Qué sencillos en su grandeza eran los astros deportivos de antaño. Se los encontraba en la calle, caminando como cualquier ciudadano. Nunca negaban un saludo, un apretón de manos, tal vez una foto, aunque en aquel tiempo las cámaras solo las podían comprar personas con buen dinero. Paraban en las esquinas porteñas cuando los barrios eran ocupados por galladas ‘zanahorias’ en las que se hablaba de chismes, noviecitas, cine o deporte.

Lejana estaba la época – la de hoy- en que para una entrevista hay que solicitar permiso con 15 días de anticipación al jefe de relaciones públicas del club (un tipo generalmente agrio y desagradable). Transcurrirá al menos un mes para que la ‘estrella’ pase ante un micrófono, un celular o una cámara de televisión y empiece con ese célebre: “Si, no, yo pienso…”. Los plazos se alargan si se trata de un ‘crack’ extranjero al que nadie conoce en su país, pero gana como jugador europeo. Hago esta introducción porque viví las realidades de antaño desde niño. Y uno de mis relatos predilectos tiene que ver con Alfredo Bonnard, el mejor arquero de todos los tiempos para los que lo vimos jugar, menos para los que jamás lo vieron cuidar la valla en la era del estadio Capwell viejo o del Modelo. Alfredo había brillado ya en Everest, Norteamérica y Valdez cuando yo, parado en la esquina sureste de Pedro Moncayo y Aguirre -mi barrio inolvidable- lo esperé a que bajara de un taxi una tarde de domingo. “Buenas tardes, Alfredo, ¿le sostengo el maletín?”. No me conocía, pero debió verme la cara de chiquillo bueno (de 11 años) y me lo entregó.

Subió al departamento de su compañero de Everest y la selección Gerardo Layedra y cuando ambos bajaron Alfredo me preguntó: “¿quieres ir al estadio?”. Cómo no iba a querer si desde un año atrás mi padre nos llevaba a mi hermano Andrés y a mí a ver desde los partidos de Ascenso. Gerardo y Alfredo me llevaron en el taxi hasta la entrada de tribuna y con el maletín del famoso golero, que no había aflojado para nada, traspuse la puerta de la calle San Martín. Estaba dentro de la tribuna del Capwell por primera vez en mi vida. En mi memoria olfativa quedaron para siempre el olor a masaje que salía de los vestuarios y el de los perros calientes que hacía el viejo Cebolla Hidalgo.

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La Comisión Nacional de Fútbol Profesional de la Federación Deportiva Nacional del Ecuador se hallaba en la tarea de organizar la participación de nuestro país en el Sudamericano de Lima, en 1953. Escogido como el equipo más débil por los organizadores, a la selección le impusieron un calendario en el que debía debutar con el anfitrión para que este se luzca. El 28 de febrero, en el Estadio Nacional de Lima, se jugó ante 50.000 personas el partido. La jornada no fue nada fácil para los peruanos, pese a la timidez de la delantera ecuatoriana.

Al término de los primeros 45 minutos, cuando Bonnard se dirigía al túnel, de improviso, la afición peruana se puso de pie para despedirlo con una atronadora ovación. Solo una pequeña vacilación permitió a los peruanos anotar un gol. La crónica de EL UNIVERSO, enviada por Miguel Roque Salcedo, decía: “Bonnard, magnífico, sin ninguna falla; tapando por alto y por bajo y mostrando ubicación y seguridad de manos. Fue la gran figura y el público, adverso a nuestro cuadro, fue poco a poco reaccionando favorablemente y terminó aplaudiendo sin reservas la meritoria actuación del arquero que fue una muralla”. La segunda aparición de Ecuador fue el 4 de marzo ante Paraguay. El público volvió a observar asombrado el extraordinario desempeño de Bonnard. El tiempo inicial entregó la valla invicta y en su reporte para Associated Press el periodista argentino Luis Vidal Sologuren comentó: “Bonnard ha dado cátedra de arquero”. Al reingresar Bonnard a la cancha el público se puso de pie para aplaudirlo. El partido terminó sin goles. De pronto la afición peruana pidió que Bonnard diera una vuelta olímpica vitoreado por quienes se encontraban en la gradería, por los jugadores paraguayos y por sus propios compañeros. Para Vidal Sologuren, “la defensa ecuatoriana actuó espléndidamente, especialmente en el primer tiempo en que casi todo el juego se efectuó en campo ecuatoriano. Bonnard fue el mejor hombre de toda la noche pues tiene vista, es seguro, valiente y evitó tantos que se consideraba hechos”. Paraguay fue después campeón sudamericano.

Ante Brasil todo hacía presagiar una goleada el 12 de marzo. Fue 2-0 y ante rivales consagrados en el planeta entero Bonnard tuvo una actuación monumental. Para los críticos, de acuerdo a EL UNIVERSO: “En las líneas ecuatorianas había un héroe, el mejor portero que se haya visto en este campeonato: Bonnard. Aclamado por la multitud con justicia, contuvo el dominio brasileño. Lo contuvo solo porque todas las líneas ecuatorianas hubo momentos en que se rindieron ante la técnica perfecta. Pero Ademir, por ejemplo, remató a quemarropa dos veces, Didí una vez, Rodríguez una que fue un cañonazo y Baltasar que intentó remates, se vieron desengañados por el arrojo del ecuatoriano, por su seguridad, su visión de la posición”. Para El Comercio, de Lima, “la elegante delantera de los brasileños se estrelló ante la figura del arquero Bonnard”.

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El 23 de marzo, ante Uruguay, cayó una selección agotada físicamente por el intenso trajín. El amplio marcador en contra podría hacer que pareciera exagerado un elogio de Bonnard. Por ello vale reproducir una parte del comentario de United Press International: “Bonnard sigue siendo el estupendo arquero que tapa todo lo humanamente posible. Los ecuatorianos se esfuerzan por jugar, la defensa se abre y los uruguayos presionan dando ocasión a Bonnard para convertirse en estrella porque en menos de seis minutos le hacen cinco disparos desde todas las posiciones que el prodigioso guardavallas tapa, provocando formidables ovaciones y acercándose los delanteros uruguayos a felicitarle”.

Vidal Sologuren sostuvo: “Este es Alfredo Bonnard, el arquero de la selección de Ecuador, la revelación del certamen”. Aplaudimos a Bonnard por ese encuentro en que su equipo se jugó por entero frente al coloso del fútbol sudamericano, Brasil, y en el que sufrió una derrota que le honró tanto como una victoria”.

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Los buscadores de estrellas no perdieron tiempo. El empresario francés Alphonse Boghossian ofreció a Bonnard una transferencia para el equipo que escogiera en París, Niza o Montecarlo, cuyos clubes le habían otorgado poder para que firme al porteño a cualquier precio. Boghossian quería llevarlo con él a Europa, pero Bonnard prefirió retornar a Guayaquil pues había dado su palabra para pasar a Unión Deportiva Valdez. Así se frustró la gran posibilidad de que el mejor arquero de todos los tiempos en el Ecuador juegue en el Viejo Continente. (O)