La notable relación de Álex Aguinaga con la Copa América da para un libro. Esta es la tercera entrega de nuestra extensa charla, en la que desgranó edición por edición. En 1993 la Copa llegó a Ecuador por tercera vez. Aguinaga entendió perfectamente lo que significaba para el fútbol de su país y se erigió en bandera de una selección que por primera vez apuntó a la corona.

—Fue especial para nosotros, éramos locales, la gente motivada, una gran hinchada… Le ganamos de entrada 6-1 a Venezuela, luego 2-0 a Estados Unidos que debutaba en esa Copa y cerramos como primeros de grupo venciendo a Uruguay 2-1 con gol mío cuando terminaba el partido. Ya le había marcado a Venezuela, pero ese contra Uruguay fue uno de los mejores de mi carrera. En cuartos de final ganamos 3-0 a Paraguay y caímos en semifinal 2-0 con México. Este es el partido que más me duele porque teníamos todo para llegar a la final. Manejamos la pelota, pero México hizo un gran partido y no nos dio lugar. Y de contra nos hicieron dos goles, uno de Hugo Sánchez y otro de Ramón Ramírez. Fue duro porque teníamos fútbol para llegar a la final, hubiera sido espectacular enfrentar a Argentina, y estoy convencido de que nos hubiese ido bien.

El gol ante Uruguay fue un centro al ras de Ángel Fernández desde la derecha que Álex, en el borde del área, le pegó cambiando noventa grados la trayectoria, un gesto técnico excelso. El estadio Atahualpa de Quito virtualmente explotó con ese gol.

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—Ya en la edición de 1995 en Uruguay comenzó a irle mal a Ecuador en la Copa. Nos tocó con Brasil y Colombia, que fueron segundo y tercero del torneo, con ambos perdimos apenas 1-0 y, como despedida, le ganamos 2-1 a Perú. Después ya no fui a la del ’97 en Bolivia. Menos mal, perdimos los tres partidos. Volví en Paraguay ’99; ahí terminé retirándome de la selección, enojado con los dirigentes. Hubo muchos problemas, estaba por arrancar el partido del debut con Argentina y seguíamos discutiendo los premios. Me acusaron de haber tirado para atrás el equipo, porque yo era el capitán, por eso renuncié. El presidente Luis Chiriboga y los demás directivos eran nuevos. No daban la cara, queríamos dejar arreglado el tema de los premios y no venían, no venían… Se aparecieron media hora antes de subir al bus. Me fui para no volver más.

—Pero apareciste en la Copa siguiente. ¿Qué pasó en el medio…?

—Pasó que en el año 2000 asumió como técnico Hernán Gómez y vino a México a reunirse conmigo. Me dijo que iba a ser su brazo derecho, que necesitaba alguien como yo, un técnico en el campo de juego, me daba la banda de capitán, todo lo que le pidiera. Le agradecí mucho, pero le dije que salí muy dolido con la directiva de la Federación y no deseaba regresar. Él se volvió. Hablé por teléfono con mi esposa, porque yo estaba en Guadalajara y ella en Ciudad de México y le conté. Me dijo: “Sé que estás dolido, porque a nosotros también nos afecta, pero hazlo por la gente, porque es la última posibilidad de Ecuador de llegar a un Mundial, olvídate de los directivos”. Bueno, me convenció. Llamé a Bolillo y le dije voy, pero con una condición. “Sí, la que querás, la que querás…” No quiero hablar con ningún directivo nunca. Los premios que los traten los muchachos con vos, si hay alguna inquietud por los viajes la arreglan ustedes, yo llego, entreno, juego y me regreso, no tengo por qué mirarle la cara a nadie. “Tranquilo, te lo cumplo”, me contestó. Así volví. Y llegamos al Mundial.

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Luego tuvo un alto elogio para el técnico colombiano.

—Fue clave para que llegáramos al Mundial 2002. La unión que él logró en el plantel no la viví con nadie más. Supo conjuntar los talentos y los egos. Les supo llegar a los muchachos por el lado amable, por el lado de la familia; en la cancha y afuera éramos como hermanos. Nos daba gusto encontrarnos.

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Álex vive el retiro de los héroes. Puede contemplar con orgullo el pasado. Fue un crack, un señor. Y dejó todo en el momento justo.

Su retorno posibilitó también que alcanzara el récord de participaciones continentales.

—En medio de la clasificatoria se disputó la Copa América Colombia 2001. Ahí fue todo mal, tuvimos un arranque pésimo, perdiendo 4-1 ante Chile. Al siguiente nos ganó Colombia 1-0 y me expulsaron. Y no jugué el partido con Venezuela, que ganamos. Mala participación para nosotros, pero nos vino muy bien como ensayo para la Eliminatoria, que se reanudó dos semanas después. Ahí volvimos a jugar con Colombia y empatamos en Bogotá; buen resultado, nosotros fuimos al Mundial y ellos no. Y la última, en Perú 2004, perdimos los tres juegos, pero lo peor resultó el estreno, Argentina nos ganó 6 a 1. No jugué ese partido, fue un resultado sacatécnico para Bolillo Gómez. Siguió dirigiendo hasta el final, pero tras la goleada ya había decidido renunciar, estaba cansado, muy molesto con los directivos y el resultado simplemente lo empujó.

Le vuelve a la mente el tema de los cumpleaños, la capitanía, el himno.

—Era raro, pasé ocho cumpleaños en la Copa América, sin mi familia, festejando con los compañeros o a veces venía una radio, me hacían una entrevista, traían un pastel y yo apagaba las velitas. Compartí la capitanía con Luis Capurro; él llevó la banda mucho tiempo por edad y por experiencia, a mí nunca me importó la cinta para sentirme capitán. Desde luego es lindo porque uno entra, intercambia los banderines y todo eso, pero nunca me sedujo mayormente, yo me sentía el líder igual, fui capitán desde los 17 años en Deportivo Quito. La cinta no determina el liderazgo. El himno es algo muy emocionante, y cantarlo, un orgullo, me llevaba la mano al pecho y trataba de transmitir esa emoción a mis compañeros para que cambiáramos el chip y nos enfocáramos solo en el partido. El himno es un punto de no retorno, a partir de ahí en la mente solo hay una cosa: jugar y dar todo. Es muy motivante para el futbolista.

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Álex vive el retiro de los héroes. Puede contemplar con orgullo el pasado. Fue un crack, un señor. Y dejó todo en el momento justo. (O)