La economía devastada, las fuerzas de ocupación gobernando el país, los escombros de la destrucción como centro de la escenografía en pueblos y ciudades, hambre, tristeza, desolación, carencias de todo tipo. Era la foto de Alemania en 1948, tras la Segunda Guerra Mundial. Pese a ello, el fútbol alemán volvió a ponerse en marcha. Como pudieron, se juntó un puñado de equipos regionales con jugadores en su mayoría amateurs y el Nuremberg (¡que acaba de bajar a segunda…!) resultó campeón al ganar la final al Kaiserslautern 2-1. Fue un intento modesto; no obstante sirvió para retomar el paralizado campeonato (en 1963 se nacionalizó y pasó a llamarse Bundesliga), el cual ya no se detendría más y crecería hasta ser hoy el de mayor asistencia de público del mundo. Desde hace años.

De por qué el fútbol está tan arraigado en el pueblo alemán es siempre un tema interesante, curioso. Desde luego, la pelota es el juguete universal y reina en todos los continentes. Pero, acaso por tratarse Alemania de un país culto, un pueblo lector, asistente a conciertos y diversas actividades intelectuales, pensamos que el fútbol debería estar en un nítido segundo plano. No es así: 13’300.905 simpatizantes asistieron a los partidos del campeonato 2018-2019.

El torneo germano cerró el sábado anterior otra vez con el mismo campeón, Bayern Munich, su buque insignia y a la vez su problema mayor. Es la séptima corona seguida del club de Franz Beckenbauer y Gerd Müller. La diferencia abismal de poderío entre el Bayern y el resto han convertido al fútbol interno en una liga de uno, lo que reduce el interés del público global, pese a todas las estrategias de la Bundesliga por atraer a cada vez más aficionados foráneos.

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El Bayern es, por un lado, un emblema de la excelencia y el poderío germano; por el otro, una tiranía exitosa, el problema que quita expectativa a los televidentes; todos quieren pruralismo a la hora de ganar títulos. En tal sentido, el inglés es un fútbol más democrático, la alegría se reparte mejor.

La liga alemana bajó el telón de la temporada 2018-2019 (falta la final de la Copa Alemana este sábado entre el Bayern y el Leipzig RB, pero eso se cuenta aparte). Y el balance arrojó una cifra fantástica de 43.467 espectadores de promedio en cada uno de los 306 partidos. Inglaterra, segundo, reunió 38.188 fans por juego. España 27.091, Italia 24.982, Francia 22.652, Portugal 11.664. Significa que, a lo largo del año, en Alemania fueron 1’615.374 personas más a los estadios que en la Liga Premier inglesa, considerada la más excitante del mundo.

“El fútbol es un fenómeno único”, dice Jorge Arriola Müller, exdirigente nacido en Berlín de padre peruano, madre alemana y corazón limeño. “Fíjate, está escrito en los libros que el llamado Milagro alemán nace con la conquista del Mundial 1954. Alemania se sentía aún abatida y humillada por la derrota y por el rechazo de los otros países, pero ganar la copa levantó la autoestima del pueblo y ahí comenzó la reconstrucción, lo hizo revivir”.

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En efecto, el llamado Milagro de Berna, cuando Alemania derrotó a la entonces invencible Hungría de Ferenc Puskas, impactó tanto en la tierra de Goethe que el equipo campeón debió ser paseado por las principales ciudades del país. Recibieron a sus integrantes como héroes. De villanos del mundo a campeones del mundo. Sí, el fútbol era bueno con ellos, les devolvía el orgullo. Luego refrendado con otras tres copas mundiales y cantidades de éxitos internacionales.

El Bayern se proclamó en su casa ante el Eintracht Frankfurt. Lo goleó 5-1 y hubo una colosal fiesta posterior. Fueron 75.000 hinchas. En sus 17 partidos en el Allianz Arena se colmó la capacidad. Si un turista desea ir a ver un juego del Bayern por lo general no puede, es difícil conseguir una entrada, están todas cautivas. En el caso del Borussia Dortmund, el subcampeón, no es más sencillo: es el club con más seguidores del planeta. Alcanzó una media de 80.841 boletos vendidos por juego y un total de 1’374.297 asistentes, con un estimado de 70 millones de euros solo de taquilla por liga.

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“El fútbol alemán ha hecho un trabajo muy largo al respecto –refiere Abel Völkner, periodista peruano afincado hace 33 años allá–. Yo llegué en 1986 y había mucha expectativa por el fútbol, la gente iba al estadio, pero era el típico hincha de fútbol, el fanático de su equipo, no parecía estar extendido a toda la sociedad. Porque además aquí hay muchos deportes fuertes como el balonmano, el hockey sobre hielo, básquetbol, patinaje... Pero a partir de la preparación para el Mundial del 2006 hubo un gran cambio, comenzando por los estadios y, sobre todo, los accesos a los estadios, los puestos de comida, dar un buen asiento, comodidades de todo tipo. Esto expandió el fútbol a todos los sectores sociales y, en especial, a las familias. Ha crecido notablemente la presencia de la mujer en los estadios, ves muchísimas en ellos. La seguridad es absoluta y la organización, perfecta. Las empresas están involucradas como patrocinantes y llevan gente. Se ha convertido en un espectáculo de calidad, da gusto ir”.

Los clubes son sociedades civiles, en algunos casos con participación empresaria. Hay un cuidado extremo por las instalaciones. El césped, que se arruina con la nieve y las heladas, es cambiado hasta tres veces en el año, a un costo de 100.000 euros cada vez. Pero eso es nada para los fantásticos ingresos que generan. Los estadios son reacondicionados constantemente, cada dos o tres años. La idea es que el aficionado se sienta cómodo en un ámbito confortable.

“Los equipos son de mucha tradición y tienen enorme arraigo en sus comunidades, por caso el Bayern, Dortmund, Sttutgart, Schalke, Frankfurt, Nuremberg… ¡Es una pena que descienda el Nuremberg…!”, agrega Völkner. Conste que este récord de público se da sin varios equipos con historia y legiones de seguidores como el Colonia, el Hamburgo, el Sant Pauli… El Hamburgo, que seguirá otro año en segunda categoría, congrega habitualmente 60.000 personas como local. “Mira, el Mainz ha registrado un promedio de ocupación del 80% en su estadio y ya están preocupados, seguro van a tomar medidas para mejorar eso”, dice Hernán, un argentino que vive allí, en la ciudad de Gutenberg.

“Para darte una idea –vuelve Abel–, en mi pueblo hay un club, el FC Giessen, que ascendió de quinta a cuarta categoría. Maneja un presupuesto de 2 millones de euros anuales. Los jugadores son casi amateurs, aunque cobran salarios de entre 3.000 y 4.000 euros, como un buen empleado medio. Hace poco vinieron unos amigos peruanos y los invité a ver un partido del Giessen; se quedaron asombrados de la organización, del estadio, pequeño pero impecable, con sectores VIP, de que hubiera conferencia de prensa al final del juego. En un partido de Copa Alemana, que es muy importante, al comienzo, cuando luchan por clasificar, los equipos regionales son capaces de reunir cuatro mil o cinco mil personas. Y si avanzan de ronda y les toca luego un bundesliguero, bueno, es la locura. Imagínate si a un pueblo como este le toca recibir a un Bayern o a un Borussia Dortmund…”. (O)

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En sus 17 partidos en el Allianz Arena se colmó la capacidad. Si un turista desea ir a ver un juego del Bayern por lo general no puede, es difícil conseguir una entrada, están todas cautivas".