En Guayaquil tampoco lo recuerdan, pese a que fue figura de los primeros años del profesionalismo futbolero. Apenas si lo trae siempre a la charla quien fue uno de sus mejores amigos: Pedrito el Memorioso Mata Piña, quien fue su compañero en ese gran equipo que formaron John Mark y Roberto Allan Reed, el Reed Club.

Julio Viteri Mosquera, siempre atento a todo lo que tiene que ver con los símbolos de su querido Milagro, me puso en contacto con Segundo Viteri Jr. ¿El motivo? Unas fotos halladas en un viejo álbum en las que estaba la figura de aquel crack de gran paso por el balompié porteño y nacional: Segundo Viteri Mondragón, o Segundín, como lo llamábamos quienes tuvimos la suerte de ser sus amigos desde aquella década de los años 50, en la que paseó su clase por el equipo Reed Club y por Unión Deportiva Valdez.

Supongo que quieren leer algo de la historia de aquel tiempo memorable que hoy solo reposa en la mente privilegiada de quienes vivieron la era del viejo estadio George Capwell, en la de los auténticos milagreños que no quieren dejar morir las vivencias del tiempo en que el equipo de Edmundo Valdez Murillo llenaba de alegrías a sus seguidores, siempre jugando de visitantes en Guayaquil. En mi adolescencia, tan ligada a Milagro, están las reminiscencias de aquellas noches triunfales en que el tren entraba a Milagro haciendo sonar sus potentes bocinas para anunciar que Valdez regresaba victorioso a la ciudad.

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Unión Deportiva Valdez no pudo ingresar directamente a la primera categoría en 1950, año en que se fundó la Asociación de Fútbol del Guayas, pese a la calidad de su plantel, al respaldo económico de la compañía azucarera Valdez y la prestancia de sus dirigentes: Edmundo Valdez, Adolfo Klaere, José Dáger y Julio Mendoza. Lo mandaron a la serie de ascenso en la que quedó en primer lugar.

En ese tiempo los Reed contrataron a Jorge Muñoz Medina, desligado del Barcelona de la idolatría que él contribuyó a formar. Muñoz –un sabio del fútbol– escogió un grupo de jóvenes jugadores porteños y dos milagreños que le habían recomendado: Segundo Viteri Mondragón y Manuel Andrade Vélez, hermano del ya famoso alero zurdo del Quinteto de Oro de Barcelona, Guido Andrade.

El primer campeonato profesional de la historia del fútbol ecuatoriano, el de 1951, organizado por la Asociación de Fútbol del Guayas, fue la cita del gran derroche de recursos. Se creó un equipo, Río Guayas, para lo cual se fichó a once jugadores entre argentinos y uruguayos. Patria incorporó catorce foráneos, entre argentinos, uruguayos y un costarricense. Reed Club optó por jugadores peruanos. Llegaron Higinio Bejarano, zaguero central; los mediocampistas Teófilo Talledo y Abelardo Lecca y los delanteros Nicolás Lecca, Jorge Otoya y Eugenio Vera. Un argentino, el guardameta Abel Tornay, también era parte del plantel.

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Muñoz Medina logró armar un muy buen equipo con Tornay o Vela en el arco; Bejarano y el técnico Manuel Andrade en la defensa. La línea de volantes la integraban Abelardo Lecca, Segundo Viteri como centro medio y Teófilo Talledo, futbolista de renombre que llegó de Alianza Lima. Adelante jugaban Nicolás Lecca, Jorge Otoya, el manabita Marcial Astudillo, Eugenio Vera y Carlos Rivas.

Reed llegó a vencer a Río Guayas en el torneo preparatorio de 1951, aunque no pudo derrotarlo en el certamen oficial. Río Guayas fue campeón invicto. Los partidos de Reed ante Barcelona, Everest, Emelec y los más fuertes contendores eran seguidos con gran entusiasmo. Se destacaban en las filas ridistas la firmeza de Bejarano y el gran impulso que daban al ataque Talledo y Viteri, con la conducción de ese crack que fue el peruano Jorge Otoya. Un conflicto en la frontera sur, de los tantos de aquellos años, hizo que los jugadores peruanos abandonaran el país. Muñoz debió apelar a sus suplentes y fue en esa circunstancia en que aparecieron jóvenes como Luis Patón Alvarado, Orlando Zambrano y Héctor Macías.

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En 1952 Valdez ya estaba en primera serie. Muñoz Medina tomó a su cargo Norteamérica y se llevó del ya desaparecido Reed Club a Zambrano, Alvarado, Astudillo y Macías. Viteri fue tentado para vestir de blanco, pero ya Edmundo Valdez había visto al gran volante y lo firmó con su equipo.

El milagreño no destacó ese año, tapado por el argentino Jorge Caruso, llegado de Río Guayas, quien hizo pareja de mediocampistas con una gran aparición para el balompié nacional: Julio Caisaguano. Recién debutó con Valdez el 15 de octubre de 1952 ante Patria, haciendo pareja con Caruso.

En 1953 Valdez dio el gran paso. Contrató al mejor arquero ecuatoriano de todos los tiempos, Alfredo Bonnard, declarado el mejor arquero del Sudamericano de ese año jugado en Lima, y campeón de 1952 con Norte. Para dirigir al equipo se escogió a un auténtico maestro, el argentino Gregorio Esperón. Bajo sus lecciones, con fuerte trabajo físico para controlar su tendencia al sobrepeso, Segundo Viteri se fue transformando en la pareja ideal de Julio Caisaguano, considerado ya como el mejor volante de ataque.

El plantel que tenía Unión Deportiva Valdez era una constelación: Honorato Gonzabay –en camino a convertirse en el Mariscal–, Leonardo Mondragón, Carlos Serrado, Gastón Canilla Navarro, Pancho Rengifo, el peruano Otoya, Fausto Villacís, Wacho Guerrero, Carlos Cañola –el esmeraldeño que era apodado la Sombra Negra de Barcelona porque siempre marcaba goles a los toreros–, Carlos Rivas y una aparición de gran relieve: Carlos Titán Altamirano.

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“Yo sugerí a Esperón juntar a Viteri y Caisaguano en la línea media. Viteri era un león en la marca y muy inteligente, mientras Caisaguano era pura técnica. Ambos fueron fundamentales para ser campeones en 1953. Para mí fueron la mejor pareja de volantes de esos años”, me contó Edmundo Valdez en largas charlas sabatinas junto a Edmundo Calderón Andrade, acompañadas de un cebiche y unas cervezas bien heladas.

Bonnard, una muralla con sus voladas, su colocación, su justeza en las salidas y la seguridad de las manos; Gonzabay, Serrado o Navarro, y Mondragón en la retaguardia y la clase con que se paseaban en el campo Segundo Viteri y Julio Caisaguano fueron fundamentales para las brillantes campañas de 1953 y 1954 que llevaron a los milagreños a ser bicampeones. En su ciudad natal ya no los recuerdan.

Las fotos que me envió el hijo de mi querido amigo Segundín Viteri, ya fallecido, van a enriquecer el libro Recuerdos de Unión Deportiva Valdez (segunda edición) que planeo publicar como un homenaje a Milagro, ciudad a la que ligan grandes y eternos afectos. Todo depende de que se haga efectivo el ofrecimiento de la Universidad Estatal de Milagro y de su rector, quien aceptó publicarlo gracias a las gestiones de un periodista que lucha a diario por preservar la identidad ciudadana desde su trinchera de la tradicional radio Atalaya, de Milagro, mi colega Dagoberto Rodríguez.

Concuerdo con la apreciación de Edmundo Valdez: una de las mejores líneas de volantes que he visto en mis 67 años de ver fútbol fue aquella de Valdez: Segundo Viteri y Julio Caisaguano. Si no, que lo diga el Memorioso Mata. (O)