensor más goleador de la historia detrás de Ronald Koeman, y la mayoría de sus tantos fueron con la testa. Cada vez que subía a buscar el cabezazo temblaban los arqueros y las hinchadas rivales. Un caso similar al de Santillana, el extraordinario artillero del Real Madrid de los 70 y 80, de apenas 1,75 de estatura, pero impresionante en el juego de alto, por oportunismo y justeza en el brinco y viveza para moverse entre el bosque de defensas. Lo mismo que el peruano Héctor Chumpitaz, más bien bajo para ser zaguero centro, pero de fantástica impulsión.

Añoramos a los grandes cabeceadores de antes, los Spencer, Passarella, Zamorano, espectaculares, claro, no obstante, hacer goles de cabeza era menos dificultoso. En el área era común que hubiese nueve o diez jugadores, hoy nunca hay menos de 16 o 18. Solo es cuestión de contar en cada tiro de esquina que vemos. Los delanteros tienen orden de bajar a colaborar con la defensa. Y los arqueros de antaño por lo general no salían, se quedaban en la raya, ahora dan varios pasos hacia adelante y atrapan la bola o dan el puñetazo. No es tan fácil ver un gol directo de córner.

Alberto Spencer es una referencia ineludible entre los grandes cabeceadores de la historia. Tenía un martillo en la cabeza. Nos confesó en una entrevista que le hicimos en Montevideo: “Tenía mucha facilidad; me resultaba natural porque poseía una gran virtud: desde el piso me elevaba mucho, en cambio los defensores tenían que tomar impulso para hacer lo mismo. Con eso sacaba ventajas. Y de los muchos goles que hice, la mayoría fueron de cabeza”. Le preguntamos: así como se mejora el remate con el pie, ¿el cabezazo también se pule? Su respuesta: “Por supuesto. Más de una vez hice goles de cabeza con el frentazo, pero haciéndola resbalar hacia atrás, o para un costado para que entrara al otro palo, para que se desvíe hacia otro ángulo o para cambiarle el sentido y efecto al balón. Ensayaba todo eso”.

¿Por qué muchos goles de cabeza generan tanta emoción…? Quién sabe. Hace diez días Racing eliminó a Peñarol con un gol soñado: de cabeza y a los 94 minutos. Centro desde la derecha bien pasado, sobró a toda la defensa uruguaya y cuando parecía que se perdía por línea de fondo apareció Franco Pardo y metió un frentazo brutal al medio del arco. El arquero uruguayo ni la vio, solo escuchó un rugido de la multitud. Uno lo mira y lo mira y no se cansa, fue espectacular.

Hubo decenas de reyes del cabezazo. Ingleses muchos, consideramos a Piqué el número uno del cabezazo defensivo, capaz de rechazar docenas de centros en un mismo partido. Pero quedan en la memoria los que convierten.

Jamás olvidaremos el cabezazo matador de Carles Puyol ante Alemania en la semifinal de Sudáfrica 2010. Era un España con muchos jugones, pero que no le encontraba la vuelta al partido, y tras un córner maravillosamente servido por Xavi, bien alto, al punto del penal, entró como un cometa el zaguero del Barcelona, les ganó a seis alemanes y metió un cañonazo que no paraban ni tres arqueros juntos. Daba para gritarlo aunque uno no fuera español. Fue extraordinario porque se ubicó casi al borde del área grande para no tener marca (como Artime), pero entró como un torpedo, se encontraron justo cabeza y pelota en el instante de mayor ímpetu de carrera y salió como una bomba. A Neuer se lo contaron después.

Pero acaso el gol más hermoso de cabeza de todos los tiempos sea el de Pelé a Italia en la final de México 70. Un prodigio: excepcional elevación, arqueo del torso hacia atrás para dar fuerza al golpeo e impacto perfecto, artístico, implacable, con potencia y dirección. Y, sobre todo, increíble por su salto sin tomar carrera, desde donde estaba, para ganarle por la vía aérea a un hombre como Tarcisio Burgnich. O Rei le sacó una cabeza y media. Lo vimos cien veces y nos sigue asombrando. Fue como el de Puyol, con menos oposición porque tenía un solo oponente, aunque más bonito.

Le preguntaron a Luisito Artime cuál había sido el mejor de su carrera y respondió en su estilo parco, drástico: “Todos valen uno”. Los de cabeza también. (O)