“En el Arsenal descubrí que, en cierto modo, ser entrenador es como una ruleta rusa: antes de cada partido pones una bala en el tambor, durante el encuentro aprietas el gatillo… y esperas salir ileso”. La dramática metáfora es parte de las memorias de Arsène Wenger editadas por Roca Editorial para su ultrafutbolero sello Córner. Revela la mezcla de pasión y angustia que ha signado su magnífica trayectoria, la cual lo ha situado como uno de los grandes técnicos europeos de la era moderna junto a Alex Ferguson, Pep Guardiola, José Mourinho, Rinus Michels, Jurgen Klopp, Fabio Capello, Guus Hiddink, Arrigo Sacchi y otros. Por ello sus recuerdos y sentencias serán una fuente de la que abrevarán sus colegas jóvenes.

Wenger reunió cuatro perfiles muy identificables: el entrenador obsesivo, dedicado catorce horas por día al club, el fichador experto (posiblemente el número uno del mundo en este rubro crucial), el impulsor de un fútbol agradable y ofensivo para los espectadores y el administrador férreo de los recursos de la institución, casi un gerente financiero que contribuyó de manera decisiva a la grandeza definitiva del Arsenal de Londres. Otros DT se centralizaron únicamente en el equipo, Wenger adoptó en el Arsenal la actitud de un desarrollador.

Para dar el decisivo salto de calidad, el Arsenal, que es una sociedad anónima pero que no se maneja con fondos aportados por magnates o estados, debía dejar su viejo y entrañable estadio de Highbury para construir uno mucho más grande y confortable, que generara mayores ingresos. Con su anuencia, el club se embarcó en un costoso proyecto para levantar el Emirates. Se le fueron las tres estrellas principales: Patrick Vieira, Thierry Henry y Robert Pires, que les habían dado tanta gloria. “No podía retenerlos y decirles <<No, no te vas>>. Los futbolistas son profesionales y quieren ganar. Hay que tomárselo con filosofía y ponerse en su lugar. Además, uno no puede enfadarse con quien le ha dado tanto. Su marcha era una forma de conseguir más ingresos para destinar al nuevo estadio”, relata El Profesor.

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Una vida hecha de fútbol

Comenzó la construcción de la nueva gran casa y el Arsenal quedó relegado deportivamente frente al Manchester United, el Chelsea y otros, que seguían fichando jugadores a altos valores. “Pensábamos invertir 220 millones de libras en la construcción y acabamos pagando 428 -evoca Wenger-. Para respaldar el proyecto se me exigió firmar por cinco años. Me comprometí por un lustro que estaría lleno de obstáculos. Aún así, reconozco que estaba encantado. El Arsenal era mi club, mi vida. Con el estadio logré cumplir mi idea del papel del entrenador: dar otra dimensión a la institución”. Se implicó tanto que, reconoce, “durante veintidós años no viví en Londres sino sólo en el Arsenal”.

Se autoimplantó una economía de guerra. Para poder sostener con los ingresos del fútbol la construcción del gran estadio había que clasificar a la Champions en al menos tres de cada cinco temporadas, pero lograron entrar a diecinueve consecutivas. Y, una vez inaugurada la nueva casa, debían conseguir una media de 54.000 espectadores por partido, “pero logramos 60.000. Algunos meses, ya en abril, pensaba que no lo conseguiríamos. Sin embargo, cuando a fin del torneo lográbamos las metas era como si hubiésemos ganado el campeonato”.

Finalmente terminaron de pagar a los bancos y el Arsenal se hizo poderoso. “Cuando fiché por el equipo, sus acciones costaban ochocientas libras, cuando me fui habían subido a diecisiete mil. A mi llegada, el club tenía entre 70 y 80 asalariados, al irme eran setecientos. Quedó un club saneado y fuerte”.

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2022: El fútbol que tendremos

Omnipresente en la vida y en las estructuras del club entre 1996 y 2018, Wenger intervino directamente en 450 traspasos de jugadores que llegaron o se fueron, logrando resultados excepcionales de rendimiento y rentabilidad. Pero más allá de su participación en los manejos económicos del equipo y las miles de horas que dedicó a esos colores, se muestra feliz. “Si el dinero, y no la pasión y la fidelidad, hubiera sido mi prioridad, podría haber ganado el doble o el triple abandonando el Arsenal y yendo de club en club. Me llamaron de la Juventus, el Real Madrid, el PSG, el Bayern Munich, la Selección Francesa, la Inglesa… Hoy me alegro de haber dicho que no a más gloria y más dinero”. Estaba seguro de continuar su objetivo, compuesto por tres misiones: “La primera: influir en el resultado y en el juego del equipo. La segunda: ayudar a la progresión de cada jugador. La tercera: ampliar la estructura del club y su influencia en el mundo”.

La primera fue tan exitosa como las otras. “El juego del equipo era llamado de Boring Boring Arsenal (algo así como ‘el muy aburrido Arsenal’). Hoy el conjunto de la camiseta carmesí es reconocido a nivel mundial como referente y exponente habitual de buen fútbol”, dice el colega español Ariel Judas. Y acaso el pico de belleza y eficacia lo alcanzara Wenger con el Arsenal de 2004, que ganó el campeonato con actuaciones lujosas y siendo invicto en 49 partidos. Único campeón sin derrotas en la historia de la Premier League con 26 victorias y 12 empates. Por la proeza fue dado en llamar “Los Invencibles”. “Teníamos una defensa de oro”, rememora Wenger. El once de gala era con David Seaman; Lauren, Sol Campbell, Kolo Touré y Andy Cole; Gilberto Silva, Patrick Vieira y Robert Pires; Thierry Henry, Dennis Bergkamp y Fredrik Ljunberg.

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Di Stéfano, el genio y su época

Científico en todos los aspectos, realizaba un test de personalidad a cada uno de sus jugadores. “La motivación constante de los jugadores es decisiva para que alcancen el éxito. En el fútbol hay tres aspectos clave: control de balón, toma de decisión y calidad de la ejecución”. Pues bien, según su estudio, lo que diferencia a los jugadores es cómo procesan la información. Los buenos reciben entre cuatro y seis datos en los diez segundos antes de recibir el balón, los muy buenos, entre ocho y diez.

“Los entrenadores deben ser conscientes de la responsabilidad del fútbol, del poder que tiene sobre los jóvenes y la sociedad. Deben ser conscientes de las miradas que atraen, de la fascinación y la devoción que a veces suscitan. Un entrenador debe estar a la altura de ese poder. Ha de convertir el fútbol en el juego más hermoso y artístico de todos”. (O)