La lista de 23 de Argentina para la Copa América tuvo el mismo efecto que el reporte de la cotización de la soja en Chicago o el pronóstico del tiempo para el mes próximo. En la calle, ínfimo interés. Ni polémica; apenas indiferencia, el sentimiento que despierta la actual Selección Argentina (¿hay una actual…?). La mística impresa por Menotti en 1974, cuando asumió, fue fortaleciéndose, alcanzó el cénit con los títulos y subtítulos mundiales y olímpicos y se prolongó acaso hasta 2006. Luego comenzó a difuminarse, a evaporarse, para llegar a este presente en que definitivamente no existe, ni rastro queda. Y no hay ningún valor más poderoso en una selección: la mística es un bien intangible y contagioso; anima, envalentona, trasmite. Se genera a través de grupos positivos, de actitudes nobles y de triunfos importantes. Y llega a ser el jugador número doce (con perdón de Boca). Con eso se empieza a ganar desde el himno.

La nómina final, muy pobre, borra a 14 integrantes del último Mundial. Diez meses después de haber estado en Rusia, Caballero, Guzmán, Mercado, Mascherano, Fazio, Rojo, Ansaldi, Salvio, Biglia, Banega, Meza, Pavón, Higuaín y Enzo Pérez son pasado. ¡Catorce…! De los cuales siete u ocho eran habituales titulares. Nadie reclamó por ellos, no serán extrañados, ninguno protestó por no estar. Muchos aficionados y tal vez algunos periodistas recapacitarán ahora sobre cuán limitado era ese equipo elegido por Sampaoli. Pero se le reclamaba el título mundial, un dislate colosal, una pretensión atrevida. Desde luego, esa perentoria imposición responde a la presencia de Messi, único futbolista de la historia obligado a ganar -él solo- todos los partidos y torneos que dispute o si no es un fracasado. También a la anacrónica creencia de que aún se gana con la camiseta. Ni a Gibraltar se le gana con eso.

Muchos caerán también en esta cuenta: haber llegado a dos finales de América y una del mundo fue altamente meritorio y no una vergüenza, como finalmente instalaron los medios y el exitismo general. Tres títulos que se perdieron habiendo recibido apenas un gol en 360 minutos (los tres fueron a tiempo extra). Uno con Alemania y dos con el mejor equipo chileno de todos los tiempos.

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Scaloni, quien barrió a 14 de una tacada, era ayudante de campo de Sampaoli en Rusia. O sea, no lo ayudó mucho en aquella elección. No le sopló al oído. A propósito de Scaloni: el país con mayor número de entrenadores repartidos en todo el mundo llevará a Brasil un DT interino. Además, es cero kilómetro: nunca dirigió. La AFA abrirá el estuche del técnico cuando lleguen a Bahia.

Por supuesto, la convocatoria no entusiasma, ¡es tan pobre…! Aunque permite ver una realidad: es lo que se tiene. Refleja el fútbol argentino actual, no hay jugadores y no surgen figuras nuevas, continua la desorganización (lo de ir a una Copa América sin un técnico contrastado lo es). Ningún jugador argentino está en la agenda de los clubes importantes de Europa. Las excepciones podrían ser Tagliafico, quien finalmente seguirá en Holanda porque el Ajax logró convencerlo con un aumento de contrato, e Icardi, siempre en los planes de algún poderoso en busca de goles. De paso: Icardi no está entre los 23 del flamante Scaloni.

Hay, sí, una baja relevante por lesión, la de Walter Kannemann, formidable zaguero del Gremio; hubiese sido titular acompañando a Otamendi. Se hubiera compuesto una muy respetable defensa con ambos. Varios de los nombres no están justificados por rendimiento, como Dybala (lleva un año y medio pavoroso en Juventus), Paredes, Funes Mori, Pereyra, Pezzella, Matías Suárez, un delantero con escaso gol que a los 31 años se encuentra con una inopinada oportunidad de selección. Y otros, más allá de su actualidad, despiertan nula expectativa, casos Acuña, De Paul, Guido Rodríguez… Luego están dos quemados con la celeste y blanca: Agüero y Di María. El primero es un goleador importante del Manchester City, aunque no ha logrado nunca ratificarlo en la Selección; a Di María cuesta encontrarle una actuación positiva con Argentina en once años y 97 partidos con el equipo nacional. Pero es parte de “las estrellas que brillan en Europa”, ese tan engañoso eslogan. No brilla, está.

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Sacando Messi, el mejor del mundo con varias vueltas de ventaja al segundo, no se contabiliza un estelar. Sí hay fundadas razones para confiar en Armani, Otamendi (quien no obstante perdió su puesto en el City y se va del club), Tagliafico, Lautaro Martínez (del Inter, muy interesante delantero, fuerte y técnico), y Exequiel Palacios, volante mixto de River de clase y personalidad, aunque muy joven. Y alguna posible y saludable revelación, que a veces aparece. Lo de Messi, aceptando sin chistar el compartir estas aventuras (¿o desventuras…?), cuesta entenderlo. En todo caso deberá elogiársele la insistencia. Más bien la reincidencia.

Después de ver a los 23 elegidos de Brasil, la preocupación se agiganta. Están Neymar, Firmino, Gabriel Jesús, Arthur, Dani Alves, Alex Sandro, Everton, Neres (el punterito que brilló en el Ajax), Richarlison, de excelente temporada en el Everton inglés… Y se permitió prescindir de Lucas Moura, Willian, Vinicius, Marcelo.

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De tal modo, Argentina acudirá a una cita tan trascedente con una de las selecciones más vulgares y desangeladas de su historia. Puede que, ya en competencia, se genere armonía, Scaloni alcance la graduación de gran DT y se logre pasar de fase. Pero no será fácil. Están Colombia, Paraguay y Catar, reciente campeón asiático. Y tiene un fixture trampa: arrancará con el rival más difícil (Colombia); si pierde, brotarán otra vez el malhumor, las críticas, los rumores y el run run en contra del periodismo.

Esa Argentina desteñida (similar a su insulsa nueva camiseta) debutará ante Colombia. Un choque precioso por los nombres, por la historia construida por ambos en sus enfrentamientos, no por la coyuntura albiceleste. Colombia lleva la ventaja de un técnico de prestigio y sólido currículum, con el plus de su excelente relacionamiento con los futbolistas -factor clave- y posee una base de buenos jugadores. Hay, sí, una duda razonable: varios futbolistas colombianos que actúan en Europa juegan poco en sus clubes, no son titulares fijos. También es indiscutible para ellos el carácter redentor de la Selección Colombia: siempre les representa la posibilidad de reivindicarse, por eso vuelven con máxima ilusión. En ella se sienten queridos, valorados y muestran una actitud proactiva, se ven parte de una mística, razón por la cual rinden más ahí que en sus equipos, exactamente al revés de esta Argentina de hoy. (D)