La villa, el potrero, el barro, los arcos con dos piedras, las zapatillas rotas (las únicas…), Doña Tota protestando desde la esquina, pidiendo que vayas a hacer la tarea… “Pará, mami, dos goles más…” Ya está oscuro, pero la zurda sigue, la picardía, un amague acá y dos que pasan de largo, un caño allá… La habilidad suprema unida a la fuerza mental, el deseo de ayudar a la familia, la prueba en Argentinos Juniors, los sueños de Primera, la Selección… “Mi meta es jugar un Mundial y ser campeón”.

Los códigos… El 2 que busca achicarte a golpes: “Te dan y te la aguantás, te levantás y seguís jugando”. El miedo cero: “A estos les jugamos donde quieran y les hacemos cuatro…” La arenga eterna en el túnel: “¡A no achicarse nadie, eh…! ¡Ellos no son más que nosotros! ¡Vamos que tenemos que ganar…! ¡Vamos, carajoooo…!”

Las leyes del juego… “El pase nunca para atrás, la gambeta hacia adelante, levantar la cabeza, entrar al área, pegarle al segundo palo, apuntar abajo que los arqueros no llegan, tocar al ras, en los penales pegarle a una punta, cabecear con los ojos abiertos…”

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Esa microscópica gotita de esperma llevaba los genes de millones de argentinos, del país más futbolero del mundo. Contenía la experiencia acumulada, la pasión, la sabiduría de un pueblo que vivió para la pelota. Y salió Diego… Diego Armando Maradona, el Pibe de Oro. El que los reunió a todos: la gambeta de Houseman y Juan Ramón Verón, el genio de Bochini, la zurda de Sívori, la potencia de Batistuta, la altivez de Mario Kempes, el talento de Pontoni, la guapeza de Moreno, el carácter de Di Stéfano... Toda la historia celeste y blanca de la pelota confluyó en esa gotita que germinó en el vientre de Doña Tota. Y nació el jugador del pueblo.

Esa gotita se corporizó en el gol a los ingleses. En ese viaje desde la media cancha íbamos todos, todos metidos en ese cuerpo retacón y fuerte, en esa mente arrogante y ganadora. Y con cada inglés que quedaba atrás gritábamos “bieeeeennn…” El zaguero inglés Butcher dijo años después: “Nunca le vi la cara, sólo la nuca”.

¡Qué suerte haber sido contemporáneos de Diego…! Haber visto su arte, su obra completa, la zurda creativa y demoledora. Ha sido el futbolista con más épica de la historia, el que cuando le llegaba la pelota uno pensaba que podía hacer cualquier cosa, así tuviera diez adelante. Una tarde en Italia volvieron al vestuario en el entretiempo, Napoli perdía y jugaba mal, Diego rabioso entró al vestuario:

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-¿Por qué no me pasan la pelota, viejo…?

-Por que estás muy marcado, Diego-, se excusó Ciro Ferrara.

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-Vos dámela siempre, que yo algo voy a hacer.

Sufrió verdaderas salvajadas de sus marcadores, alevosía jamás vista con otro jugador, pero nunca arrugó ni dejó de pedirla.

Suele contarlo José Pekerman, surgido también del semillero de Argentinos Juniors:

-Estábamos en Primera, entrenábamos temprano y después de nosotros practicaba la novena. Todos los profesionales nos quedábamos a ver entrenar a Maradona. Ya se sabía que hacia genialidades con catorce años.

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Ahí empezó la escalera hacia el cielo. El debut a los quince y en la primera bola que tocó le hizo un caño a Juan Domingo Cabrera, de Talleres. Y los primeros goles, la platita inicial que la modestia de Argentinos le puso en el bolsillo. Con ello se llevó de vacaciones a su familia (Don Diego, Doña Tota y nueve hermanos) a Mar del Plata, a conocer el mar. Para tenerlo feliz, Argentinos le alquiló una casa en La Paternal, así dejaba la villa. Y le compró un Ford Taunus usado. “Pero está lindo, Diego…”, lo confortaron los dirigentes. A los dieciséis le llegó la Selección, el gran amor de su vida. Y con ella el ruido grande, los clubes del mundo que pugnaban por el pibe de Fiorito. Pero una interminable y loquísima negociación lo llevó a Boca: a préstamo por un año a cambio de dos millones de dólares (¡en 1981…!) y seis jugadores. Es difícil narrar hacia afuera la expectativa que el pase y su estreno en la Bombonera despertó en el país. Cuando Diego asomó sus rulos por el túnel literalmente explotó el estadio. Aún transitaba los veinte años, aunque ya le afloraba el carácter indomable, reclamante, contestatario.

Como jugador tuvo todo lo que se puede esperar de un supercrack: clase, valentía, magia, talento, espíritu ganador, rebeldía. Europa se rindió a su estilo fue auténticamente sudamericano. Como personaje ha sido cinematográfico, inigualable. Es uno de los fenómenos más notables que ha dado el deporte universal.

Luego vinieron el Barcelona, los Mundiales, el Napoli, la gloria total, la leyenda, los honores, los excesos, las peleas, los desplantes… Vivió varias vidas, hizo y dijo todo lo quiso sin importarle las consecuencias. Ganó fortunas, se las gastó, volvió a ganar. Tuvo infinidad de mujeres y muchos hijos regados por ahí. El límite de todo era él mismo. La única que lo mandó fue su madre. Don Diego si acaso le ganaba por bonachón. Imponía la ley en cada vestuario. Estuvo por encima de cada Presidente de la Nación, insultó a la FIFA, a todos los poderes. No esperaba agradar, cautivó con su fútbol. Y no se apartó nunca de su clase. Para lo bueno y para lo malo, no existe nada más argentino que Diego Maradona. Él era la bandera, la camiseta, lo que teníamos para hacerle frente al contrario. Por eso lo amaron.

Se fue agradecido con la gente; en su retorno al fútbol argentino como técnico de Gimnasia todos los clubes, todas las hinchadas le hicieron homenajes increíbles. Hasta le preparaban un trono en lugar del banco de suplentes. Recibió ovaciones, lagrimeó, se sintió otra vez como al comienzo en Argentinos. Cercanos a su entorno refieren que ya no quería nada más, deseaba despojarse del personaje, sacarse el traje de Maradona para vivir unos años como un hombre común. Anhelaba sentarse en un sillón del living con su perro al lado a mirar partidos, lejos de todo. Pero el personaje lo perseguía a donde estuviera. Murió sólo, sin ningún afecto cerca. El complejo entramado familiar no podía llegar a él. Lloraba mucho últimamente, quizás veía que la vida se le escurría temprano; ya había gastado varias. ¡Y con tanto por vivir…!

Sabíamos que podía suceder y aún así nos tomó con la guardia baja: ¡murió Maradona…! ¿Cómo…? No puede ser… Sí, un paro cardíaco, se fue Diego. Y nos quedamos mudos, congelados. Ahora empieza a ser recuerdo, el mortal se va, queda el legado del artista, almacenado en las retinas, en los textos, en los videos. Provocó cientos de millones de “ooooooooohhhhh…” Su herencia es la magia, el asombro, la alegría que generó. Con la muerte, muere todo lo demás.

El Gobierno decretó tres días de duelo nacional y recibirá funerales de estado en la Casa Rosada. A él le hubiese gustado, seguro, algo menos solemne, un velatorio a todo volumen con la voz de Rodrigo entonando “La mano de Dios”:

-Y todo el pueblo cantó: / ‘Maradó, Maradó…’ / nació la mano de Dios / ‘Maradó, Maradó…’ / sembró alegría en el pueblo / regó de gloria este suelo... (O)