Adenor Bacchi 'Tite' pasó a engrosar la selecta y reducida nómina de técnicos campeones de Copa Libertadores y Copa América, dificilísimas ambas de ganar. Merecido, es un entrenador que prestigia la profesión, como Óscar Tabárez, Reinaldo Rueda, Ricardo Gareca, Carlos Queiroz. Tiene toda el aura del maestro, no sólo del que entrena y compite. Con él son apenas cinco que reúnen tal honor: los uruguayos Hugo Bagnulo, el mencionado Tabárez y Roberto Fleitas, el colombiano Francisco Maturana y ahora el excelente estratega de Caxias do Sul. Este Brasil titeano es una réplica casi exacta de su Corinthians campeón de la Libertadores 2012. Ambos hicieron un culto al practicismo, ni retranqueiros ni jogo bonito, ni picapiedras ni espectaculares. Los dos se coronaron invictos. Aquel Timão compuesto por operarios calificados, cuyo rostro saliente era el de Paulinho, quien luego llegó al FC Barcelona, disputó 14 partidos, ganó 8 y empató 6, con 20 goles a favor y sólo 4 en contra. Los números le daban muy bien, era una piedra para los rivales. Este Brasil campeón de América jugó 6, ganó 4, empató 2, con 13 goles marcados y apenas uno recibido (y de penal). Un 10 en estadísticas.

Los equipos de Tite son eficientes, trabajadores, prudentes, responsables. Claro, no enamoran. En términos amorosos podríamos decir que son buenos para casarse, no para vivir una aventura. Carecen de romanticismo, de fuego y pasión. Y eso es lo que le critica buena parte de la prensa y la opinión pública brasileña. Están muy divididas las preferencias. Por eso, aunque nos parezca increíble, no tiene el puesto asegurado. Una enorme legión prefiere ver otra cosa.

“Mucha gente no quiere la continuidad de Tite, aunque otro sector, los que cubren habitualmente la selección, están fanatizados con él. La gente en general le achaca que elige jugadores viejos, como Thiago Silva, Willian, Dani Alves, aunque este fue la figura de la Copa. La inclusión del joven Everton es una excepción en él. Nadie pensó que lo llamaría. Lo hizo y fue la revelación”, refiere Jorge Luiz Rodrigues, excelente colega de O Globo.

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Ha sido un justo campeón, Brasil. Del que en cinco años no se acordará nadie, eso sí. De sus cuatro triunfos, dos fueron sobre Perú, otro contra Bolivia y el restante frente a una Argentina desacreditada, nueva y con cero rodaje, que sin embargo le generó bastantes problemas. Exactamente, tres remates al arco contabilizó Brasil frente a la selección del novel Scaloni: dos fueron goles (otra vez la eficiencia) y otro se fue alto. Argentina creó el doble de situaciones. Sin contar las dos flagrantes jugadas de penal en las que el VAR dio una mano en el momento exacto. Una de esas jugadas, además, tomó al equipo argentino protestando y devino en el segundo gol, lo que agravó las protestas. Sí fue, indiscutiblemente, el equipo más parejo, el de mejores individualidades, caso Dani Alves, Everton, Gabriel Jesús, Marquinhos, Thiago Silva, Arthur. El golero Alisson casi no tuvo que intervenir en esta Copa, le patearon poquísimo, no obstante, transmite una tranquilizadora seguridad. Todos fueron muy solidarios, el aspecto que más seduce a Tite en cualquier formación. La presión alta de Brasil fue un tema de muy difícil solución para los rivales. Se vieron siempre anticipados. El único que lo tuteó en el campo fue Argentina, es más, tuvo mayor posesión de pelota.

La Verdeamarilla no tuvo que enfrentar a Uruguay, Chile y Colombia, rivales de peligro. Y empató con Venezuela y Paraguay. Pero la Conmebol distinguió a Dani Alves como la estrella de la Copa, a Everton le dio el premio al goleador y a Alisson el de arquero. Faltó el Utilero de Oro y el Masajista de Platino. Hubo un tufillo localista en todo el torneo. Y un VAR al servicio, cuando realmente hizo falta. Hasta la ceremonia de premios fue empalagosamente localista. Incluso la final debió ser arbitrada por Wilmar Roldán o Néstor Pitana, por unanimidad considerados los dos mejores colegiados del continente por un océano de distancia sobre los otros. Pero Roldán es peligrosamente imparcial (cobra lo que es), y Pitana es argentino. No parecían recomendables. Que el omnímodo Wilson Seneme, director de arbitraje de la Conmebol, sea brasileño, tampoco ayuda a transmitir la idea de cristalinidad. Un comité integrado por tres o cinco personas de distintas nacionalidades debería comandar el tema más urticante del fútbol, no un solo hombre. Brasil detentó esa área clave durante décadas a través de Abilio D’ Almeida; a su muerte la ocupó el paraguayo Carlos Alarcón por casi diez años. Desde hace tres volvió a manos brasileñas. Desde los tiempos de Havelange, Brasil siempre tuvo en su poder los rubros finanzas y arbitraje.

El VAR, que se negó a revisar dos penales a favor de Argentina ignorados por el obediente Roddy Zambrano, en la final sí actuó para chequear una inexistente falta del peruano Zambrano a Everton. Fue el penal menos penal de la historia de la Copa América, dos jugadores que corren apareados y, simétricamente, chocan hombro contra hombro. Ahí sí el VAR entendió que merecía examinarse la jugada y el chileno Tobar vio infracción donde no la había. Es justamente lo que enerva: ven cosas que no existen y no advierten otras clarísimas.

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El oscuro arbitraje de esta Copa, la actuación del VAR a medida, la falta de claridad, pues, como declaró Gareca, nadie explica cómo se utiliza y nada se muestra ni se aclara, echó una nueva palada de tierra sobre la Conmebol, que promueve a cada instante transparencia, y de verdad uno le quiere creer, pero no se ayuda a sí misma. La injusta expulsión de Messi (y la negativa del réferi a revisarla por video), agravó el sentimiento general. Lo muestran las redes sociales: la gente ya no confía en el VAR, ni en los árbitros ni en la Conmebol. Triste. Le parece todo un gigantesco cachivache con pompa, la que da el dinero, fluyente a borbotones por los millonarios contratos. Parece haber dos tipos de VAR, el del mundo y el de Sudamérica. Es imprescindible para el aficionado creer en el ente organizador del fútbol, en los jueces, en el sentido de justicia e imparcialidad del organismo.

Fue una Copa sin clima, en un medio que casi ignoró la competencia y salvada en parte por los miles de extranjeros que sí fueron, con campos de juego deficientes, entradas caras, pocos goles, sin fútbol de calidad ni nuevas figuras a excepción de Everton, elemento de enorme potencial que reemplazó a Neymar sin complejos. Paulo César Lima, aquel volante campeón del mundo con Brasil en México ’70, es actualmente analista del diario O Globo; tituló así su columna: “La peor Copa América de todos los tiempos”.

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En once meses, el próximo 12 de junio, arranca la edición 2020. Ojalá cambie todo para bien. (O)