Cuando un brasileño juega a la brasileña, el fútbol adquiere una dimensión superior. Los ingleses lo inventaron, la Argentina es la capital de la pasión y Brasil el lugar donde mejor se jugó siempre. Su sentido artístico del juego tal vez fue superado circunstancialmente por el fabuloso Barcelona de Xavi, Iniesta y Messi, aunque no se extendió por más de una década. Deben contarse a través del tiempo algunas formaciones felices del siempre atildado y comprometido estilo holandés; en los años 40, según crónicas de la época y relatos de nuestros mayores, la década de oro del fútbol argentino asombró al continente; y en los 50, el fulgor de los magiares mágicos de Hungría deslumbraron al mundo. Son seguramente las manifestaciones estéticas más extraordinarias por excelencia y buen gusto futbolístico. Sin embargo, nadie destronó nunca en ese aspecto a los reyes del jogo bonito.

Cuando un club contrata un futbolista brasileño le pide goles, rendimiento, sapiencia con la bola, resultados, pero, sobre todo, espera de él espectáculo. La fantástica actuación de Flamengo frente a Vélez Sarsfield en Buenos Aires exhumó el recuerdo del jogo bonito, sepultado por décadas de pragmatismo y mayor preeminencia física. Este Fla del miércoles maravilló a todos, seguramente hasta a los propios hinchas de Vélez. El 4 a 0 es una mentira piadosa, el cuadro carioca jugó como para duplicar ese marcador. Solo dos veces se había dado un resultado tan abultado para el visitante en una semifinal de Libertadores: en 1963, Botafogo 0 - Santos 4, y en 2003, América de Cali 0 - Boca 4, pero no en el choque de ida. Y seguramente no con este nivel de superioridad y preciosismo.

El campo de juego de Vélez, casi siempre modélico, lució horrible, impresentable. Datos de prensa aseguran que se arruinó el césped a propósito para que la pelota no se deslizara bien y reducir con ello la mayor capacidad técnica de los brasileños, al punto de que el entrenador Dorival Junior expresó una fuerte queja al respecto: “Está pintado y seco”, dijo. Seguramente fue idea del cuerpo técnico velezano. En ese pasto, Flamengo le dio el mayor baile que este cronista recuerde de un equipo brasileño a otro argentino en 63 ediciones de Copa, al menos de visitante. “Inolvidable exhibición de Flamengo en Vélez. Para la historia”, escribió en Twitter nuestro colega Juan Pablo Varsky. “Qué creatividad tiene este equipo, qué lindo es el fútbol bien jugado”, comentó Diego Latorre durante la transmisión de ESPN. El diario Olé se rindió ante la magistral actuación y tituló en tapa: “Flamengo es imposible”. La Nación no escondió nada: “Ni siquiera la táctica del pasto funcionó”, resaltó en su muy visitada página de Internet. Y luego, en otro encabezado: “Flamengo apabulló a Vélez con jerarquía individual y riqueza técnica y colectiva”. Por su parte, otro gigante, Clarín, puso: “Flamengo armó su festival” y “Se hace gigante con su fútbol y números que asustan en la Libertadores”.

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Todo el periodismo argentino se prosternó ante la exhibición rubronegra y da por sentado que estará en la final. Vélez no tiene cómo revertir cuatro goles ante semejante maquinaria. También hizo hincapié en la tremenda diferencia de jerarquía entre un plantel y otro. Merced a la complicadísima economía argentina, este es un Vélez caserito, con muchos chicos de la casa que recién comienzan y que bastante hicieron llegando a una instancia tan alta. Pero, más allá de las abismales distancias de presupuestos, hay una cuestión de cómo siente el fútbol un equipo y otro. Vélez es un cuadrito raspador, que deja el alma en cada pelota, corre y complica a veces con la presión constante y el oportunismo ofensivo de Lucas Jansón. Pero por algo marcha 27.° entre 28 equipos en el torneo argentino.

Flamengo nos revivió en Liniers esa joya brasileña llamada jogo bonito, el juego de clase y toque que el país del carnaval enarboló durante décadas y luego se fue diluyendo lentamente. Los zagueros que salen jugando desde el fondo con categoría, los laterales proyectándose con habilidad y acierto por sus bandas, los medios tocando y dándole fluidez y encanto al juego y los delanteros desequilibrando. Todo barnizado con ese espíritu ofensivo que toda la vida caracterizó a ese fútbol y lo tornó el número uno del mundo. Ciertamente, ¡qué lindo es ver jugar así…! No era uno, eran casi todos, Rodinei (notable marcador de punta derecho), Filipe Luis, Everton Ribeiro, De Arrascaeta, Gabigol, Pedro, autor de tres goles de alta escuela… Y eso que faltan, por lesiones largas, el notable Bruno Henrique (que la gente de Emelec conoce tan bien) y el zaguero y capitán Rodrigo Caio. Pero cada uno que entra, como Everton Cebolinha o Diego, sintoniza la misma onda y hace que la armonía no se rompa.

Jugadores de Vélez se lamentan por los goles recibidos frente a Flamengo, el miércoles. Foto: Juan Ignacio Roncoroni

Los cuatro goles fueron soberbios, algunos de antología, como el segundo y el tercero. El 2-0 llegó tras una sucesión de pases deliciosos, de primera, con precisión y preciosismo: Filipe Luis a Pedro, enganche y toque a Everton Ribeiro, este al uruguayo De Arrascaeta (grandísimo volante), alargue a la derecha para Gabigol, quien de aire, sin bajarla, la pone al medio del área para Everton Ribeiro, quien toca cruzado a una punta ante la salida del desesperado arquero Hoyos. Circularon el balón de una punta a la otra con una gracia y perfección notables hasta derivar en la red. Son goles y actuaciones completamente inhabituales. Es una producción que demuestra lo bien que se lleva el grupo: disfrutan de estar juntos en la cancha y hacer estos prodigios. Nadie quiere estar por encima del otro y en la asociación se nota la complicidad, la amistad que debe regir fuera.

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Por la mitad del segundo tiempo, los muchachos de Vélez no sabían si salir o esperar, perdieron la noción de la marca, mareados ante tanto toque desconcertante de un lado al otro, toque con movilidad y desmarque para ofrecer opciones de pase. Fueron cuatro goles que tranquilamente debieron ser siete u ocho. Si al periodista le preguntan a quién le gustaría ver campeón no sentiría ninguna vergüenza en responder “Flamengo”. Es el que mejor espectáculo le ofrece al público. Es verdad, también, que esta disparidad de capacidades entre Flamengo y Vélez es un retrato de la época, en que el fútbol brasileño se situó algunos escalones por encima del resto. Pero esa discusión la dejamos para después. Esta es hora de celebrar un fútbol que parecía enterrado para siempre. (O)