Mi gran hermano milagreño y vicentino, ya fallecido, Julio Viteri Mosquera, me llamaba siempre a inicios de septiembre para preguntarme qué iba a escribir en recuerdo de Milagro, la querida ciudad que me adoptó desde niño y en la que he pasado inolvidables momentos de mi vida.
Y son muchas las columnas que he escrito desde entonces (incluyendo dos libros) rememorando la grandeza deportiva milagreña, hoy desaparecida desde que la Federación Deportiva del Guayas decidió enterrar el deporte provincial y dedicar los fondos a construir pintorescos escenarios donde nunca se ve entrenar o competir a deportistas y han sido entregados a una empresa llamada Modelo Sport que los alquila para eventos de farándula o religiosos.
En Milagro no sé si existe la Liga Deportiva Cantonal por la que pasaron grandes dirigentes como Edmundo Valdez Murillo, Ricardo Rodríguez Sparovich, Fausto Villacís Dávalos, Vicente Concha Píngel, Julio Vicuña Arellano, Antonio Muñiz Plúas y muchos otros que sería largo enumerar.
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Hoy solo queda en la memoria el eco de la voz de Julio Viteri y las largas y gratas charlas sobre el pasado deportivo de Milagro, compartidas casi siempre con Carlos Serrado Campbell, Humberto Barreno Salinas (los dos moran hoy en el infinito) y Roger Cajas Salvatierra, un monumento de jugador, igual que Serrado y Barreno.
Los recuerdos estaban siempre sazonados con las desopilantes anécdotas (reales o inventadas) de la vida de Milagro y del célebre equipo Unión Deportiva Valdez narradas con ese estilo de comedia literaria que era virtud de un personaje símbolo como Carlos Serrado, quien ha quedado en las páginas de la historia milagreña.
Entre viejos amigos nunca falta esa expresión tan usual: "¡Como decía don Charles…!“. Y es un prólogo a la carcajada estruendosa que es también un homenaje a quien nos alegró la vida con sus ocurrencias dignas de una novela de Enrique Jardiel Poncela (1901-1952), el escritor español que renovó la comedia y la narración humorística.
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Ayer la familia y los amigos de Carlos lo recordaron en una misa en su memoria por cumplirse 27 años de su sensible deceso. Su hijo Jean Claude, hoy notable periodista, me llamó para invitarme a asistir considerando que tuve con sus padres una hermandad entrañable.
Le dije con pena que estaba fuera del país, pero que iba a dedicar mi columna dominical, como lo hice cuando falleció. Fue una circunstancia muy triste que no he podido olvidar. Yo estaba en Guayaquil aquel septiembre de 1998.
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Miguel Rossignoli, uno de nuestros mejores amigos, me llamó para decirme que Carlos estaba muy grave y que era oportuno que fuera a Milagro si quería despedirme de él.
Yo tenía un compromiso familiar impostergable y le contesté a Miguel que iba a escribirle una columna recordando su carrera futbolística; que esperaba la leyera el domingo y que el lunes estaría en Milagro para darle el que iba a ser nuestro último abrazo.
La columna se publicó, pero Carlos no alcanzó a leerla. Falleció en las primeras horas de ese domingo, noticia que me transmitió Julio Viteri. Estuve en su funeral acompañando a quien había forjado esa hermandad tan festiva que nos distinguió en esos años de un Milagro que era una ciudad pequeña donde todos éramos amigos.
Carlos Serrado Campbell, guayaquileño, es uno de los futbolistas más destacados que surgió en Milagro. Había jugado como profesional en equipos limeños cuando Edmundo Valdez Murillo estaba formando el que sería luego el famoso Unión Deportiva Valdez.
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Escogió a los mejores de los varios equipos de la Liga Cantonal, especialmente Remache y Contratuerca del Ingenio Valdez, y el campeón Milagro Sporting. Jugador y entrenador era Enrique Maestro Raymondi, él formó el plantel que jugó en 1951 en el Ascenso y llegó a la primera categoría en 1952.
En el arco estaba el ambateño José Almeida, pero el gran acierto de Raymondi fue su visión magistral: la formación de una línea defensiva que llegó a ser muy pronto la mejor de todo el país.
Tenía dos marcadores derechos: Carlos Serrado y Gastón Canilla Navarro. Para el centro de la zaga eligió a un jovencito alto, fino para el dominio del balón y buen cabeceador: Honorato Gonzabay. Pero había un obstáculo. Gonzabay nunca había jugado de defensa central, pues era centrodelantero en el Milagro Sporting.
“El Maestro me enseñó los secretos del puesto, lo demás lo traía yo de la cuna”, me contó un día el que en las canchas de Chirijos era apodado Guarumo para ser luego el Mariscal de campo, como lo bautizó el periodista Ralph del Campo. Le faltaba un marcador zurdo y Raymondi lo encontró en el interior de la delantera de Milagro Sporting, compañero de Gonzabay: Leonardo Chivo Mondragón. Ellos fueron la base para llegar en 1952 a la primera serie.
Serrado era muy inteligente y polifuncional. Marcaba a ambos lados y jugó algunas veces de zaguero central y volante. Con la llegada en 1953 de Alfredo Bonnard se formó la zaga que compitió por el título de la mejor del país y lo ganó: Bonnard; Serrado, Gonzabay y Mondragón.
Las cifras indican que entre 1953 y 1956 superó a la de Barcelona (Pablo Ansaldo; Luis Jurado, Carlos Pibe Sánchez y Luciano Macías) y a la de Emelec (Cipriano Yulee; Jaime Ubilla, Eladio Leiss y Raúl Argüello). En 1956 la retaguardia de Valdez jugó íntegra en la selección de Guayas contra la de Pichincha por la Copa Viteri Jiménez.
En 1954 Unión Deportiva Valdez, bicampeón de Guayas, enfrentó al famoso Botafogo que venía invicto de una gira por Colombia, donde había doblegado a Millonarios, Santa Fe, Independiente Medellín, Atlético Nacional y un combinado Boca Juniors-Deportivo Cali.
La prensa había agotado los calificativos para hablar de un puntero derecho patizambo pero maravilloso regateador apodado Garrincha, a más de Nilton Santos, Quarentinha, Dino Sani, Carlyle, Paulinho.
El Tano Spandre designó a Mondragón para marcar a Garrincha, pero este no salió en la formación inicial sino Mangaratiba. Los hermanos Saltos, funcionarios del Ingenio Valdez, decían que cuando Serrado vio que no jugaba Garrincha pidió a Spandre lo alineara en el segundo tiempo, curado de repente, según los Saltos, de un uñero.
Salió al campo y su sorpresa fue que el técnico Gentil Cardoso había hecho ingresar a Garrincha. Bromas aparte, a Carlos Serrado le tocó aquella noche marcar al insufrible alero brasileño que poco más tarde haría sufrir a todos los marcadores del planeta y ganaría dos Copas del Mundo. La prensa destacó el papel cumplido por nuestro compatriota en el más difícil compromiso de su vida futbolística. Botafogo sufrió para empatar a dos goles con Valdez.
Carlos Serrado era, aparte de gran jugador, un hombre culto, apasionado lector y versado melómano. Yo llegaba a Milagro e iba a buscarlo a su casa.
Carlos y su esposa Marlene me recibían con gran afecto y nuestro amigo ponía en su radiola a sus dos cantantes predilectos: Roberto Yanés y sus boleros, y la suite española de Agustín Lara, en la voz de Alejandro Algara.
En el sitio donde estés, hermano Carlos, seguirás escuchando esa música con la que vuelves siempre a nuestro eterno recuerdo. (O)